La mejor generación ha sido y será la que relevará a la que está en plena vigencia. ¡Bienvenidos, no al futuro, sino a la realidad!
Se habla de experiencia como el conocimiento de algo, o de la habilidad para ello, que se adquiere al haberlo realizado, vivido, sentido o sufrido una o más veces. Es también el conjunto de conocimientos que se adquieren en la vida o en un período determinado de ella.
En el ámbito del trabajo, la experiencia es la base fundamental del conocimiento procedimental (cómo hacer algo) en lugar del conocimiento factual (qué son las cosas). Es la acumulación de conocimientos prácticos que una persona o empresa ha adquirido en el desempeño de sus funciones.
Estas definiciones ortodoxas, tuvieron aplicación y sentido cuando hablábamos de un mundo que se movía a la luz del ritmo Newtoniano, es decir, de la causalidad o de la secuencialidad en los últimos 400 años y superaban este umbral de tiempo cuando en las sociedades o grupos humanos se valoraba la memoria de los ancianos o de los sabios de la tribu.
Experiencia y repetición pueden tener algún punto de contacto, pero no son lo mismo.
Una cosa es haber realizado la misma función durante 20 años y otra es entender para qué se hacía, quien tiene que hacer algo para que yo pueda realizar mi labor, y quien está a la espera de mis resultados para él poder realizar oportunamente las propias.
Los avances tecnológicos enmarcados como revoluciones, hacen que el concepto de experiencia sea revisado para cada tiempo y lugar. La vigencia de algunos paradigmas que han acompañado a los humanos a través del tiempo, es finita, pues todos, en su momento, han perdido, pierden y perderán vigencia, llevándose también por delante el acumulado de la experiencia empírica que se ha conseguido y acumulado para esas realidades puntuales.
Un profesional exitoso en un momento del tiempo, puede dejar de serlo en otro, así como un profesional exitoso en una organización, no necesariamente tendrá éxito en otra. Los relevos generacionales por la propia dinámica del cambio, con sus propias cosmovisiones, entienden e intervienen la realidad bajo su propia óptica, que no es ni mejor ni peor, pero sí es la del momento y también la de avanzada.
Los procesos educativos deben invitar a una permanente actualización, con el fin de mantener la vigencia de los profesionales de cada generación, que entre otras curiosidades hoy rondan entre los 3 y los 5 años.
La asimilación permanente de los cambios de todo tipo, una visión planetaria, la capacidad de adaptación, la capacidad de trabajar en simultaneidad no en secuencialidad, y la posibilidad de entender modelos de negocios nuevos y sobretodo la capacidad de planificar, proponer nuevos imaginarios, estudiar y actualizarse permanentemente y tener iniciativa, son cualidades que hoy se valoran más que la propia formación académica tradicional, que ve en los títulos entregados por la industria, una competencia de gran peso.
Hoy se habla de millennials y de centennials, como si fueran los distintos del paseo, lo cual ha sucedido con otras denominaciones a través de la historia y seguirá ocurriendo.
En las organizaciones o se respeta la tradición o se respeta la innovación, y aun cuando se diga que se respeta a ambas, en la vida organizacional real son rivales conceptuales.
Lo mismo ocurre con la llamada cultura empresarial y la personalidad de los dueños. Cada una va por su lado, con las influencias propias del ejercicio de la costumbre, del poder subjetivo y de la autoridad objetiva.
La mejor generación ha sido y será la que relevará a la que está en plena vigencia. ¡Bienvenidos, no al futuro, sino a la realidad!
Algún pensamiento suelto dice: “No es que cada vez haya más gente bruta. Es que la inteligencia es constante y cada vez hay más gente”.