Salcedo nos planta ante nuestra barbarie nacional o recuerda a los europeos el renovado chauvinismo que los ha llevado a cerrar la entrada a los inmigrantes.
“Colombia es el país de la muerte no enterrada, de las fosas comunes”
(Entrevista a Doris Salcedo, Razón Pública/2013)
A unos pasos de la Casa de Nariño, un monótono muro blanco sobre la carrera 7ª es interrumpido por una arcada en piedra con el número 6B-30, su grueso portón de madera invita a ingresar. Adentro, las ruinas de una antigua edificación, son la antesala de una caja de cristal que constituye en rigor el espacio museístico. La sobriedad al interior es sobrecogedora: rotundos muros y cielos blancos desprovistos de todo ornamento y una retícula gris plomo de superficie irregular, como piso. La sensación es de vacío, de abandono, de ausencia. Esto es Fragmentos, el contramonumento que Doris Salcedo concibió en cumplimiento de un mandato del Acuerdo de Paz.
Salcedo, escultora bogotana formada en la Tadeo y en New York gracias a una beca Guggenheim; que ha recibido múltiples reconocimientos como el Velásquez y el Hiroshima; que ha expuesto en prestigiosos escenarios como el MoMA y el Reina Sofía, ha dedicado los últimos 30 años de su carrera artística a dar voz a las miles de víctimas anónimas de todo el mundo. Involucrándolas en la ejecución, recogiendo sus testimonios, visitando los sitios de los sucesos, nombrándolas interpretando con la paradoja y los símbolos su dolor. En Fragmentos, veinte mujeres víctimas de violación durante el conflicto se encargaron de dejar su huella, dando voz a lo que hasta hoy callaron: arrugaron, estrujaron, martillaron, doblaron los moldes donde se fundieron 37 toneladas de fusiles y ametralladoras, trocando su significado de muerte, en la acerada cuadrícula del piso del museo.
De manera sutil, Salcedo nos planta ante nuestra barbarie nacional o recuerda a los europeos el renovado chauvinismo que los ha llevado a cerrar la entrada a los inmigrantes. Se vale de gestos sugerentes, de espacios intervenidos, del contrasentido y de lo fortuito. Crea atmósferas efímeras, con mensajes tan contundentes que dejan impronta: porque la Tate Gallery (Londres) no volverá a ser la misma después de la huella dejada por Shibboleth, una profunda grieta de 167 metros que recorre todo el hall de entrada, que zigzaguea como si hubiera sucedido un gran sismo, donde recrea una línea fronteriza inexpugnable, como las que se interponen a los inmigrantes.
Una constante de su obra es trabajar el piso, modificarlo, transgredirlo: Londres, Madrid, Bogotá (Plaza de Bolívar), ahora Fragmentos el contramonumento, son claros ejemplos. Pero Doris también es capaz de transformar unas simples sillas de madera en un grito de espanto, Sillas Vacías (280 sillas que descolgó sobre las fachadas del Palacio de Justicia); de convertir 7.000 metros de tela blanca, en una mortaja colectiva, Sumando Ausencias (cuando el No al Plebiscito, Plaza de Bolívar); de darnos una cachetada introduciendo en nichos traslúcidos los zapatos de mujeres asesinadas o desaparecidas, Atrabilarios; de trocar 62 mesas en sarcófagos, Plegaria Muda (reconocimiento a las madres de Soacha) obras que han viajado por Norteamérica y Europa.
Su otra virtud son los sugerentes nombres: A flor de piel, pilas de camisas blancas atravesadas con varillas (en memoria a los esposos de las viudas de Urabá); Armarios y escaparates, a los que rellena con concreto (homenaje a los desaparecidos); La túnica del huérfano, de una niña que nunca se cambió el vestido que llevaba cuando asesinaron a su padre. O: Abismo (Castello di Rivoli) Turín; Ninguno (White Cube) Londres, alegórico a los campos de concentración; Shibboleth (segregación) Tate, Londres; Palimpsesto (Palacio de Cristal) Madrid, donde con un juego de agua sobre piso en arena, escribe y desaparece nombres de inmigrantes africanos que sucumbieron en el Mediterráneo.
A pesar del reconocimiento internacional al trabajo de Doris Salcedo, en Colombia no se le ha dado la relevancia que merece, porque incomoda con su sinceridad, con su alegoría de lo innombrable: la guerra y su horror. No es una artista funcional. Se proclama de izquierda y eso la margina del país donde se niega la diversidad. Pero nadie le corta las alas; de hecho tuvo diferencias con Iván Márquez a la hora de darle cuerpo a Fragmentos, pues en la cabeza de todos estaba el monumento inmenso, vertical, quizás con unos fusiles en la cúspide; hacer mirar hacia el piso fue su forma de humillar la prepotencia de los guerreros de toda índole. Para Doris la guerra solo deja perdedores, no hay nada grandioso para resaltar, era “inmoral otorgarle belleza a unas armas”. Fragmentos es la primera de sus obras que permanecerá en el tiempo, pero es una obra inacabada, dice: cada año dos artistas darán su versión del conflicto, que todos los actores hagan uso del espacio para ir juntando los fragmentos y se convierta en el lugar donde se exprese la conciencia colectiva. Considera que este contramonumento es de “una carga simbólica enorme” ya que “sin asesinar a nadie, sin disparar una sola bala… se destruyeron nueve mil armas de fuego” (Entrevista para Semana/13/12/18).
Es imperativo conocer Fragmentos, a riesgo de encontrarnos con nuestro propio pasado.
“La historia puede quebrar la dignidad de un pueblo, pero también puede reparar esa dignidad rota”
(Chimamanda Ngozi Adichie)