Si algún otro servidor público hubiese incurrido exactamente en las mismas conductas en las que incurrieron fiscal y contralor, estos dos funcionarios ya habrían iniciado las correspondientes investigaciones
En poco tiempo, resultó necesario tocar de nuevo el tema de la Fiscalía General y, ahora, acompañado por la Contraloría. O, mejor, por respeto a las Instituciones, del fiscal general y del contralor, estos en minúscula.
En esta oportunidad incurren en una situación francamente caricaturesca que hace poner en duda no solo su respeto a la ley, sino su cordura y su sensatez. Ya era suficientemente incómoda la relación superiores y subordinadas del fiscal y la esposa del contralor y de este con la esposa de aquel. Es posible que allí no se viole la ley, no se incumpla el régimen de incompatibilidades e inhabilidades del servidor público, pero que se ve feo, se ve feo y, por lo menos, genera un conflicto de intereses y una incómoda situación desde lo ético, si es que este concepto todavía tiene alguna importancia sobre la faz de la tierra.
Pero este juego de intercambio de parejas tuvo un capítulo grotesco con el inútil e injustificable viaje a San Andrés, en aparente misión oficial, en compañía de sus cónyuges, de la hija del fiscal y de una amiga de esta, ambas menores de edad y en plena pandemia. Más que ridícula fue la justificación del viaje, soportada en que las funciones de las dos dependencias tienen que realizarse en todo el territorio nacional y que San Andrés no puede ser la excepción, pero más ridícula aún la rueda de prensa del fiscal en la que con fingidos pucheros invocó su calidad de padre de familia que no quiere alejarse de su familia. Espero que en próximos días los dos altos funcionarios visiten en compañía de sus esposas –es decir cada uno con la suya- y de sus hijos menores, a Leticia, a Tumaco o, incluso, para no tener que incurrir en gastos de avión, a ciudad Kennedy.
En esta sociedad de doble moral puede suponerse que, si algún otro servidor público hubiese incurrido exactamente en las mismas conductas en las que incurrieron fiscal y contralor, estos dos funcionarios ya habrían iniciado las correspondientes investigaciones penales y fiscales, y habrían hecho su tradicional alharaca ante los medios de comunicación: si otros lo hacen está mal, si yo lo hago, es justificable. Más aún cuando, en medio de una infinita arrogancia, el fiscal “reinventa” la estructura del Estado y define que su cargo es el segundo más importante del país.
Qué desfachatez y que falta de comprensión del cambio que pretendió generar la Constitución de 1991 al reemplazar el concepto de funcionario público por el de servidor púbico. Cuánta falta hace que, quienes ocupan cargos de cualquier nivel en la estructura del Estado, entiendan que están allí al servicio del país y dejen de pensar que tienen el país a su servicio.
Este tipo de situaciones, sumadas a tantas más que se presentan a diario en Colombia y en todo el mundo, le dan la razón a Fernando Savater cuando concluye que después de la pandemia, los humanos seremos ”los mismos, pero un poco peor”. En otras palabras, cuando llegue eso que melosamente llaman “la nueva normalidad”, seremos los mismos, pero con tapabocas.
NOTA: Mi completa solidaridad con el Señor Gobernador Aníbal Gaviria Correa y su distinguida familia.