Los invito, queridos lectores, a acompañarme en este grupo de relatos que mis libros y sus autores me dictaron
Queriendo hacer un uso productivo del encierro se me ocurrió limpiar a fondo la biblioteca. Bajé todos los libros, limpié el mueble y comencé a reubicarlos uno a uno. A medida que los colocaba, sin dejar de leer en lomos y carátulas, se fue generando un ritmo o una música con los títulos. Entonces se me ocurrió volverlos personajes y hacerlos hablar. Los invito, queridos lectores, a acompañarme en este grupo de relatos que mis libros y sus autores me dictaron.
1. De repente escuché afuera el rumor de la llegada del Siervo sin tierra, desplazado por lo ocurrido en el llano en llamas, donde los nativos aseguran que el Amazonas nace en el cielo. Yo rumiaba que tras cuarentayún días de encierro, después del silencio solo nos espera la antesala del olvido y que en el valle del asombro habitan los fantasmas felices. De pequeño oí decir que ellos llevan las historias en la palma de la mano, sobre todo la bella historia del amor. Reviví ese antier cuando junto a mi amor jugábamos a dibujar los girasoles ciegos en medio de la hierba de las noches, a la hora de la luz difícil; demasiado pronto nos separó la mortalidad, cuando las cuitas del amor y otros demonios te hunden como flor de fango.
2. Esto hablaba el Pescador dentro’e su choza: soñamos que vendrían por el mar en una nave conocida como Ursúa, cuando de súbito nos sorprendió el ruido de las cosas al caer. Él se recompuso con toda parsimonia y continuó con las historias sobre el lejano amor de los extraños, que ya había comenzado a narrar un día cualquiera. En ese momento entró su hermana, la que ama por igual los perros y los lobos. Permanecimos en silencio hasta muy tarde cuando sucede la recurrente aparición, a la que nombran “la misteriosa llama de la reina Loana”, que me trae a la memoria el fuego fatuo perenne en el cementerio de Praga, del cual fui testigo.
3. Ese domingo nos dirigimos a la última estación para esperar al dicharachero Pedro Páramo, hombre de temer por su elocuencia, capaz de decirnos algunas verdades, a las que solíamos llamar perlas negras. Parecía haber perdido su lucidez porque hablaba de manera inconexa de la neblina del ayer y de que permanecería en el reino de este mundo hasta que no conociera la Catedral del Mar. Mi amigo el Pescador lo miraba con ternura y nos hizo caer en cuenta de que el dicharachero era un poeta que tenía las memorias de un revolucionario y las elocuencias de un tartamudo, que soñaba con haber ido a la India y que siempre cargaba el libro negro.
4. Segu es un marino que vivió en la casa de Jampol, que asistió a nuestras bodas, cuando se hacían en grupo, justo cuando regresó de la batalla de Madrid. Con cierta tristeza dice que al volver encontró la tierra desacostumbrada, como si acabara de salir el Conquistador. Dio un rodeo por el porche y de repente empezó a tararear la canción de Rachel, para no continuar con el relato de un hombre de provincias, dijo, mientras encendía el primer cigarrillo de la tarde. En la noche salimos para el local Divina Comedia donde Hamlet y Macbeth, dos gatos artistas, repetían su acostumbrado número, el baile del ¿cric? ¡crac! mientras su domador con potente vozarrón lee en voz alta, el Evangelio según Jesucristo.
5. Días después, ahora olvidé cuándo, llegó otro marinero con la increíble historia de que dio la vuelta al día en ochenta mundos, Segu le reprochó que esas parecían historias de cronopios y de famas. Entonces pidió silencio para recitarnos veinte poemas de amor y una canción desesperada, porque solo así recuperaría sus memorias sobre la pampa y los gauchos que, ciertamente, son la sombra de lo que fuimos.
6. Esta mañana, apoltronado frente a la chimenea le di al casero las gracias por el fuego; con aquel calorcito logré salir de el túnel y sentí arrestos para enfrentarme al Don Quijote de la Mancha, mientras me preparaba para la ceremonia que teníamos en la tarde: los funerales de la Mama Grande. Por suerte ya nos encontrábamos en el otoño del patriarca y la verdad es que ante la soledad de América Latina ¿qué importaban otros cien años de soledad? No obstante, en ocasiones nos transformamos de animales a dioses, o todo lo contrario cuando generamos un leviatán. De manera que nos sería de gran utilidad conocer la historia de la humanidad, para poder plasmarla en el libro del desasosiego. O hacer como mi amigo el Pescador, experto en cartas memorables que para mí resultan curiosas, divertidas y trascendentes.
7. Cuando me adentro en tierra firme prefiero viajar por el río. Los nativos aseguran que en la Amazonía el río tiene voces. En la planicie forma lagunas donde aterrizan los cisnes salvajes, con el remo los espanto y los cuento 4, 3, 2, 1 hasta que todos alzan vuelo en medio de un canto general en coro hasta perderse en el horizonte. Cuando amanece muy frío las ramas de los árboles forman estalactitas de hielo, semejantes a las que penden de las cornisas de la Abadía de Northanger en los duros inviernos de Gran Bretaña, en aquellos lúgubres días cuando solo se deja ver medio sol amarillo, donde se moldeó el huraño carácter de María Estuardo. Allí en la penumbra exterior el vaivén de los árboles simula las sombras de antepasados olvidados que se bambolean con la parsimonia de tres monjes budistas.
8. Y bien, todo lo que he recorrido me exigiría escribir el libro de las ciudades a modo de prosas apátridas, pero tendría que tener el talante de un Napoleón, el tesón de un Karl Marx, interpretar la fascinante historia de las palabras y declararle mi odio a los indiferentes. Pero no puedo porque acabo de recibir unas llamadas telefónicas que me comprometen para ir a recoger los papeles póstumos del Club Pickwick.
Nota: en mi página de Twiter @gloriaupeguiv relaciono cada autor con el título mencionado en este escrito, en el mismo orden en que aparecen insertos.