Con mentiras y teorías descabelladas jamás podremos pasar esta dolorosa página.
Hace poco me encontraba leyendo en una banca de un parque en Medellín. Se me arrimó un joven de unos 30 años para venderme una galleta. Me dijo que el precio era lo que yo le quisiera dar y también que era venezolano. Lo saludé y me mostró a su esposa y a su hija de dos años sentada en un coche. Conversamos. Llegaron hace tres meses de su país. No cuento sus cuitas porque ya muchos colombianos hemos escuchado historias similares. Lo que sí quiero decirles es que ese joven, su esposa y su bebé no eran agentes invasores del socialismo del siglo XXI.
Ya es hora de que en Colombia esta absurda polarización empiece a tener contenidos creíbles sin desistir de las ideas. Con mentiras y teorías descabelladas jamás podremos pasar esta dolorosa página.
Circulan por doquier mensajes absurdos y falaces desde todas las orillas. Es triste que muchos de quienes los generan o repiten son personas que uno cree cultas, con alta educación y ecuánimes. Pues no lo son tanto o el fanatismo les saca sus más bajas pasiones.
Hemos llegado a extremos inconcebibles:
“La dictadura de Nicolás Maduro […] hace parte de una agenda global para irradiar en la región el socialismo del siglo 21. Para ello la migración y las alianzas transcontinentales son parte de la estrategia para concretar ese propósito, el cual lo vienen desarrollando calculadamente. No nos equivoquemos, estamos ante un plan fríamente calculado para desestabilizar la región ejerciendo control y dominio territorial”.
Fueron palabras del flamante embajador de nuestro país ante la OEA el pasado dos de mayo en una sesión de dicho organismo. De “no creer”, expresó el director de Human Rights Watch, José Miguel Vivanco.
De no creer, pero ahí están esas palabras para que el mundo se entere de lo que pasa en este país. De por qué seguimos paralizados. De por qué algunos quieren volver los acuerdos de paz trizas.
“Ordóñese” de la triza.
Si todo un embajador ante la OEA dice esas majaderías -perdonen la expresión, pero no encuentro otra- y además nada le pasa es porque traspasamos los límites de la polarización absurda y vacía. Así jamás podrá darse un entendimiento en Colombia.
Y la situación es más grave. Tenemos un gobierno que ante esas declaraciones oficiales -sí, oficiales- está enredado diciendo y contradiciendo y negando y volviendo a decir.
Tragicomedia:
Primer acto: El embajador Ordóñez pronuncia esa tontería del siglo XXI.
Segundo acto: El canciller Trujillo dice públicamente que Ordóñez debe rectificar y agrega que “hablé personalmente con el embajador Ordóñez para señalarle que son inaceptables para el Gobierno ese tipo de actuaciones. Existe la determinación de parte del presidente Duque de tomar las decisiones necesarias a la luz de los hechos que se presenten”. Luego expresa que el fenómeno migratorio es responsabilidad de la “tiranía de Maduro” y del deterioro de las condiciones económicas, políticas y sociales por las malas decisiones del gobierno, más no de quienes salen de ese país buscando mejores condiciones de vida. Y remata diciendo que los embajadores tienen el deber de ser prudentes en sus declaraciones, en especial en este tipo de coyunturas.
Migrantes de Venezuela buscan refugio en Colombia
Tercer acto: El presidente Duque desautoriza a Ordóñez al expresar que los migrantes son víctimas del gobierno de Maduro y no son promotores de su ideología.
Cuarto acto: Ordóñez se toma sus calzonarias, mira al cielo y sólo retuitea un video del canciller donde éste habla de la real causa de la migración expresada en el segundo acto.
Quinto acto: La vicepresidenta Ramírez desautoriza a Trujillo. Expresa que a Ordóñez “se le interpretó fuera de contexto” y que “cualquier aclaración es innecesaria porque ya el propio presidente, el Canciller y yo hemos dicho que la inmigración venezolana es una tragedia que viene sufriendo el pueblo venezolano”. Luego “nombra” general a Ordóñez y le cuelga tres soles. ¡Plop!
¿Quién manda a quién?
En este país polarizado donde mentiras e insultos son asumidos como órdenes de pasar a la violencia, las declaraciones de Ordóñez son más peligrosas que tomarse 500 vasos de agua al día o uno de glifosato. Pululan los fanáticos que en cada venezolano o venezolana que se les atraviesen verán a un Maduro a quien hay que darle un golpe de Estado violento. Ha pasado.
Entonces yo recuerdo a la pequeña Emma, la venezolanita de dos años a quien cargué en ese parque mientras se comía la galleta que le compré a su papá.
Tan bella, tan dulce. Esa sonrisa... Emma. Tan diferente a Maduro, a Diosdado…
Y a Ordóñez.