A la modernidad no le han faltado enemigos poderosos desde la iglesia católica, que buscó controlar las conciencias y negó su libertad por siglos, hasta los actuales políticos populistas nacionalistas
En esta era de posverdad, y de extinción de la vergüenza, en la que pululan (como decía defendiendo las mentiras de Trump su primera jefe de prensa) las verdades alternativas, en la que se construyen y destruyen personas (en su sentido clásico de caracteres) con un click, conviene apelar al racionalismo que nos legó la modernidad. No es cierto que la realidad y la ficción den lo mismo, confusión que algunos políticos populistas nacionalistas, con la colaboración del social media, intentan crear, derrumbando las columnas sustentantes del racionalismo que a través de la ilustración y las revoluciones de los siglos XVIII y XIX, cuestionando la autoridad de monarca y jerarca, nos legó la democracia liberal.
A la modernidad no le han faltado enemigos poderosos desde la iglesia católica, que buscó controlar las conciencias y negó su libertad por siglos, hasta los actuales políticos populistas nacionalistas que movilizan las masas extendiendo el escepticismo sobre los políticos globalizantes, al de los científicos e intelectuales; como también al del ordenamiento político (acorde con la democracia liberal) nacional e internacional. Si bien este escepticismo en alguna medida es justificado dada la agudización de la inequidad resultante de la globalización, bien puede convertirse en manos de esos demagogos en la entronización de la tontería de que cada cual tiene su verdad, lo cual deslegitima los procesos racionales que conducen al juicio sobre la verdad de una afirmación y a su articulación mediante el lenguaje. Destruida la legitimidad del conocimiento basado en un proceso cognitivo (que incluye acopio de información, intelección de las interrelaciones y responsabilidad de juzgar como real) y de la consecuente comunicación (que a su vez media ese proceso cognitivo), destruido los valores óntico del conocimiento y ético del lenguaje, siglos de progreso basados en estos elementos constitutivos del hombre como persona se ponen en cuestión. ¿Qué queda después de haber deslegitimizado la verdad y el sentido ético del lenguaje? Nazismo, Stalinismo, Maoísmo, triunvirato nacionalista turco (genocida de los armenios) y Erdogan (de los Kurdos), ISIS; cada cual con su verdad no cotejada con la realidad ni sostenida por una intelección ni afirmada (juzgada) como tal ni discutida en la intercomunicación, su verdad impuesta (por los iluminados que saben para dónde va la historia) mediante represión o propaganda. Así la deslegitimación de la verdad conduce a patologías sociales tribalistas que deshumanizan a sus víctimas (los diferentes) no menos que a sus autores.
Tres ilustraciones ejemplifican el irracionalismo antimodernidad: la iglesia tradicional preconciliar, el postmodernismo, y la falla y crisis de la democracia catalizada por la globalización. En lugar de reconocer en los DH la influencia del universalismo paulino y su afirmación de la dignidad humana (como hijos de Dios), la iglesia se replegó a una defensividad irracional contra la ciencia, la democracia liberal, etc. como si la ella no fuera para el mundo, principio que intentó recuperar el gran Juan XXIII luchando por sacarla del oscurantismo y el conservadurismo de los Papas Píos (condenadores del modernismo) mediante el concilio Vaticano II. Pero no hay necesidad de ir tan atrás, basta con considerar la estrategia anti conciliar de Juan Pablo II contraria a la libertad de las conciencias (para no hablar de la regresión de Benedicto al ultramontanismo de los Papas Píos) manifiesta en dos posiciones marcadas por la deuda acumulada a lo largo de la historia con la mujer, además de aquella con la defensa de la libertad de las conciencias por parte de modernidad. Primero, Humane vitae, convenciendo (como Ms Wojtyla) a Paulo VI de ir en contra del concepto de la comisión (teólogos, moralistas, médicos, científicos congregados por éste) que recomendaba dar libertad de conciencia a los creyentes de usar medios anticonceptivos. Este