Se trata de la manera de darlas, de la forma como desde los dirigentes hasta el ciudadano raso están dando los debates. Bocas, plumas y teclas despiden fuego
Aunque era previsible por la polarización que sembró el debate entre el Sí y el No, es muy preocupante el ritmo de crispación, violencia verbal y confrontación extrema que ha tomado la campaña presidencial en Colombia.
¿Qué nos pasa? ¿Por qué todas las discusiones tienen que convertirse en una batalla cruenta donde se usan todo tipo de armas que van desde las descalificaciones hasta los insultos y mentiras en medios y redes sociales, y la violencia y abucheos en manifestaciones y marchas?
Ningún espacio se escapa: Entrevistas de prensa, intervenciones públicas, reuniones privadas, redes sociales, columnas de opinión. El ejercicio democrático está convirtiendo a Colombia en un nuevo teatro de guerra. Paradójico, luego de que le hubiéramos puesto fin a un conflicto armado de más de 50 años así algunos sectores no estén de acuerdo con la forma como se hizo, pues eso no significa patente de corso para agredir a quien sea.
Claro que pensamos diferente, claro que el debate enriquece, claro que una campaña es una controversia de ideas, pero no se trata de las diferencias ideológicas ni de sus discusiones, se trata de la manera de darlas, de la forma como desde los dirigentes hasta el ciudadano raso están dando los debates. Bocas, plumas y teclas despiden fuego.
Una cosa es la pasión contenida y encaminada a un fin y otra muy diferente la pasión irreflexiva sin rumbo. Una cosa es defender con vehemencia unas ideas y un candidato y otra es el fanatismo ciego e irresponsable. Nunca los fanatismos han aportado nada distinto a la brutalidad de la violencia y a la negación de la inteligencia. Una cosa es la discrepancia y otra la enemistad. Una cosa es un río caudaloso que propicia vida y otra un arroyo desbordado que genera destrucción.
Siembra vientos y cosecharás tempestades, siembra odios y cosecharás violencias. Varios analistas extranjeros se han preguntado y se preguntan qué le pasa a Colombia que no progresa. Qué le sucede a un país con tantas riquezas de todo tipo, con una ubicación geográfica tan privilegiada, con una biodiversidad tan valiosa y con tantas inteligencias y talentos.
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No sabemos qué hacer con tanto, nos enceguecemos frente a tanta luz y chocamos entre nosotros ante tanta opulencia. No hemos sabido encausar la inteligencia hacia propósitos comunes. No hemos comprendido la democracia y la hemos confundido con una máquina para aplastar al adversario. Nos parece imposible o nos repugna convivir con el diferente. Convertimos la palabra en piedras, el discurso en proyectiles, el debate en balas y las campañas políticas en guerras.
No sabemos ser distintos, no hemos podido entender y por tanto manejar ni menos aprovechar la diversidad. Cada bando, sector o corriente de cualquier orilla quiere imponer su forma de ser o de pensar sin dejarle espacio al otro, arrasando al otro y a todo lo que lo rodea o se le parezca. ¡Una cultura nazi, otro horror más adicional a la cultura mafiosa!
La actual campaña electoral está jugando con fuego. Mientras el Eln revienta tubos y derrama combustible, quienes dicen querer la paz sea cual fuere el modo, están derramando gasolina sobre la Colombia que los oye y lee. No puede ser que demos un paso al frente y dos atrás. No puede ser que cada campaña política sea una pesadilla. No puede ser que la democracia se convierta en un erial de guerra cuando su naturaleza es ser un jardín de paz donde florezcan la inteligencia, las ideas y el diálogo.
Hay candidatos que no proponen sino que contraponen, que basan su política en reacciones y no en propuestas, que solo chocan, solo critican, solo se resienten. Que viven ‘a la enemiga’, que solo incendian y nunca siembran. Que viven del discurso del otro. Que más parecen un espejo distorsionador que una figura autónoma de carne y hueso. Y son varios los que piensan que jugar con fuego les da réditos políticos. Quizá, pero, ¡qué equivocados e irresponsables para la enardecida Colombia de hoy!
"Songo le dio a borondongo / borondongo le dio a bernabé / bernabé le pegó a muchilanga le echó a burundanga / les hinchan los pies". No. Por ahí no es. Sin duda requerimos cambios profundos y drásticos, pero no con violencias, rabias ni venganzas sino por medio de una revolución serena. ¡Se puede!
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