La equilibrada balanza que distinguía siempre a la diosa Temis como símbolo de ecuanimidad y justicia debería ser sustituida ahora por los enormes fajos de billetes que deben ser utilizados para la indebida manipulación de toda clase de providencias
Si Colombia fuera un almacén de gran superficie, no cabe duda de que su producto estrella y el más demandado sería la justicia, tal la variedad del surtido y de los productores que la elaboran y ponen a disposición de millones de clientes.
En este país existe justicia rápida, lenta, inmóvil, para blancos, para negros o mestizos; la que se aplica a funcionarios o exfuncionarios de alto, mediano o bajo rango; la que se distribuye entre los que tienen apellido de abolengo; hay justicia para pobres y para ricos.
También dispone Colombia de una justicia que viene en dosis diarias, semanales, mensuales o anuales, según el paciente y su enfermedad; posee igualmente una que puede usarse en grupos grandes o reducidos; en cuchitriles o en instalaciones más cómodas; recibirse en la compañía de muchos o en la privacidad de un lujoso inmueble; en fin, su variedad es infinita.
Este común y manoseado producto, eso sí de consumo generalizado y necesario, cuenta con la más extensa red de productores y distribuidores, desde los que actúan como minoristas autónomos y la venden a cambio de miserables pesos, hasta los más sofisticados dispensadores, aquellos por cuyos engranajes y costos, parecen desempeñar en esta envilecida industria el papel de las multinacionales.
Por todo lo anterior, apartando el comentario de la fábula y centrándolo más bien en la dolorosa realidad del día a día, es que Colombia cuenta a su haber con unos casos aberrantes que aparte de rabia causan indignación, y justifican, entre otras cosas, la decepción y el escepticismo que sobre todo en estas épocas electorales se palpa en el país.
Podría pensarse que, por ser un producto de tan generalizado consumo, no requeriría mucha publicidad o promoción, pero ocurre todo lo contrario: casi todos los días se tiene que hablar de ella, lo que la mantiene en la cima de la popularidad y de paso le conserva su mala fama.
Por ejemplo, en los últimos días, por cuenta de una incomprensible decisión adoptada al amparo de normas que la hacen aparecen común y corriente, en la práctica no se castigó, sino que se premió a un reconocido delincuente, responsable de haberse apropiado de miles de millones de pesos pertenecientes a la comunidad.
En el entretanto, y en medio de los enardecidos pero estériles reclamos por el vergonzoso episodio, a todos los colombianos les llegó implícito y quedó explícito un mensaje, contrario a lo que hasta ahora se creía: el crimen sí paga, y de que manera tan rentable.
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Esa ha sido últimamente la máxima publicidad – negativa obviamente – para esta justicia colombiana tan desprestigiada y convertida en rey de burlas, por cuenta de quienes la han prostituido y tasado en moneda de fácil adquisición para algunos privilegiados.
La equilibrada balanza que distinguía siempre a la diosa Temis como símbolo de ecuanimidad y justicia debería ser sustituida ahora por los enormes fajos de billetes que deben ser utilizados para la indebida manipulación de toda clase de providencias, unas para favorecer, otras para dilatar, las de más allá para acelerar y otras muchas para adormecer y silenciar.
Cada una de ellas de distinto valor, dependiendo del comprador y el vendedor, como corresponde al gran supermercado en el que se ha convertido, para desventura de los colombianos, la justicia que alguna vez fue su enorgullecedor soporte moral.
Privilegios, tratos preferenciales, decisiones exóticas, consideraciones y calificaciones que varían de acuerdo con el interesado, permisos, casa por cárcel, pulseras electrónicas, todo eso y mucho más al gusto del cliente, gracias a lo pródiga y generosa que se ha vuelto la mercantilizada justicia en Colombia.
TWITERCITO: Pero no todo es malo porque hasta magistrados con ese apellido tenemos; lástima sí que se mantenga tan enfermito.
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