Ya no hay debate libre, sino el punto de vista de una minoría que decide lo que es políticamente correcto.
Parodiando al Manifiesto Comunista, el fantasma fanatismo “progresista” recorre el mundo. Al contrario de lo que sus abanderados progres piensan, causas como la lucha contra el racismo no son patrimonio de Black Live Matters, BLM y Antifa. Cualquier persona decente en Estados Unidos y en la tierra toda, rechaza ese despreciable atavismo. La discriminación racial es intolerable. La discrepancia comienza con los métodos con los que se combate.
El uso de la violencia, impulsado por esas dos organizaciones que con una mirada marxista –“Somos marxistas entrenadas” dice Patrisse Cullors, fundadora de BLM (https://www.youtube.com/watch?v=HgEUbSzOTZ8&feature=emb_title)- para, a partir de la lucha contra esa práctica deleznable, destruir la democracia liberal norteamericana ejerciendo la violencia, invocando una mixtura que conjuga la lucha contra racismo blanco, con el combate al patriarcado, la familia tradicional y, en suma, la herencia cultural de esa sociedad, adobado en el fuego de la lucha contra el capitalismo. Todo en un paquete: para ser políticamente correcto, además de ser antirracista blanco, se debe ser anticapitalista, es decir, ha de ser socialista; además, feminista, en la concepción que esos grupos tienen de esta causa; defensor de los derechos de la comunidad LGTBI, a la manera como ellos lo plantean y promotor del fin de la familia tradicional, y como la ciruela del pastel, promotor de la violencia contra el establecimiento.
El fanatismo progresista, igual que el fascista y el religioso, practica el pensamiento único sobre estos asuntos: una sola manera de expresarse contra el racismo: la violencia y el desmonte de la policía, no su transformación.
Una sólo forma de entender el feminismo: el desprecio total a los valores masculinos; una única forma de entender la cultura occidental: la encarnación de la dominación capitalista, patriarcal, europea, blanca y excluyente. Una manera de entender la familia tradicional: esta es fuente del patriarcado, negación de los derechos de las minorías, y en consecuencia, la necesidad de destruirla, al mejor estilo del Manifiesto Comunista (https://blacklivesmatter.com/what-we-believe/).
El trasfondo filosófico de la filosofía del multiculturalismo que profesan les impide aceptar que la democracia liberal se fundamenta en la universalidad de los derechos humanos. La trayectoria histórica de la democracia liberal es la historia de la progresiva inclusión: así lo prueban, primero, el voto de los propietarios; luego el voto universal de los hombres; después el voto de las mujeres y las reivindicaciones propias de ellas, como la lucha por igual pago a igual trabajo, la liberación del trabajo doméstico no pago y la libertad de optar por las opciones de vida en el campo político o y/o sexual que les parezcan pertinente.
En efecto, es cierto que la sociedad Occidental ha sido patriarcal y que los blancos dominaron la cultura, practicaron el machismo y el racismo. Y que el capitalismo es una invención de esta cultura. Pero el desarrollo propio de las libertades y derechos individuales que la ha guiado, le ha permitido parir las doctrinas y los movimientos que los han o están sepultando.
Y qué decir de la libertad de opinión, organización y ejercicio política, entre otras libertades: BLM, Antifa y las organizaciones de izquierda radical en el mundo, incluida Colombia, pueden realizar su proselitismo y llevar a cabo sus movilizaciones y hacer políticas abierta, porque el Estado liberal da garantías para ello. Súmesele el reconocimiento de este, de los derechos sociales y económicos; los derechos de las minoría étnicas y culturales, y sexuales; los derechos medioambientales, y así sucesivamente.
Los marxistas de BLM saben a ciencia cierta que eso no ocurría en la Unión Soviética, en la que ser homosexual era un delito, profesar una creencia religiosa o ideológica distinta a la oficial era un delito; y que no sucede en Venezuela y Cuba, a las que admiran, en las que disentir es un crimen. Allí, no podrían derribar las estatuas de Washington o Lincoln, ni la de Cristóbal Colón –de paso, preparémonos para cambiarle el nombre a Colombia- que no tuvo nada que ver con el esclavismo, pero cuyo crimen consistió, según los fanáticos, en abrir el continente a los europeos que trajeron dominación y a sus prácticas depredadoras y esclavistas –gracias, entre otras cosas, a que muchos gobernantes africanos se lucraron de esa actividad y la practicaban con sus pueblos- pero que también llevaron las ideas que permiten ahora a los activistas negros desarrollar sus movimientos en Estados Unidos, e iluminar el camino de todos los luchadores por la libertad en el mundo. Todo hay que analizarlo en su debido contexto.
