Pasados 6 años, con 500 kilos encima, ríos de vitaminas y litros de hormonas en su cuerpo, sonarán para nuestro toro las trompetas en la plaza.
Si el linaje del toro proviene del cruce entre un poderoso semental (posiblemente indultado) y una vaca brava, tiene el destino marcado: una gran hacienda para gozar de libertad, los mejores pastos, veterinarios para lograr un producto de buena calidad (casta) mediante el suministro de medicinas (hormonas, corticoides), entrenadores para templar el carácter (bravío, trapío, solera), aunque también se le aísle de vacas. Pasados 6 años, con 500 kilos encima, ríos de vitaminas y litros de hormonas en su cuerpo, sonarán para nuestro toro las trompetas en la plaza.
Es la hora de la verdad, se acabó el reinado. Transporte a la plaza de toros, junto con otros congéneres, en un furgón totalmente cerrado (cavas) primera dosis de estrés que le causa pérdida de peso. Encierro en los chiqueros durante horas, aislado en total oscuridad, siente miedo y desamparo. Es posible que le afeiten (recorten) los pitones para restar peligrosidad a la embestida (la sierra produjo dolor); no le suministran agua (para que no salive) y está sediento tras horas de ayuno donde solo ha recibido purgantes, tranquilizantes y hasta hipnóticos.
De pronto escucha un ruido abrumador y desconocido: los aplausos del público y la orquesta que ameniza el paseíllo donde desfilan los que luego lo volverán trizas: alguaciles, toreros y asistentes. La enloquecida ovación del público lo exaspera, se mueve inquieto. De repente se abren las puertas de toriles y entonces, este ser acostumbrado al silencio y a la libertad del campo, a la ausencia de personas y de ruidos o estruendos, sale de la oscuridad a una plaza a todo sol, repleta de público enardecido por el exceso de manzanilla, que grita y vocifera al ritmo del pasodoble. Desorientado y amedrentado ante un ambiente hostil el toro bufa, retrocede. En el transporte se le desprendió una retina y al saltar desde el camión se fisuró la pata delantera izquierda, así que se da contra un burladero, los colores estridentes hieren sus ojos ya nublados.
Todavía adentro el matador hincado ante la imagen de su virgencita duda un nanosegundo. Pero la suerte está echada. Se pone de pie; medias, zapatillas y traje de luces, todo en orden; frente al espejo se coloca la montera, su ayudante le pasa el capote, al que abraza como tabla de salvación. Escucha las trompetas llamando al primer tercio, la adrenalina le recorre el cuerpo estremeciéndolo. Matar o morir, no hay alternativa.
En la arena los contrincantes se observan: el torero revuela el capote en verónicas y chicuelinas, el toro responde con bravura; del otro lado aparece un caballo con jinete (como en la hacienda) pero este le clava una lanza con punta de hierro, le rompe el lomo haciéndole bajar la testuz, tal vez le haya roto los omóplatos que sangran y algunos tendones y ligamentos, el dolor lo debilita. Logra sacudirse pero su cabeza se da contra el costillar del equino, se fisura el cráneo. Desaparecen el caballo y el del trapo (capote). La cabeza le palpita.
De nuevo las horribles trompetas y tambores, se anuncia el segundo tercio: ahora el toro ve venir a un hombrecito que corre hacia él, salta y de nuevo en el lomo un intenso dolor ahora en el costillar; otro flaco corriendo y dos punzadas más, no puede respirar bien; otro con dos arpones más; son los tres pares de banderillas que con sus arpones lo atormentan, con un bamboleo que rasga la carne cada que se mueve. Mientras se debate entre insoportables dolores escucha al público que aúlla y aquel ruido al que llaman música se intensifica. Siente que le sale sangre por la boca y que no es capaz de guardar la lengua que cuelga. Dónde están los otros toros con que pastaba, los pájaros que se le paraban en su poderoso lomo, los árboles que le daban sombra, el pozo de agua; qué sed y ese arenal caliente le hiere las pezuñas. Ya no es capaz de correr, la pata quebrada le duele intensamente. Si veo que viene alguien me lo llevo por delante, si puedo, se dice en un último arrojo.
Vuelven tambores y trompetas ¿cuándo parará todo esto? Regresa el del trapo, con otro distinto (capote). El torero se acerca con cautela, hace varios lances de pecho y naturales, un derechazo para entrar a matar. El toro ya con movimientos torpes y lentos intenta atacar, trastabilla, gira su pobre cabeza derrotada. El matador se mide, lanza la estocada pero se equivoca, el toro movió la pata quebrada y no lo mata. El animal entra en agonía, aún de pie. Proceden al descabello, hasta que el instrumento entra 70 centímetros, destroza costillas y penetra esófago pero no toca el corazón. Recurren al puntillazo. El toro expira ahogado en su propia sangre.
El arte de la tortura.
Notas: Después de este horror los invito a ver este testimonio que nos reconcilia con la vida
La historia de Christophe Thomas y su toro Fadjen