El quizá desconocido valor del silencio en las democracias

Autor: David Roll Vélez
3 octubre de 2019 - 12:02 AM

Quizá sea más prudente no insistir en revolver el pasado, aprovechando la falta de memoria que nos concede la naturaleza, quizá no por razones totalmente casuales

Bogotá

David Roll Vélez

Borges decía en unos poemas que Buenos Aires era como el plano de sus humillaciones y frustraciones, lo que hace pensar que este obsesivo de la memoria, justamente el autor de Funes el memorioso, nunca se pudo librar con todas sus glorias de los fantasmas de su juventud arrinconada.

Los libros de superación, los asesores espirituales, los sacerdotes o pastores y los terapeutas suelen sugerir a las personas que hagan balance de sus vidas, casi siempre para mediante algún tipo de procedimiento dejar atrás las decepciones por lo logrado deficientemente, así como el dolor por las traiciones o ataques de que fueron víctimas a lo largo de su vida.

El problema es que, si esa lista es rica en personajes maléficos y situaciones desagradables, a veces resulta que la persona puede quedar más deprimida de lo que estaba antes e incluso caer en situaciones peligrosas de esas que generan las mentes desesperadas.

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Con la democracia sucede algo parecido, pues existen los centros de memoria histórica, y siempre estamos diciendo a nuestros alumnos e hijos y en general a las personas más jóvenes que deben estar agradecidos porque no les tocaron los desastres que vivió nuestra democracia en las pasadas décadas y que sufrieron las democracias del mundo entero y las no democracias.

Yo lo hago con frecuencia sobre todo en clase, pero a veces me pregunto si al igual que en la situación individual puede ser peligrosa esa recordación sistemática de desastres, para efectos del estado anímico de la joven sociedad. Es verdad que la historia de la humanidad fue un rosario de padecimientos y que sólo en los últimos años la mayor parte del mundo vive finalmente en paz, alimentados y libres de dictadores o de potencias extranjeras invasoras.

¿Será que es necesario recordarles a los que heredaron este mundo del tercer milenio sin pestes, casi sin guerras, con el hambre a punto de ser vencida, que en las guerras del siglo XX murieron casi 100 millones de personas y que en los siglos anteriores era normal la desnutrición, la desprotección y la muerte prematura?

También me entran dudas cuando ya refiriéndome a Colombia hablo de la guerra de los mil días, de la violencia de mediados de siglo, de los 50 años de guerra, de los abusos sistemáticos de los grupos armados independientes y oficiales, etc. etc.

Quizá pueda ser bueno que los asesores individuales no insistan tanto en estos balances, aunque realmente crean que esos procedimientos de perdón son efectivamente posibles. Pero también puede ser que quienes somos columnistas, profesores, conferencistas, blogueros etc., estemos de la misma manera equivocados cuando insistimos en recordar colectivamente las épocas más duras de nuestra democracia para animar a los más jóvenes.

La pregunta es si ¿puede exorcizarse el pasado individual o colectivo, mediante actos mentales de comprensión, recordación y voluntarismos psicológicos de olvido y aceptación?

En uno y otro caso la respuesta siempre será la misma: puede pasar cualquier cosa. Pero cabe preguntarse si de todos modos la botella está medio vacía o medio llena, según el sujeto que la mire, si no es mucho mejor no arriesgarse a hacer tales inventarios.

Conozco personas que pertenecen a iglesias en crisis y están felices con ellas, y viven en países con dificultades y ciudades caóticas y les encanta vivir ahí, y trabajan en instituciones complicadas pero se sienten afortunados de estar en ellas. Pero también es frecuente ver los sujetos que al parecer la suerte les sonríe y se sienten poco afortunados en la ruleta de las oportunidades.

Es por esto que quizá cualquier cosa que se diga sobre las democracias y sobre una democracia en particular en la que uno vive, sea tan intrascendente como tratar de convencer a los escépticos de que la vida nos sonríe, o al que todo le gusta de que las cosas no son tan de color rosa como las ve.

También dependiendo de la situación anímica de cada persona, habría que decirle si le conviene o no hacer balances, tanto de su propia vida como del país y del mundo en el que vive.

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Pero en términos generales, cada vez parece más cierto que a pesar de esa diferencia entre unas personas y otras, quizá sea más prudente no insistir en revolver el pasado aprovechando la falta de memoria que nos concede la naturaleza, quizá no por razones totalmente casuales. Esto también vale para las democracias, y quizá deberíamos deleitarnos en la ignorancia o indiferencia de los jóvenes respecto de hechos pasados complicados de nuestros países y del mundo y no romperles esa burbuja mágica en la que los hemos puesto a vivir con tantos esfuerzos. Quizá el silencio respecto de esos hechos sea un valor desconocido que no habíamos descubierto.

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