John McCain descansa en paz. Desde el mismo momento que fue diagnosticado de un tumor cerebral que finalmente lo llevó a la tumba, reunió a su grupo de asesores más cercanos para planear cuidadosamente su funeral. No hubo detalle que se le escapara. Una coreografía del movimiento del féretro desde Arizona hasta su llegada a Washington, sin saber que su cadáver estaría en cámara ardiente en el Capitolio, un privilegio al que muy pocos tienen acceso y limitado a presidentes y quienes merecen ser reconocidos por sus servicios al país. Una celebración póstuma de su vida y legado.

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McCain padeció los rigores de ser prisionero de guerra por 5 años en Vietnam con secuelas que lo marcaron para siempre. Un rebelde con causa llamado así mismo inconforme y disidente de su partido republicano. Intentó llegar a la Casa Blanca dos veces y derrotado primero por George Bush hijo y luego por Barack Obama. Su peor error fue haber elegido como compañera de fórmula a la vice presidencia a Sarah Palin, entonces gobernadora de Alaska, representante de la derecha arcaica y retrógrada y una mujer sin preparación alguna.

Fiel a su premisa de que la amistad está por encima del color político, con anticipación le pidió a sus contradictores Bush y Obama, de modo que fueran ellos los oradores principales el día de su funeral y pronunciasen el acostumbrado panegírico, un reconocimiento a la vida y obra de la persona fallecida. No hizo lo mismo con Donald Trump con quien nunca quiso reconciliarse, en una demostración de rechazo a la persona y su estilo de gobierno.

En el último libro que recoge las memorias de su amplia carrera militar y política escribió en alusión a Trump que “debilitamos nuestra grandeza cuando confundimos patriotismo con rivalidades tribales que han echado las raíces del resentimiento, el odio y la violencia en todos los rincones del mundo”. Como es habitual, la respuesta del presidente al fallecimiento del senador fue mezquina, negándose a reconocer formalmente el sacrificio e inconmensurable servicio al país, además de ordenar que la bandera fuera puesta a media asta por tan solo 2 días en lugar de toda la semana como es costumbre. Luego de la protesta de los veteranos y legisladores republicanos, el pabellón regresó al punto que honra la memoria del fallecido.

McCain siempre entendió la diversidad demográfica como un fenómeno natural y beneficioso para los Estados Unidos. Defensor de los derechos de las minorías y en particular de los inmigrantes indocumentados era partidario de una reforma migratoria, algo impensable en la era Trump y sus aliados. Las palabras del líder demócrata mexico-americano del grupo Causa Chicana recuerdan al auténtico McCain quien le decía, “¿sabes qué? No puedo creer que esas familias que llegan de otros países como México y Centro América a trabajar, cortando pastos, recogiendo la comida que necesitamos y una fuerza laboral necesaria, ahora les demos la espalda”.

John McCain fue un hombre de principios que dedicó su tiempo como político sirviendo a los demás. No todas las veces ganando las batallas por su obstinación y terquedad pero sabiendo que lo hacía con decencia y sin ánimo de retaliación.

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Inconforme con las actuales posiciones de lo que fue su partido hasta la llegada del troglodita. El país y el mundo deben estar agradecidos por su indeclinable defensa de los principios democráticos y el consenso de los partidos como única manera de resolver las diferencias. Paz en su tumba.