lamentable error (basado en una concepción precientífica del proceso de implantación que desconoce que la sobrevivencia de los cigotos no es determinística sino estocástica) se tradujo en una emigración de creyentes y en una alianza de la Iglesia con las fuerzas que conducen al hecho de que la geografía de la pobreza coincide con la geografía de la falta de anticoncepción. Es una falta de respeto con la mujer (más aun de la mujer pobre) y con la dignidad de su cuerpo y su sexualidad reducidos a un aparato reproductivo a dejar funcionar ‘naturalmente’ en vez de considerar (más allá de gestos efectistas inefectivos como pedirles perdón), respetando la libertad de sus conciencias, su esa sexualidad como parte de su proceso personal. Viene a la memoria el gran monje alemán que se constituyó en predecesor de la modernidad plantándosele al poderosísimo (incluso sobre el papado: reforma inglesa) Carlos V, a sus esbirros e inquisidores, con su afirmación de la libertad de las conciencias: “No, yo ni puedo ni voy a retractarme ya que no es ni seguro ni correcto ir contra la conciencia. Aquí permanezco, no puedo hacer nada diferente. Dios me ayude. Amén” (Lutero en la dieta de Worms 1521). Una afirmación de la libertad de las conciencias asimilada por la ilustración en la forma de los DH, que tuvo que esperar cuatro siglos para ser asimilada por la iglesia en el CVII. Es esta visión de Juan de Iglesia para el mundo la que Francisco está luchando por restaurar (en una encarnizada lucha con la curia y el colegio cardenalicio heredados de Juan Pablo II).
Segundo, ya como JPII en Ordenatio Sacerdotalis, también reflejando la milenaria desvalorización de la mujer por la iglesia católica, las priva del acceso al sacerdocio. Todas las denominaciones protestantes (en muchas de las cuales hay mujeres obispos) ¡e incluso islam! van adelante de ella en otro aspecto relacionado con el universalismo paulino (ya no hay hombre-mujer) heredado por la ilustración y el sacerdocio universal de los creyentes, la ordenación de las mujeres. Desde sus orígenes en el misogenismo judío (particularizado en los esenios) y del monaquismo primitivo, pasando por la calumnia de Gregorio el grande a María Magdalena como exprostituta, hasta Humane Vitae y Ordenatio Sacerdotalis se manifiesta esa desvalorización; la cual a su vez refleja el problema que la Iglesia (también influenciada por Agustín) se creó con la sexualidad (empoderándola al demonizarla; psicoanalíticamente: la proyección de los deseos negados reprimidos en sí mismo, así demonizados, en las hijas de Eva la tentadora, pecadora, lo cual se refleja también en su culto a la virginidad). Calumnia de Gregorio tan inventada como una supuesta tradición bíblica o teológica o histórica (ordenación de diaconisas en la iglesia primitiva) que excluya a la mujer del sacerdocio.
Además de demeritar a la mujer, es perfectamente irracional que la iglesia prefiera privar a millones de fieles de los sacramentos por mantener una norma con argumentos tan pueriles como que Jesús (un hombre de su tiempo: tampoco voló en avión… ni habló de esclavismo o anticoncepción) no ordenó una mujer (como si además no tuviera ya suficientes problemas en materia de conflictos sobre costumbres con las autoridades judías). La iglesia sigue manteniéndose en la premodernidad patriarcal incapaz de imitar al mundo moderno (el marcado por la modernidad) en reconocer el estatuto y derechos de la mujer y lo absurdo de la histórica perdida para la sociedad que ha traído consigo su marginamiento a lo largo de la historia. Sigue marginándola y así descalificando las capacidades de cientos de miles de mujeres profesional y académicamente competentes, con una profunda formación teológica, muchas de ellas pertenecientes a órdenes dedicadas al servicio de la humanidad en las escuelas y en los hospitales. Feminismo y Modernidad se corresponden en términos del universalismo paulino y la libertad luterana de las conciencias que manifiestan, tanto como ese patriarcalismo se corresponde con la lucha de la iglesia contra la modernidad y por conservar su control de las conciencias.
