Por obra y gracia del papel que puede con todo,
Por obra y gracia del papel que puede con todo, Colombia ha sido declarada varias veces la nación más feliz del mundo, tras encuestas realizadas seguramente entre aquellos que, por ejemplo, no devengan el salario mínimo ni han tenido que someterse a las torturas capaces de producir el sistema de salud imperante. El cual, a propósito, y así se ha hecho constar en esas investigaciones sin ningún fundamento ni bases serias, es el tercero en el mundo en calidad y prestación del servicio, resultado que seguramente es producto de respuestas dadas por personas de estrato seis con capacidad económica para financiar sus dolencias.
Todas estas distinciones con las que en forma periódica les endulzan el ojo y el oído a los colombianos, no pasan de ser mentiras piadosas o informaciones típicas para llenar espacio en los medios, aunque algunas de ellas sí tienen absoluta veracidad: Colombia, por ejemplo, es el país más inequitativo del mundo, o por lo menos alcanza podio con sobrados méritos.
Esta abismal diferencia se da en todos los órdenes del acontecer nacional, en abierta pero aceptada violación permanente de la Constitución, desde su primera norma que consagra como inviolable el derecho a la vida y otra escrita con el deseo pero incumplida igual: “Todas las personas nacen libres e iguales ante la ley, recibirán la misma protección y trato de las autoridades y gozarán de los mismos derechos, libertades y oportunidades sin ninguna discriminación por razones de sexo, raza, origen nacional o familiar, lengua, religión, opinión política o filosófica”.
¿Qué podrá concluirse acerca del derecho a la vida y la protección consagrada para todos los ciudadanos, cuando a diario se incrementan los asesinatos -“sin sistematicidad” según las autoridades- de hombres y mujeres cuyo único pecado es haber padecido en carne propia la violencia generada por todos los protagonistas del conflicto nacional ?
¿Cómo no hablar de inequidad abismal al conocerse el exagerado número de guardaespaldas asignados a determinados personajes, cuyo desplazamiento por las avenidas semeja el paso de fortalezas rodantes, y compararlo con el grado de desprotección en que tienen que desenvolverse en sus actividades diarias quienes luchan por recuperar lo que les han usurpado?
Puede que no haya “sistematicidad” en la imparable cadena de asesinatos denunciados en los últimos días como usted afirma señor ministro de la Defensa, pero que inexplicable coincidencia que todas las víctimas hayan sido dirigentes sociales y campesinos visibilizados a raíz del proceso de paz.
Mientras una señora reclama airada porque de un grupo de 25 escoltas a su familia le fueron retirados siete, incluido de pronto el que le hacía los mandados, en Córdoba, Cauca, Antioquia y otras regiones, los campesinos tienen que enfrentarse a pecho desnudo contra aquellos empeñados en mantener el injusto statu quo dejado por el despojo y el desplazamiento.
La inequidad en Colombia no sólo es que en materia económica se confronten las miserables pensiones equivalentes a un mínimo con aquellas de decenas de millones de pesos que disfrutan algunos privilegiados, muchos de ellos sin merecerlas; es también, como en este caso, equiparar el desorbitado despliegue para cuidar a alguien y el asombroso grado de indefensión en que viven otros, tan colombianos como esos y tan merecedores de que se cumpla con ellos ese mandado constitucional que consagra el derecho a la vida.
Con sobrada razón el presidente Juan Manuel Santos afirmó que “los escoltas tienen mejor uso protegiendo a la ciudadanía que haciéndole el mandado a las señoras de los personajes”. Pero ojalá recuerde que entre esa ciudadanía estaban los líderes sacrificados, y están ahora quienes, con su ejemplo y sacrificio, siguen en procura de lo que era suyo y les arrebataron los violentos.
Twitercito: Como mejoraría la tasa de desempleo si todos los privilegiados y escogidos pagaran de su propio bolsillo a los encargados de protegerlos.