Es su odio el que es irracional. Lo que hacen para plasmarlo en acciones, es perfectamente racional
Se puede definir el odio desde una perspectiva del lenguaje cotidiano como el rechazo irracional –visceral- hacia alguien o algo, aversión que implica el deseo de hacerle mal a la persona odiada (en estricto sentido, uno no puede hacerle mal a una cosa porque ese concepto implica que el objeto del odio está en capacidad de sentir la fuerza devastadora de la pasión de quien odia). El odio todo lo puede: construye a la medida a su objeto, moldeándolo con las características que este necesita para ser odiado; y al hacer eso, le da sentido a la vida de quien odia. Y todo lo destruye, incluso al odiante mismo, que no puede escapar de la prisión de ese sentimiento que lo absorbe hasta dejarlo con un solo propósito en su vida, y que lo carcome hasta dejarlo exhausto.
El odio convierte al otro odiado en el odiante mismo, vive en él, robándole la vida; lo convierte en un ser de aniquilación a quien no le basta la destrucción del odiado: “puede incluso querer acabar con su estirpe y con su sangre para evitar que nada de él o de ello perviva. Que nada quede” (Ana Carrasco Conde https://www.filco.es/el-odio-que-todo-lo-destruye/).
Quien odia se transforma en un sujeto enteramente unidimensional, incapaz de albergar otros sentimientos, como el amor. Janet Fitch, en su novela White Oleander, comparó estos dos antónimos perfectamente: “Disfruto mi odio más de lo que he disfrutado nunca el amor. El amor es temperamental. Cansado. Exigente. Te usa y cambia de opinión. Pero ah, el odio lo puedes utilizar, esculpir, blandir. Es duro o suave, según lo que necesites. El amor te humilla, pero el odio te acuna”.
Estas reflexiones me vienen a la mente cuando analizo el propósito de la serie Matarife, del abogado de izquierda Daniel Mendoza quien se basó en las “investigaciones” de Gonzalo Guillén y Julián Martínez sobre el expresidente Álvaro Uribe Vélez. Los tres han hecho de su odio a este, el propósito de su vida, pero también, una forma de ganarse la vida. Detrás de ellos están quienes financiaron la serie, que tiene nada menos que cincuenta capítulos y, es altamente probable, los políticos para quienes Uribe representa todo lo que ellos detestan.
El expresidente está tan imbricado en ellos, que sólo con su destrucción moral, política y hasta física (recuerden que ha sido objeto de más de cincuenta atentados contra su vida).
La pregunta es ¿qué causa ese odio infinito? Las respuestas de los filósofos sobre lo que éste significa son, como todo en esta disciplina, variadas y encontradas. La más ajustada al sentido común es la de Aristóteles, para quien el odio es el deseo de aniquilación de un objeto; deseo éste, que perdura en el tiempo (Ética a Nicómaco). David Hume (Disertación sobre las pasiones), por su parte, conjeturó que el odio es un sentimiento irreductible que no es definible en absoluto.
Pero el psicoanálisis aventura una explicación sobre lo que es el odio: Yo odio al otro, como sujeto por lo que él representa. Ese otro tiene cosas que yo envidio y no poseo, y, por consiguiente, debo. destruirlo para no tener que envidiarlo, pues representa mi falta y mi carencia. Muchas veces obedecen a que el otro representa, lo que yo inconscientemente soy y no acepto (a los homosexuales o a los ricos), y/o lo que quiero exterminar por considerarlo una amenaza (el odio a los negros, a los judíos, o al capitalismo).
Siempre es imaginario, caracterizado este por el sentir visceral. Es decir, es completamente irracional y no está atravesado por la cultura (límites y leyes); por lo tanto no es mediado por la palabra, que implica haber hecho una metáfora. Las instituciones sociales – la civilización- surgen para resolver la pulsión de muerte, que resulta de una visión de la naturaleza humana predispuesta a la muerte y la destrucción. Es, entonces, el resultado de la lucha entre el amor (eros) y la muerte (tánatos). (Ver de Freud El malestar en la cultura). No es una interpretación muy distinta a la que hacen algunas vertientes del liberalismo filosófico, pero sí es muy atrayente porque viene del campo de la psicología social.
El marxismo, como teoría es precisamente la encarnación del triunfo de tánatos sobre eros, curiosamente para llegar a una civilización libre de odio (la sociedad comunista). En efecto, es el odio de clase, la conciencia de clase, convertida en lucha de clases para destruir a la burguesía, el motor de la historia.
Pero el odio de personas como Mendoza, Guillén y Martínez, no se explica sólo por el odio de clase. En ellos está exacerbado al extremo. Su odio no puede dilucidarse, como piensa Arendt en La banalidad del mal, por el hecho de que sean engranajes de una visión totalitaria que objeta el pensamiento, esgrimiendo preocupaciones por los oprimidos. No. Son militantes de una causa, pero su odio va más allá de ella. Por razones que desconocemos, pero que, en la teoría, están ligadas a los traumas de su infancia y a las negaciones de las represiones que los han habitado, reprimen lo que son, pero no saben (no son conscientes) que tienen un odio radical que supera el soporte ideológico. Su odio es más personal. No lo abandonarían si la causa social desapareciese. Su odio los iguala al objeto que quieren destruir. Como dice Lacan entre “(Más) odia, (más) es (El Seminario, Libro 20, Aún). Para ellos, la seguridad de su ser depende de no pensar (El Seminario, Libro 14, La Lógica del Fantasma). Su vida es inconcebible sin Uribe. Si este llegase a morir antes que ellos, su vida no tendría sentido, a no ser que se convirtiesen en carroñeros (ejemplos en la historia ha habido muchos).
Por supuesto, es su odio el que es irracional. Lo que hacen para plasmarlo en acciones, es perfectamente racional. Y si no, que lo digan todos los escritos, declaraciones, y ahora la serie El Matarife. Eso ha implicado minuciosa planificación. Y seguirán haciéndolo –ellos y sus cómplices y/o jefes). Es una manera de hacer política, su manera. El punto es, si esa forma de proceder surte el efecto deseado, destruir a Uribe y al proyecto que representa. Hasta ahora no han podido, y, es precisamente su desesperación la que los tiene haciendo series como esta, o utilizando bodeguitas incansablemente, y un largo etcétera (ponga usted sus propios elementos en ese etc.). La gente es más inteligente de lo que ellos piensan, y está harta de ese tipo de maniobras deleznables y pérfidas. Los ciudadanos saben que es legítimo hacer oposición. Lo que no aceptan es esa manera de hacerla, porque una cosa es confrontar con argumentos sustentados y otra, con calumnias y rumores infundados. Esa práctica presupone la mala fe y la maldad como antivalor de vida. No todo vale. No hay derecho. Pero hay esperanza.