(O de cómo intentar un psicoanálisis literario)
Pero Berlín no queda exactamente en el camino
Irvin D. Yalom. El problema de Spinoza.
Los best sellers
Los libros de mayor venta, salvo algunas excepciones, se construyen con recetas: un criminal desaforado, un marginado que mira más de la cuenta, algo de sexo con perversión, alguna teoría de la conspiración, un asunto pertinente (la corrupción, por ejemplo) y una prosa fácil que no ponga en aprietos al lector. A estos textos, una amiga los llama libros de piscina, quizá porque solo flotan sobre los asuntos que tratan, se asolean con las noticias que los periódicos o revistas no han profundizado y, si se hunden (lo que dicen no es más que un barco en todas las direcciones y puede retomárselo en cualquier puerto), no pasa nada. Y si bien algunos tratan sobre personajes heréticos o desbordados (Nietzsche, Lutero, Catalina de Rusia, Rasputín etc.), lo que se logra de ellos son algunas anécdotas picantes o desvariadas que un buen lector presume de qué libros salieron. Sin embargo, entre los bestselleros (que trabajan con negros literarios, gente que investiga y escribe parte del texto por ellos), algunos logran situarse en un buen punto. Pasó con Alejandro Dumas y sus novelas sobre el mundo de Luis XIII y el cardenal Richelieu (Los tres mosqueteros, Veinte años después) y pasa con Ken Follet y sus historias medievales sobre catedrales y pestes, o su trilogía sobre el siglo XX, en la que toca puntos esenciales de la historia y los desarrolla con una buena dosis de suspenso y de posición política. Y en este mundo editorial, hay bestselleros desbordados como Dan Brown que, haciendo usos de toda clase de deus ex machina (todo se resuelve de manera inesperada y por fuera de la lógica), como en las novelas rocambolescas, toca asuntos religiosos, masónicos, conspirativos (los Illuminati) y pseudo científicos, lo que pone al lector en condición de estar viendo una película, un buen thriller.
Es claro que la literatura, y toda literatura es ficción, no es una sola. Por el contrario, está compuesta de géneros que van desde los más intrincados (Kafka, Elías Canetti, Thomas Bernhardt) hasta los más simples e imaginativos que tratan de magia (Harry Potter), ciencia ficción (a veces muy acertada) o de asuntos paranormales que contienen vampiros, hombres lobo, zombis etc. Y el lector escoge lo que quiere para confrontarse, divertirse o simplemente buscar un elemento que lo haga dormir y lo aleje de la realidad ambiente. De todas maneras, a un libro, como decía Oscar Wilde, solo se le debe exigir que esté bien escrito (que sea gramaticalmente correcto) y cumpla con narrar una historia sin dejar ningún cabo suelto. Y hay que aclarar: la literatura no cuenta lo que pasó (para eso está la historia) sino lo que pudo o puede pasar. Su territorio es el vacío que todavía no se ha llenado. En este punto, Umberto Eco aclara: una buena novela debe contener lo que se llama conocimiento laberíntico, ese que no ha sido aprobado por el positivismo, pero que está ahí y permite reflexionar. Y si bien esto llevaría a encontrar toda clase de falsificaciones (Baudolino, El péndulo de Foucault, El cementerio de Praga), la tarea del escritor es mostrar otros mundos, cuestionables o no, pero presentes. Eco, creando una literatura depurada, hace uso también de la novela policiaca (la de masas), y así buscó el mayor número de lectores. Sabía lo que hacía. Comenzó por El nombre de la rosa, una novela negra medieval con tintes de la filosofía de Guillermo de Ockham.
Y en este ambiente de los que venden muchos libros por edición, un bestsellero interesante es Irvin D. Yalom, autor de El día en que Nietzsche lloró, Un año con Schopenhauer y El problema de Spinoza. Su propuesta es contar algo de la historia de estos hombres y psicoanalizarlos para saber por qué fueron así y no de otra manera. Y como Yalom es psicólogo, su ejercicio no está mal. Usando lo que sabe, construye una ficción interesante que busca poner a sus personajes en situación de analizados, como cualquier porteño ya curtido de tangos. Ya se sabe, en Buenos Aires ir donde el analista es como ir a una cita con el dentista, palabra ésta muy vieja pero demasiado clara.
El asunto de Spinoza.
Baruj Spinoza, el más racionalista de los filósofos y el más hereje (aún hoy en día hay mucha gente que lo rechaza, incluso en la academia), es uno de esos personajes que seducen: practicó la filosofía que propuso, pulió lentes para microscopios y telescopios y fue expulsado de la comunidad judía de Ámsterdam bajo una excomunión que todavía le para los pelos a cualquiera. Y si bien el asunto fue más político que religioso, pues en la Holanda Calvinista todos se toleraba menos no creer en la Biblia y en la vida eterna, un hereje era cosa de resolver cortando por lo sano. Y así pasó: como los judíos sefardíes no podían tener en su seno a uno de los suyos que negaba estas cosas y las destruía peligrosamente, situando a los creyentes (a judíos y protestantes) en adoradores de meras supersticiones, Rabí Morteira, jefe de la comunidad judía de Ámsterdam, produjo un jérem (una excomunión) en 1656, y Baruj Spinoza salió de la comunidad hacia un mundo donde su nombre ya era impronunciable o peligroso de mantener en la boca. Los calvinistas se tranquilizaron y los judíos también. Para ese momento, Bento (el nombre portugués de Spinoza) tenía 24 años y dos hermanos, Gabriel y Rebeca (los demás habían muerto, incluyendo a los padres) con los que ya no podría hablar, tocarse ni recurrir a ellos. El jérem expulsaba a Bento del grupo y le prohibía cualquier relación con un judío creyente. Así que quedó solo, marcado como ateo y con todos los castigos de D’s y el diablo encima. Claro que recurrió a otros que ya conocía, unos pocos holandeses liberales (llamados los colegiantes), y a partir de ahí, viviendo en otras ciudades y en extramuros, forjó su filosofía sobre D’s como naturaleza, incluyendo en ella las ideas adecuadas, las pasiones debidas, la libertad como logro y la servidumbre necesaria, el diseño del Estado y una forma de leer la Biblia que hoy ya no asusta a nadie. O sí, a los que no han entrado en la edad de la razón y siguen afincados en la literalidad.
