Hay un tercer factor que numéricamente igualó a muchas más personas que cualquier idea política en la historia de la humanidad: el progreso intelectual y especialmente el científico.
Si miramos bien porque hoy en día la mitad de la población mundial, 3690 millones de personas, están en la clase media, veremos que se debe más al progreso que a la democracia misma. Una prueba de ello es que esta clase social se duplicó en los últimos 10 años sin que hubiera grandes transiciones democráticas. El mejor ejemplo del siglo pasado es China, la cual desconoce a la democracia como modelo, pero que gracias al progreso económico creó en pocos años del fin del milenio a más de 200 millones ciudadanos de clase media, en un país antes casi totalmente lleno de marginados.
A pesar de ello, quienes creemos en el modelo democrático seguimos dedicándonos de un modo u otro a intentar contribuir a su perfeccionamiento. Esta es la obsesión actual, mientras que antes era la de evitar regímenes militares de izquierda o de derecha y desmantelar los que había. Ello se debe a que decenas de países transitaron a la democracia en los últimos 35 años, y los que faltan van en camino de ello, con excepción de unos pocos que están como “vacunados” contra ese sistema, por lo que es mejor arreglar lo ganado que aspirar a más.
El problema es, como dice Yuval Harari en su último libro sobre el siglo XXI, que ese modelo democrático triunfante a la vez está en crisis y hay desencanto frente a él, pues no funciona como se esperaba. Aunque no lo dice así el autor, esto seguramente se debe en parte a la propaganda de la “Guerra Fría”, que la vendió como la panacea doble de acción anticomunista y generadora de felicidad instantánea, como si de un repelente de mosquitos y bronceador dos en uno se tratara.
Sí es cierto que la fórmula que hizo posible la inclusión de grandes masas en un sistema de bienestar nunca soñado por los más optimistas, fue sobre todo la afortunada combinación de sistemas democráticos y políticas redistributivas. Por lo tanto ese combo hay que seguir pidiéndolo en ventanilla con insistencia y no permitir retrocesos. Pero si se mira bien, hay un tercer factor que numéricamente igualó a muchas más personas que cualquier idea política en la historia de la humanidad: el progreso intelectual y especialmente el científico.
Y es que si lo miramos bien, por ejemplo la mortalidad de los marginados no se disminuyó tanto con decretos como con vacunas y con el mejoramiento global de los sistemas de salud masificados. Incluso la famosa libertad de información y expresión, hoy camino casi de ser universal, tampoco fue una feliz coincidencia de decisiones parlamentarias. Se debió más bien a una serie de inventos que van desde la imprenta hasta el Internet y los teléfonos inteligentes, pasando por la prensa, la radio y la televisión. Además, el hecho de que tantas personas en el mundo vivan como solo unos pocos podían hacerlo antes de 1900, no se debe tanto a revoluciones de algún tipo como se piensa. Se explica sobre todo por la circunstancia de que gracias a los electrodomésticos, la modernización del transporte y otras invenciones ya no se necesitan los 28 criados que un noble requería para tener las mismas comodidades hace 200 años.
Curiosamente, el mismo Yuval señala que ese conocimiento sofisticado humano, especialmente en lo referente a la genética y la inteligencia artificial, va a llevar a la humanidad a un mundo muy desigual. Pero la verdad esas descripciones que hace de un mundo futuro parecido a los Juegos del Hambre o a Divergente, van en contravía con los argumentos del resto de sus obras, basadas en hechos comprobables.
Siendo uno de los autores que más admiro del presente siglo, sus siniestras premoniciones parecen más bien un temor sicológico inconsciente del autor por algún motivo personal. No sé si deba al hecho de pertenecer a un país asediado minuto a minuto, a una minoría sexual aún en desventaja social injusta y a un grupo humano que quizá fundó las religiones y ya no cree en ellas, pero su pesimismo es injustificado. Y es que superado ya el gran peligro mundial que hubo de destrucción nuclear masiva, vencido el comunismo en sus peores versiones, y domesticado el capitalismo en sus deshumanizadas facetas hasta un punto no soñado ni por Marx, no se entiende este catastrofismo estilo El mundo feliz de Huxley. Habrá obstáculos y grandes, desafíos y muchos, catástrofes quizá también, pero esperemos que nunca como las del siglo XX. Pero incluso aunque ello sucediera, todo parece indicar que la ciencia en algún momento posterior seguirá igualando a los hombres más que la política, y que nuestra defendida democracia quizá no sea más que la cerecita en el pastel del progreso humano universal y no la maquinaria que lo arrastra, como muchas veces pensamos.