Durante todo este tiempo el presidente se ha enfrentado con los medios y la opinión por no tomar en serio lo que se veía venir y no haber actuado oportunamente
Hasta hace muy poco los Estados Unidos lideraban en momentos de crisis. Franklin Delano Roosevelt puso en marcha el New Deal, un programa de alivio, recuperación y reforma de la economía luego de la Depresión de 1929. Harry Truman hizo lo mismo a través del Plan Marshall para la reconstrucción de la Europa posguerra. Más recientemente, George Bush hijo frente a las ruinas de las Torres Gemelas congregó al país para derrotar el terrorismo. Barack Obama sin pensarlo dos veces convocó a los expertos en salud para frenar el Ébola en África. Todos ellos tuvieron una característica que los distingue: liderazgo.
En estos últimos 3 años los Estados Unidos no habían enfrentado una crisis de las magnitudes que nos presenta esta pandemia. En esta oportunidad no hay un líder que llame a la unidad. Por el contrario, su arma preferida ha sido la división política, olvidando no solo que es el presidente, sino que su papel como figura global es imprescindible. Sus contradicciones y reversas son múltiples.
Apenas se conocía de la existencia del covid-19, Trump exaltó los esfuerzos del gobierno chino para después emprender una guerra de palabras que no termina. Ese tweet de enero se convirtió en una clara muestra de uno de sus repetidos disparates.
China has been working very hard to contain the Coronavirus. The United States greatly appreciates their efforts and transparency. It will all work out well. In particular, on behalf of the American People, I want to thank President Xi!
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) January 24, 2020
Preguntado sobre la responsabilidad que le cae a la administración en el manejo de la crisis, increíblemente se niega a aceptar la realidad poniendo siempre el espejo retrovisor. La primera tarea como primer mandatario es buscar soluciones. La falta de kits de prueba al comienzo de la pandemia le permitió al virus expandirse sin control alguno. Sin duda el número de muertos en Nueva York se ha debido a la escasez de esos elementos.
Las ruedas de prensa desde la Casa Blanca son una parodia donde el protagonista es Trump quien repetidamente afirma que lo que su administración ha hecho es “tremendo”. Las contradicciones son repetitivas. Sin evidencia, ha sugerido que el virus se desvanecería a medida que el tiempo fuera cambiando con temperaturas más altas. Contra la opinión científica de sus asesores, reiteradamente ha venido recomendando una medicina que no ha sido probada para el tratamiento del virus.
Nadie discute los errores de la Organización Mundial de la Salud por su cercanía con el gobierno chino y por la falta de transparencia confiando en la información que revelaba la contención del virus, así como los datos de contagiados y muertos. Trump tiene razón en cuestionar el aporte chino que no supera los 40 millones de dólares anuales, mientras los norteamericanos contribuyen con una cifra 10 veces mayor.
Suspender la ayuda a la OMS es un despropósito. Una cosa bien distinta es la situación presente donde esa organización hoy como nunca antes enfrenta desafíos en la distribución de pruebas y dar asesoría a muchos gobiernos en el manejo de la salud pública. Bill Gates, quizás el principal aportante individual a la OMS con más de 100 millones de dólares anualmente y la misma Asociación Médica Americana cuestionan la decisión como una movida muy peligrosa en “un momento muy precario para el mundo”.
Una forma de buscar un chivo expiatorio culpando a los demás. Durante todo este tiempo el presidente se ha enfrentado con los medios y la opinión por no tomar en serio lo que se veía venir y no haber actuado oportunamente tomando las medidas de salud adecuadas.
Mientras los expertos que lo rodean han advertido de los peligros que representa abrir la economía sin antes tener suficientes pruebas y certeza que el virus no cause más enfermedad y muerte, Trump obcecadamente quiere complacer a Wall Street y a los grandes de Fortune 500. Sin duda los pequeños y medianos negocios están a punto de desaparecer, pero está de por medio un sistema de salud que sigue siendo incapaz de absorber a los enfermos de manera adecuada.
Finalmente, para que no quede duda de las distracciones y culpabilidades ajenas, la administración decidió impartir una Guía para que los estados comiencen a relajar las medidas restrictivas. Trump había invocado equivocadamente su poder ejecutivo de manera que los gobernadores siguieran las instrucciones expedidas por la Casa Blanca. La respuesta no se hizo esperar pues el régimen federal les otorga esas facultades a los mandatarios locales. Una vez más, los deja a la deriva sin los recursos suficientes. La tarea es inmensa y esperemos que el remedio no sea peor que la enfermedad.