Baruch Spinoza (1632-1677) es reconocido como uno de los padres del racionalismo filosófico. El óleo es obra de Franz Wulfhagen, realizada en 1664
¿Qué le pasó a Spinoza antes y después de la excomunión, cómo se conformó su interior, qué traumas lo llevaron a las decisiones que tomó? Las preguntas son interesantes para un psicoanalista que, en el caso de Irvin Yalom, más parece seguir los postulados de Alfred Adler (basados en la formación del carácter) que en las de Sigmund Freud (en los que ronda la libido). ¿Y si al análisis de Bento Spinoza, se le suma el de Alfred Rosenberg, teórico nazi de la supremacía racial y de la inferioridad y peligro de los judíos? Bueno, la novela está completa: un Spinoza actualizado frente a los temores de un nazi, con complejo de inferioridad, que no admitía que Baruj Spinoza hubiera influenciado a Goethe y a Hegel dándoles a estos autores la tranquilidad para pensar que no habían obtenido por otros medios. Unir a un nazi delirante y a un judío expulsado, para que el segundo (desde otra época) termine anulando al primero, no deja de ser un argumento interesante para una novela: historia, pensamiento, técnica psicoanalítica, ficción, atrevimiento.
Problema y psicoanálisis.
Un problema es algo por resolver. Y resolviendo problemas es como nos volvemos inteligentes o nos enloquecemos. Y un primer problema es quiénes somos nosotros, por qué actuamos de una manera o de otra, qué nos mueve a ver el mundo de formas que a veces son contrarias, por qué buscamos culpables sin medir el alcance de nuestra propia culpa, qué nos hace creer en qué somos superiores o inferiores sin una medida previa. Y en esto del hombre (lo que incluye mujeres) como problema, asunto que la filosofía no ha resuelto, entra la psicología, que es una metodología con aires de novela policiaca: busca encontrar el hecho que produce la culpa. Y para ello reproduce hechos a partir de las preguntas. Jung tenía un método espiritualista al que le anexaba la sincronicidad y Freud uno que rompía el pudor; Adler era más de asuntos educativos y Lacan más filosófico. Incluso Erich Fromm, reducía el asunto a una cuestión de libertad. Y, en el caso de Yalom, su método es preguntar sobre la historia particular, lo que pasó y produce el hecho en alguien con quien no puede hablar. Las voces que oye son las de los libros de historia y los producidos por quienes son psicoanalizados (en este caso Spinoza y Rosenberg), unas de filosofía racional inmanente, las de Spinoza; y otras sobre el delirio racista, las de Rosenberg. Y sacando de allí y de allá, e imaginando cuando ya no hay datos, pero que supone que debieron suceder, Irvin Yalom hace dos cuadros. Uno de Spinoza que se libera y otro de Rosenberg que se esclaviza. Y mientras en el judío sefaradí aparece la claridad, en el alemán del Báltico, Rosenberg, no se producen más que caídas. ¿Y cuál es el problema? Que el hombre en general no es el problema, sino que cada hombre, dentro de sí, es el problema mismo. Un problema particular, unas experiencias vividas, unas preguntas admitidas y otras evadidas. Y un tiempo con exterioridades que nos alinean o nos excluyen. Y si hay un problema, como es el título de la novela (El problema de Spinoza), este es el entendimiento, que en unos es la realidad y en otros la fantasía. Así, lo que entendemos es lo que nos pasa. Y esto justifica la lectura del libro, y la de muchos otros que se preguntan sobre por qué somos así y no de otra manera. Allí están todas las teorías que hablan de nosotros moviéndonos como el hámster y sin querer salir de la jaula.
El enigma Spinoza es el más reciente best-seller de Irvin Yalom.
Un best-seller es una enorme pompa de jabón que se infla, flota deslumbrando y luego estalla. A veces se hace una película de él para quienes no leyeron el libro y así se hagan una idea del contenido, o una promoción para que se adquiera a manera de saldo, pues hay gente que rellena paredes con libros que no leen, para gusto de las polillas o un peligro de incendio. Ya, en el caso de El problema de Spinoza, todo puede suceder. Como también sucede que es un libro que incita a conocer a Spinoza y un par de épocas (la del judío sefardita y la del nazi), que es bueno no olvidarlas. En ambas, las persecuciones a la razón fueron muchas, como parece que pasa también ahora.