Entendiendo las diferencias de los fenómenos de violencia colectiva, siguen siendo preguntas legítimas, qué nos pasó, que no sólo no actuamos, sino que justificamos el horror.
Por Max Yuri Gil Ramírez
Una de las más graves expresiones de la degradación de una sociedad que vive fenómenos complejos, prolongados y degradados de violencia es la pasividad de la inmensa mayoría de la sociedad, la cual evidencia el profundo deterioro moral que estos procesos generan. Además de comprender por qué las personas actúan de manera violenta, qué lleva a las personas a convertirse en victimarios y qué les pasa a las personas que viven estos episodios de violencia, a nivel individual, familiar, comunitario y colectivo; hay una pregunta de más difícil abordaje y es por qué la sociedad, la gente “de bien, normal” en una amplia acepción, no reacciona o peor aún justifica, los actos de barbarie.
Podría considerarse que hay un repertorio diverso de actitudes que caracterizan las posibles respuestas de la sociedad ante fenómenos masivos de violencia, que se suceden en el ámbito público, colectivo. Se puede considerar que tenemos un abanico de posibilidades que tienen en un lado la indiferencia por lo que pasa, justificada con la expresión “no tenía ni idea” que suele identificar esta actitud, hasta la colaboración activa en favor de un grupo violento, en forma de colaboración material, determinante y que está justo al lado opuesto en el intervalo de posibilidades.
En el medio, se podrían ubicar al menos estas tres opciones:
“No hicimos nada porque no hubiera servido de mucho”. Muchas veces la inacción se justifica en una actitud de presunta impotencia que, de entrada, renuncia a cualquier iniciativa y deja el campo abierto para el accionar impune de los violentos. Se basa en una justificación basada en el resultado, desconociendo que moralmente, no importa tanto si es eficaz lo que hacemos, sino lo importante de resistirse a lo que se considera injusto.
“No estoy de acuerdo, pero si unos lo hacen, se justifica que todos lo hagan”. Es la expresión de la justificación de los actos violentos basándose en que si un grupo violento realiza una determinada conducta, esto legítima que los demás lo hagan. En la competencia por obtener ventajas, la degradación de los grupos violentos en contienda se convierte en la autorización para generalizar la barbarie, sin mayor consideración por la dignidad humana, ni entender que no se pueden conseguir objetivos loables con medios abominables.
“Es terrible, pero si les atacaron, algo deben haber hecho”. Es una de las peores expresiones de la degradación moral, se traslada la responsabilidad a las víctimas y se les hace responsables de lo que les ha pasado, moviendo el foco de la atención de la acción violenta y sus responsables, a la presunta culpa de las víctimas, las cuales pueden haber realizado algo que justifica que su agresor les ataque.
Como se preguntaron muchos intelectuales luego de la explosión totalitaria del fascismo que se expresó en el proyecto nazi del Tercer Reich y que desencadenó la segunda guerra mundial, la pregunta central no era tanto cómo fue posible la locura colectiva del nazismo, sino qué explica que la sociedad alemana, tan culta, hubiera caído de manera masiva en la tentación autoritaria. A escala, y entendiendo las diferencias de los fenómenos de violencia colectiva, estas siguen siendo preguntas legítimas, qué nos pasó, que no sólo no actuamos, sino que justificamos el horror.
Estas notas se hacen con base en el libro El Mal Consentido. La complicidad del espectador indiferente. Aurelio Arteta. Alianza Editorial, Madrid, 2010.