La locura fundamentalista lo ha llegado a atar iglesias cristianas y destruir o dañar gravemente a íconos y estatuas religiosas, por representar la fe blanca, sin que les tenga sin cuidado que fueron cristianos, como Martin Luther King, los que encabezaron la lucha por los derechos civiles.
La enajenación es tal que los medios de comunicación han comenzado, en Estados Unidos, a censurar a periodistas que no comparten la dictadura de los “progres” o, simplemente la cuestionan. Ahora, o se piensa como BLM o Antifa, que dominan las redes sociales, o se es acosado, estigmatizado, derribado moralmente.
Allí, un grupo de académicos progresistas, entre los que se encuentran Noam Chomsky, JK Rowling y Francis Fukuyama se pronunció en Harper’s contra quienes han fungido como policía del pensamiento a propósito del acoso al que fue sometido James Bennet, editor del New York Times, quien se vio obligado a renunciar por publicar una columna de un senador republicano que pedía una respuesta militar a las manifestaciones violentas promovidas por BLM y Antifa:
“El libre intercambio de información e ideas, que son el sustento vital de una sociedad liberal, está cada día volviéndose más estrecho. Aunque esperábamos esto de la derecha radical, lo censurador se está extendiendo más ampliamente en nuestra cultura: la intolerancia hacia las perspectivas opuestas, la moda de la humillación pública y el ostracismo, y la tendencia a disolver asuntos complejos de política en una certitud moral cegadora” […] Se producen llamados a imponer “represalias rápidas y duras en respuesta a lo que se percibe como transgresiones del discurso y el pensamiento”, (https://harpers.org/a-letter-on-justice-and-open-debate/).
Esta semana, la periodista Bari Weiss, encargada de publicar puntos de vista no progresistas, renunció al New York Times porque “ha surgido un nuevo consenso en la prensa, pero quizás especialmente en este periódico: esa verdad no es parte de un proceso de descubrimiento colectivo, sino una ortodoxia ya conocida por unos pocos ilustrados cuyo trabajo es informar a todos los demás. Twitter no marca los límites de The New York Times. Pero Twitter se ha convertido en su último editor. A medida que el diario ha adoptado la ética y las costumbres de esa plataforma, el diario en sí se ha convertido cada vez más en una especie de espacio de rendimiento. Las historias se eligen y cuentan para satisfacer al público más limitado, en lugar de permitir que un público curioso lea sobre el mundo y luego saque sus propias conclusiones”. (https://www.bariweiss.com/resignation-letter).
Es la dictadura que se impone a través de twitter, Facebook, etc. Hasta tal punto, que los dueños de los medios, en poder de conglomerados como Amazon y la familia Ochs Sulzberger, toman como líneas editoriales lo que los fanáticos expresan en aquellos. Ya no hay debate libre, sino el punto de vista de una minoría que decide lo que es políticamente correcto. Los dueños de las redes alimentan esa dictadura por temor a perder los nichos de publicidad que se manejan en ellas: los iluminados y los que piensan, por lo que crean comités de censura para impedir la publicación de algo que los moleste. La presión viene de las empresas que se lucran de ese mercado y amenazan con retirar sus pautas si no se obedece el criterio de corrección política de los fanáticos. Es repugnante.
En Colombia, las bodegas de la izquierda ejercen tal presión, que los medios obedecen también a lo que ellas imponen como discurso políticamente correcto. Hay que ver las noticias que publican, la permanente insistencia en golpear sin pruebas y con base a rumores a los líderes del centro derecha, el ocultamiento de las acciones de los progres, etc. Todo orquestado por banqueros, algunos con cosas que aclarar ante la justicia, y casas editoriales extranjeras. ¿Por qué? Porque las bodeguitas son las reinas de las redes y en estas, igual que en USA, están sus consumidores.