Jesús Abad Colorado, en los momentos más difíciles de la guerra, ha sido uno de los pocos testigos directos de los horrores cometidos que debían ser retratados para que no pasaran desapercibidos ni se olvidaran.
“En Colombia yo no he podido saber quién es Caín y quién es Abel”. Esta frase acompaña la fotografía de un tablero escolar en el que se narra la tradicional historia bíblica del primer homicidio cometido por el hombre, de acuerdo con el cristianismo. La instantánea fue tomada en mayo de 1992 en una escuela de Alto Bonito, en Dabeiba, Antioquia, luego de la muerte de 14 militares en una emboscada guerrillera de las Farc. Es una de las primeras imágenes que se pueden ver al visitar la exposición El testigo: memorias del conflicto armado colombiano en el lente y la voz de Jesús Abad Colorado, producida por la Universidad Nacional de Colombia y expuesta en el Claustro de San Agustín, en el centro de Bogotá, justo al frente de la Casa de Nariño.
Esta muestra recoge más de 500 fotografías tomadas por el fotoperiodista antioqueño –uno de los principales testigos del conflicto armado en Colombia–, entre 1992 y 2018. Un recorrido por el dolor de las víctimas y la destrucción de los pueblos luego de los ataques de alguno de los grupos armados; un viaje por la Colombia más rural, que pocos conocen, y que ha sido el epicentro de los enfrentamientos en una guerra propia que se libra lejos de las ciudades; allá donde los armados ilegales han reemplazado casi todas las funciones estatales y deciden hasta los momentos en los que la gente debe abandonarlo todo y huir, para convertirse en extranjera en su mismo país.
Nada más entrar a la exposición, el visitante es recibido por la fotografía de un perro echado en el piso, precisamente ubicada a la altura de los pies, que refleja cómo las marcas de la guerra han quedado marcadas de diferentes maneras, siempre profundas y dolorosas. Al animal, en su vientre, quitándole su pelaje, le “escribieron” AUC. Esa huella es solo la introducción a una escena posterior, mucho más inconcebible… la imagen del brazo de una mujer indígena que no recuerda si fue violada por cinco o seis hombres quienes, además, rayaron en su brazo, con un objeto corto-punzante, esas mismas siglas de terror que le recordarán por siempre el horror de una violencia que ha llegado a extremos inimaginables y que ha golpeado con toda su dureza a las comunidades más vulnerables.
Jesús Abad Colorado, en los momentos más difíciles de la guerra, ha sido uno de los pocos testigos directos de los horrores cometidos que debían ser retratados para que no pasaran desapercibidos ni se olvidaran; noticias que llegaban a nosotros, los citadinos, como incidentes mencionados someramente en algún noticiero, y que contaban lo que las fuentes oficiales decían que había pasado. Él, ejerciendo con valentía el periodismo, retrató, por ejemplo, la gallardía de un pueblo como Granada que, después de ser víctima de un ataque de la guerrilla que dejó más de 258 viviendas destruidas, en diciembre del año 2000, salió a marchar en medio de la destrucción para decretar que su municipio era un territorio de paz que los armados debían respetar. Estuvo allí en exhumaciones fruto del proceso de Justicia y Paz, a las que asistían –como es el caso de su serie fotográfica– la abuela junto a su nieta, para ver cómo los restos óseos de la hija y madre desaparecida eran por fin encontrados.
“Chucho” estuvo allí y allá, en diferentes lugares, para contar una verdad que se distancia mucho de la de los opinadores incendiarios que se paran al frente de un micrófono a vociferar palabras de guerra, desde las comodidades citadinas y privilegiadas del poder central. Pone su lente en las víctimas, “esas personas que han estado perdiendo constantemente y que están cansadas, pero que en muchos casos buscan regresar a su tierra para reconstruir sus vidas y vuelven a sembrar en lugares donde recogieron sus muertos”. Esa es la paz que ellos sueñan. Esa es la paz que no han tenido.
Por esos meses en los que el actual Gobierno se levanta de mesas de conversación, destruye –por pedacitos– los Acuerdos de Paz ya firmados, desconoce a los campesinos y vuelve al uso del glifosato… por estos tiempos en los que ya no se habla de paz territorial sino de Venezuela… por estos días en los que la mirada de las víctimas parece importar menos, qué oportuna es la exposición de Jesús Abad Colorado y sus reflexiones.
“Si este país no se derrumba –dice en un pequeño texto de la exposición que acompaña una foto de Bojayá– es por la fuerza de su gente”.
Nota de cierre: hasta el 28 de abril estará expuesta esta amplia muestra fotográfica en el Claustro de San Agustín, en Bogotá, en la Carrera 8 No. 7-21 de Bogotá, D. C. Ojalá, la Universidad Nacional de Colombia haga de esta exposición una propuesta itinerante, que llegue a Medellín con sentido de urgencia, para que nos miremos en el espejo roto de la guerra.