Finalmente, el postmodernismo le prestó un servicio a la modernidad señalándole su dogmatismo y el cultura-centrismo de sus afirmaciones universales, así como la relevancia de particularidades y especificidades en el conocimiento humano. Sin embargo, su argumento de que cada uno tiene su propia narrativa puede llevar a deslegitimar toda búsqueda racional de la verdad, considerando el conocimiento como un mecanismo de poder. Aunque este argumento tiene algo de sentido (ej. el etnocentrismo anglosajón imponiendo su forma de gobierno a todas las geografías, un horror si consideramos Trump y Brexit) la dosis de antirracionalismo que puede llegar a conllevar es un antecedente filosófico de la actual deslegitimación social del conocimiento y de la verdad. En realidad, ¿quién puede cuestionar los frutos de la modernidad (de los cuales depende el mismo postmodernismo): libertades individuales, racionalismo científico, universalismo de los DH, etc.?
Pero ¿qué más moderno que la globalización (racionalización tecnocrática mundial de no solamente de la vida económica sino la social también: Facebook, Google) y que mejor deslegitimación de las elites que la involucrada en el bandazo populista antiglobalización? Este tiene un fundamento económico incuestionable: la globalización concentró sus beneficios en las elites con ventajas en capital, conocimiento e integración en las redes (productivas/comerciales, financieras y tecnológicas) que la constituyen; y correspondientemente marginó (en su dinámica inherentemente concentrancionista-excluyente) a enormes masas de la población. Pero esa pérdida de confianza en las elites ha involucrado la desconfianza con su discurso, incluyendo la racionalidad científica (climate deniers). Por un lado, esas masas marginadas por la globalización ridiculizan el argumento de los economistas de que en un mundo globalizado todos estamos mejor; y por otro, han sido manipuladas en su justificado descontento por nacionalistas populistas que deslegitiman las élites, particularmente los tecnócratas; un extremo de los argumentos muy racionales de la teoría critica (escuela de Frankfurt) y del postmodernismo (conocimiento como poder) que está llegando a irracionalidad.
Trump personifica los extremos de irracionalidad a las que conduce esta convergencia: incongruencia, incoherencia, falsedad, extremismo, fundamentalismo, tribalismo, agresividad. Lo que sumado a su espeluznante omnipotencia narcisista y otros desordenes de personalidad se traducen en el caos que está creando en todas las instituciones que encarnan un ordenamiento racional a las relaciones internacionales basado en los valores de universalismo e igualdad de la modernidad. Cuán dañina puede ser la des legitimización de la racionalidad y la integridad personales, coincidentemente con la explosión del tribalismo nacionalista populista, lo estamos viendo en el caos creado por Trump cuestionando el ordenamiento jurídico político internacional (Kioto/Paris, múltiples tratados), particularmente en Medio Oriente (con su escalamiento contra Irán y su vía libre a los turcos para que masacren a quienes les hicieron la tarea de derrotar a ISI, resucitando así a éste). La democracia liberal esta sitiada en un mundo tripolar (USA, China, Rusia) en el cual las socialdemocracias europeas (cuarto polo único capaz de ofrecer una alternativa al neoliberalismo nacionalista de Trump y al autoritarismo del partido o de los oligarcas gánster en el poder), están en crisis.
Del irrespeto por la verdad y la extinción de la vergüenza se sigue un irrespeto por el orden, los compromisos, y por la persona de los diferentes; y de ese irrespeto se sigue el desorden que los Trump y los B Johnson, los Erdogan y los Modi, los Bolsonaros y los Maduros, están esparciendo, no sin la colaboración de los gigantes del social media que se niegan a invertir en los algoritmos que les permitirían disminuir el flujo epidémico de fake news propagador de la mentira y el odio; al cual está pérdida del sentido ético del lenguaje abre las puertas al infundir miedo en la forma de paranoia tribalista basada en falsedades que rechazan al otro diferente, erosionando así los logros universalistas de la modernidad.