Me parece adecuado el homenaje a las víctimas que se está haciendo con el edificio Mónaco, o la exposición permanente sobre ese mismo tema que vi ya hace tiempos en el parque de atracciones Hacienda Nápoles.
Recuerdo muy bien la explosión del Edificio Mónaco porque vivía a pocas cuadras y también el día en el que tiraron un carro contra el garaje del hogar del primer alcalde electo de mi ciudad, Juan Gómez Martínez, casi justo al frente de mi casa. Algunos jóvenes valientes ponían anónimamente grafitis en las vallas antes de la madrugada con el simple eslogan: “Fuera Narcos”, y el grupo de amigos de la tertulia del ya desaparecido Café-Café de la plaza de El Poblado sabía que en cualquier momento podía explotar una bomba y acabar con nuestras vidas antes de cumplir 25 años, porque ya había estallado una cerca de la plaza de toros y la ciudad se estaba, con todo respeto a la tierra de mi abuelo: “libanizándose”. Fue el comienzo de una revolución sexual, porque los conservadores padres de familia de las clases medias y altas empezaron a rogarle a las novias y novios de sus hijos e hijas que se quedaran a dormir los viernes y sábados para evitar la noche, sospechando que la pasarían en los desgastados moteles de Caldas y de la vía a San Pedro, en la cual el humorista Montecristo tenía una casa cuyo nombre era “Aquí no es”. En efecto, lo único que nos salvaba anímicamente parecía ser el humor, porque el cuadro era bien negro, como lo pintan el montón de películas de narcos que se han hecho en los últimos años, a las cuales quienes vivimos esos tiempos nos resistimos a ver todo lo que pudimos, y hay varios que aún se niegan a ello.
Cuando empecé a encontrar en las vitrinas externas de tiendas en centros comerciales importantes del mundo camisetas del jefe del Cartel de Medellín, hace más de 10 años, fecha en la que apenas empezaba el fenómeno “Escobar”, me pasmaba. Luego entraba y trataba de explicar por qué debían retirarla de la vitrina, pero era inútil y desistí de cualquier intento similar en adelante. Luego, cuando ya se puso mundialmente de moda ese rostro y empecé hasta a encontrarme con mochileros extranjeros en Medellín que venían a “visitar la tumba donde está escondida la caleta” y cosas similares, me volví a ofender. Intenté explicarles, a unos jóvenes argentinos por ejemplo, que hacer eso es como si yo visitara la tumba del general Galtieri, el dictador argentino que mandó a miles de inocentes jóvenes de su país a morir a las Islas Malvinas para desviar la atención de sus atropellos contra los derechos humanos. Pero no entendieron y desistí otra vez de hablar del tema cualquiera que fuera la provocación. Más recientemente, cuando ya resultó imparable el asunto por las redes, decidí que es mejor enfrentar las Fake News con otras mentiras fabricadas, bien criollitas además, y le digo a todo el extranjero que me lo menciona que Pablo Escobar nunca existió: “Es un personaje de ficción, creado por un hábil guionista colombiano, que le ha vendido también la idea a varias productoras extranjeras, las que le han sacado jugo, y luego vino lo de las camisetas y demás, y ya no hay quien logre desmentir el cuento ese”. Y funciona, solo por un tiempo claro, pero es una venganza poética saber que luego los ridiculizarán en su país cuando vuelvan con su descubrimiento de trotamundos detectives del turismo del dolor.
Por eso me parece adecuado el homenaje a las víctimas que se está haciendo con el edificio Mónaco, o la exposición permanente sobre ese mismo tema que vi ya hace tiempos en el parque de atracciones Hacienda Nápoles, construido donde fuera el antiguo cuartel general de esa organización. Pero también es bueno reconcer que si bien nos dimos cuenta tarde de esa realidad, convivimos mucho tiempo con ella pasivamente aun después de conocerla. Yo reconozco que no fui capaz de cortar la amistad con un queridísimo compañero de derecho de la Bolivariana cuando me invitó a pasear en helicóptero y entendí a que se dedicaba su familia (aunque no monté). Tampoco rompí con una novia que tenía un familiar cercano que defendía en público a uno de los capos por ser algo así como el jefe de su hermano menor o algo así. Por último, no dejé de hablar con familiares o amigos que les vendían bienes a los narcotraficantes o iban a sus plazas de toros, aunque recuerdo que entre ellos se acusaban de estas debilidades y defendían la suya propia. Todo hay que decirlo, y cuando vayamos al museo Mónaco un poco de contrición silenciosa personal al respecto no estaría de más. ¿Que usted no? Felicitaciones. ¿Pero está seguro de que no fue de turismo a la Hacienda Nápoles en la época en que se convirtió en un Zoológico gratuito y Escobar era aún su dueño? Piense bien antes de asegurarlo, porque a todos cuando entrábamos nos filmaron, al parecer con una cámara escondida justo encima del avioncito ese del portal principal, dice una noticia, que puede o no ser falsa.