A la pobreza consuetudinaria, se suma la indolencia también consuetudinaria de gobiernos que simulan ser democracias, pero que en el fondo no pasan de ser manejos caudillistas
La realidad suramericana, textualmente está que arde. Por donde uno mira, no se ven si no problemas de todo tipo: ambientales, de legalidad, de legitimidad, de corrupción, de iniquidad, de violación a los derechos humanos, de desplazamientos forzados, de crisis económica, de pobreza, de injusticia, de hastío y últimamente, porque aquí todo nos llega tarde, de una “primavera suramericana” que nos llega con varios años de atraso con respecto a las protestas que se vivieron en Oriente Medio (La Primavera Árabe) y en Europa, y que finalmente solo tuvieron efectos reales en Egipto.
Y es que a la gente ya se le agotó su paciencia. A la pobreza consuetudinaria, se suma la indolencia también consuetudinaria de gobiernos que simulan ser democracias, pero que en el fondo no pasan de ser manejos caudillistas y de castas, que trabajan para hacer prevalecer sus intereses.
Una Argentina, potencialmente rica, devastada por los gobiernos peronistas y por los gobiernos antiperonistas que no han generado respuestas positivas en más de 80 años. En Brasil, país configurado como monarquía luego de su proceso de Independencia, el aire autoritario es inocultable y las opciones se sumen en la corruptela. En Perú, la solución propuesta por Fujimori hace algunos decenios no superó el peso de la historia y hoy están sumidos en el caos político. En Chile, la influencia militar y su imbricación con el poder económico son un fantasma permanente que ni los Chicago Boys, ni los gobiernos democráticos han podido espantar. Ecuador evidencia la lucha ancestral de los indígenas para reivindicar sus derechos en medio de conflictos políticos no superados. Bolivia, la hija del Libertador, nació con genética dictatorial y parece ser que así morirá. Venezuela, en medio de un modelo fracasado, no ha encontrado la forma de implementar una salida lo menos indigna posible al despelote en el cual se encuentra. Por las noticias escasas, no sabemos muy bien lo que pasa por Paraguay, Uruguay, Surinam y Guyana, que son también, compañeros de vecindario.
Si buscamos un hilo conductor o un común denominador a todos estos procesos, hoy encontramos la existencia de una fuerte polarización política (que es tendencia mundial), en nuestro caso, agravada por la aparición de caudillos que no alcanzan la dimensión de líderes, pero que sí tienen la suficiente fuerza para movilizar seguidores, incendiar las pasiones y auto permitirse el caminar por el delgado límite entre la legalidad y la ilegalidad.
Otro elemento desestabilizador es la corrupción, que dicho en lenguaje popular, “se salió de madre”. Ya se roba sin recato, sin pudor, a plena luz y con plena desvergüenza.
Adicionalmente a la corrupción se suma la impunidad debida a inexistentes poderes judiciales y aparatos de justicia probos y eficientes. Sostienen algunos pensadores que sin justicia, no hay sociedad y parece ser que tienen razón.
Parodiando a Eduardo Galeano, nuestra enorme riqueza natural nos llena de conflictos debido a la baja calidad de la clase dirigente que hemos tenido y que inexorablemente ha llevado al saqueo de nuestros pueblos.
Queda en evidencia además, que nuestros procesos educativos son mediocres y sirven para eternizar los desequilibrios sociales e inhiben la anhelada movilidad social.
De nuestra Colombia, tan mal querida y tan mal administrada, solo podríamos decir que es el caso rampante del pecado de la omisión: Un país tan pero tan rico, con tanta gente pobre, no tiene derecho a nada.
Lamentablemente estas protestas airadas por todo el continente sólo sirven de válvula de escape, de desfogue temporal para los oprimidos y de disculpa a los revoltosos para atentar contra la infraestructura que finalmente es usada, en mayor proporción, por las personas de menos recursos.
Sin embargo es un llamado de atención para toda la dirigencia suramericana, para que recuerde que el sistema feudal ya fue superado, que ha habido revoluciones que han colocado al hombre donde debe estar, en el centro del universo, que el hombre tiene deberes y tiene derechos y que la política se define como el arte de servir.
Por ahora, siguiendo las recomendaciones de Maquiavelo, seguiremos siendo testigos de cómo nuestra clase dirigente, los mal llamados caudillos, los líderes de tercera, seguirán explotando y azuzando el miedo, el odio y la esperanza, para que a partir de la premisa romana de la guerra de “Divide y vencerás”, sigan teniendo unos pueblos arrodillados y sumisos que en algún momento de la historia, como un gran volcán dormido, explotará, despertará, y ahí sí no habrá tiempo para corregir lo que se sabe que se está haciendo mal.
NOTA: Que yo sepa, no es necesario ser dirigente gremial para poder ejercer el cargo de ministro de Defensa.