Termina el Mundial de Fútbol y empieza el Tour de Francia. ¡Gracias jugadores de nuestra Selección y ánimo escarabajos!
Pese a que gozo los triunfos de mis equipos y me gusta ver jugar bonito, mi relación directa con el fútbol nunca fue buena. La razón es simple: Desde niño siempre he sido tronco. Sé que hay más malos, pero yo soy un tronco. Sin embargo, era un tronquito y luego tronco que le ponía el corazón a los partidos que jugaba. A los que me permitían jugar…
Suena a comentario de locutor regional pero es cierto: “Es la actitud”. Y creo que la actitud -el corazón- a veces es más eficiente que las habilidades para jugar fútbol o para cualquier actividad en la vida. Obvio, lo ideal es que actúen juntas.
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Jugaba partidos en el garaje de mi casa con mis hermanos o algún vecino y también picaditos en la calle o en una manga del barrio. Partidos estelares. Jugábamos en el asfalto, un asfalto burdo como el del frente de mi casa (nuestro ‘pavé’) donde, además, la calle tenía, tiene, una leve pendiente. Muchos partidos eran de noche, hasta que el “¡niños se entran ya!” de alguna de nuestras mamás salía por una ventana o puerta entreabierta.
Por culpa del fútbol participé en mi única asonada en la vida: Una vecina, cansada de los gritos de “goool” o de “pasámela” y de uno que otro balonazo a las matas de su antejardín, llamó una noche a la Policía. Llegó un jeep, se bajaron los agentes carabineros y nos pidieron el balón. Al rato, envalentonados y acompañados de más niños que se nos unieron, fuimos en bloque al pequeño comando de Policía cerca al parque de El Poblado y armamos tremendo barullo en la calle reclamando nuestro esférico. Nos lo entregaron. Ganaron el deporte y nuestra presión.
También jugábamos en una manga cercana. Allí los partidos eran más elegantes. Dos piedras o dos palos cortos clavados eran las porterías. Hoy me sorprendo de que nunca hubiera árbitro. Y pese a que no faltaban los alegatos por una mano, un foul o un gol que había o no había sido, no se presentaban peleas a puños ni ninguna por el estilo. No recuerdo cómo se dirimían esas discusiones de vida, pero alguno terminaba cediendo o teniendo la razón y el balón de nuevo a la cancha. Fue mi primera experiencia con la solución alternativa de conflictos. El fútbol enseña mucho.
En esos picaditos de barrio por lo general a los malitos nos ponían de porteros. Pico y monto, pico y monto. Y claro, fui portero muchas veces. Hace poco la admirada periodista Ana Cristina Restrepo se dolía en un tuit de la soledad de los porteros y me “retó” a escribir sobre ello. Pues sí, aunque en una cancha tan pequeña no se sentía tanto la soledad, alcancé a padecerla, en especial por no poder participar del juego tanto como los demás jugadores, pues debía cuidar, no “los tres palos” (no había travesaño), pero sí las dos piedras o las dos estacas. Creo que por eso me fui volviendo medio filósofo y medio poeta. Luego de adolescente eso me sirvió: No conquistaba a las novias con goles pero sí con labia y poesía. Y no me quejo: Ser “el interesante” rendía sus frutos...
En el fondo también había algo: A mí me gustaba y me gusta más el ciclismo, como practicante y espectador. Quería ser Cochise. Como practicante solo participé en dos carreras en mi vida y gané ambas. ¿Será esa mi profesión frustrada?
La primera fue en triciclo y la organizó mi colegio de ese entonces. Tenía cinco años y aún me emociono: Eran como 250 metros planos. Competíamos cerca de 10 niños. Dieron la largada y arranqué a pedalear como alma que lleva el diablo. Nunca vi a mis competidores. Siempre de primero miraba solo hacia abajo, pedales y manubrio, venciendo cada metro (yo conocía la ruta y era una recta). Supe que llegué a la meta cuando dos estudiantes “grandes” me detuvieron. Menos mal, pues la calle terminaba allí...
Luego, a los siete años, participé en una carrera de bicicletas también organizada por mi colegio. Salimos de una calle, dimos la vuelta a la manzana y regresamos al punto de partida. También gané de punta a punta y tampoco vi a mis competidores. Desde eso y hasta hace poco he montado mucho en bicicleta pero no volví a competir, a no ser cuando jugaba Vuelta a Colombia con tapas de gaseosa en una ruta pintada en la acera con tiza o con un tiesto.
Termina el Mundial de Fútbol y empieza el Tour de Francia. ¡Gracias jugadores de nuestra Selección y ánimo escarabajos! Como millones de colombianos, yo a mi manera y guardadas las proporciones -ustedes son héroes- he vivido y vivo sus sentimientos: Me esfuerzo, me decepciono, me ilusiono, grito, subo, bajo, salto, sufro, río y lloro.
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