Conviene revisar las tendencias mundiales respecto al auge de los extremismos y los candidatos antisistema, especialmente de derecha, con el ánimo de detectar algunos de los escenarios que han capitalizado para llegar al poder.
Jair Bolsonaro es el nuevo presidente electo de Brasil para el periodo 2019-2023. Aquel hombre que era citado a foros, debates y entrevistas televisivas para “darles picante” con sus declaraciones a favor de la tortura, de relegar a la mujer a un segundo plano, o de deplorar a los homosexuales y los afrodescendientes, hoy ya no es un chiste, sino que se ha convertido en el jefe de estado de la principal economía de Latinoamérica –teniendo en cuenta el Producto Interno Bruto de los países de la región– y del país con la mayor proporción de territorio amazónico.
Más que detenernos en el análisis sobre lo ocurrido en Brasil, que pasa por el cansancio de la población con los escándalos de corrupción asociados al Partido de los Trabajadores, la situación en Venezuela y su impacto en la región, la inseguridad, entre otros factores, conviene revisar las tendencias mundiales respecto al auge de los extremismos y los candidatos antisistema, especialmente de derecha, con el ánimo de detectar algunos de los escenarios que han capitalizado para llegar al poder.
En primer lugar, estos candidatos antisistema han crecido aprovechando el malestar social de una clase media que se siente traicionada por una política tradicional que le quita privilegios en vez de ampliarlos. En Europa, el paso del Estado de Bienestar al de Austeridad, ha permitido que diferentes líderes de extrema derecha hayan logrado construir un discurso asociado a la recuperación de ese estado ideal de las cosas que se ha perdido, según ellos, en buena parte debido a la ineficacia de la política tradicional y a la llegada de inmigrantes (tema que se ampliará más adelante). En América Latina, por su parte, el incremento de los impuestos en las clases sociales medias, los escándalos de corrupción en dineros públicos, y la cada vez más notoria desconexión de los políticos con las realidades sociales y las problemáticas del común de la gente, han contribuido a minar la confianza en las instituciones y en los partidos tradicionales, abriendo espacio a sectores radicales de ambos extremos.
En segundo lugar, en Europa, la llegada de los inmigrantes africanos y de países del Medio Oriente, junto con los atentados terroristas perpetrados, en muchos casos, por inmigrantes o por su primera generación de descendientes, ha posibilitado la revitalización de visiones segregacionistas. En América Latina, principalmente en países poco acostumbrados a recibir grandes migraciones como Colombia, ya se puede sentir cierto rechazo a los venezolanos que han huido de su país, especialmente por la precaria situación económica. Desde señalamientos por “quitarles” oportunidades de empleo a los colombianos hasta acusaciones –injustas y generalizadas– de “ladrones”, van calando en las conversaciones del día a día y, en cualquier momento, llegarán al debate público por vía de discursos excluyentes que empezarán a llamar la atención de la población y que se fortalecerán bajo la idea, ya vendida, del peligro del “castrochavismo” para la región.
En tercer lugar, los grandes medios de comunicación han centrado su mirada en estos radicales, en algunos casos con muy poco sentido crítico y más que todo desde una perspectiva anecdótica o llamativa, convirtiéndose de esta manera en amplificadores de sus mensajes, dando a conocer más ampliamente sus ideas extremistas, las cuales terminan por conectar con el descontento de un importante segmento de la población. Esas ideas, posteriormente, son criticadas por representantes de la política tradicional, logrando un efecto contrario que legitima lo radical aún más y fortalece su imagen como opción alternativa, antisistema.
Finalmente, algunos sectores de la izquierda, con su permanente mirada catastrofista y exagerada –con esa “fracasomanía” de la que habla el exministro Alejandro Gaviria, citando a Albert O. Hirschman–, también preparan el terreno para que el malestar social sea mayor y se abran nuevas oportunidades para los extremismos. Por supuesto, a la izquierda más radical también le sirve capitalizar el descontento social, pero el problema radica en que, en Colombia, casi ningún malestar puede ser más grande que el que se tiene por la izquierda o las ideas cercanas al socialismo, lo que termina beneficiando a los radicalismos de derecha.
Debemos estar vigilantes, porque las tendencias muestran que nuestro país puede ser el caldo de cultivo para que las ideas más radicales de la izquierda y, especialmente, de la derecha, se queden con el poder en unos años. Iván Duque aún logra ser una expresión muy moderada frente a otras voces en su partido que cada día ganan más notoriedad. Es indispensable que las alternativas de centro reaccionen a tiempo y recuperen el terreno y, sobre todo, la confianza perdida.