Se vienen días más difíciles para Colombia. El golpe de la pandemia no se ha sentido en todo su rigor. La campaña electoral ya comenzó y al país le conviene que al presidente Duque le vaya bien.
Todo parece indicar que la incertidumbre que causa la prolongación de la pandemia, junto con acontecimientos sociales y políticos asociados a esta, le pasaron la factura al presidente Duque.
En la última encuesta de la empresa Invamer Gallup, realizada entre el 19 y el 30 de junio, el 79% de los entrevistados cree que el país está empeorando; su aprobación bajó del 52% al 41%. Sé que muchos cuestionan las encuestas y no creen en la información que arrojan, pero esta es la segunda que muestra esa tendencia y sus resultados no se pueden desestimar.
Lo primero que hay que decir es que, difícilmente, un gobernante en la actual crisis del coronavirus sale bien juzgado por la opinión pública. La política siempre cruzará en la evaluación de su desempeño, que será percibido en el continuo entre malo y bueno. Esto, porque hay dos posiciones frente a la manera de enfrentarla, que no son incompatibles, pero que pueden ser presentadas como tales: sin vida no hay economía y sin economía no hay vida. En Colombia, Duque ha optado por una posición intermedia, que ha sido debatida furiosamente por la oposición encabezada por Claudia López, quien se presenta como defensora de la vida, como si las medidas de Duque, en el campo de la salud pública no estuviesen destinadas a defenderla.
En una democracia, los oponentes dependen de su capacidad de mostrar y hacer valer sus posiciones, en los medios y en las redes sociales, frente a los mismos acontecimientos. No basta con hacer las cosas; la gente tiene que percibirlas como buenas, para que el político gane el apoyo popular. No es que ser y percibir sean lo mismo. Es que la gente apoya o rechaza aquello que percibe y, que, en muchas ocasiones, no es lo que realmente sucede.
Y la verdad es que, la percepción que los ciudadanos tenían del presidente, antes de la pandemia, era mala. La imagen que transmitía era la de un gobierno que no tomaba decisiones y no concretaba sus programas; explicada, en parte, por su negativa a gobernar con partidos distintos a la colación que lo llevó al cargo. La falta de gobernabilidad, además, aumentaba innecesariamente las voces que le hacían oposición desde todos los espectros ideológicos. Pero no menos importante, era la oposición, ligada a intereses particulares, de ciertos medios y de las redes sociales, dominadas por feroces y, muchas veces, pagos bodegueros profesionales, que han logrado influenciar a importantes sectores de los jóvenes.
La pandemia representó un cambio en las condiciones del ejercicio del poder y de la política. Duque abrió espacio a la gobernabilidad y cambió su estilo de comunicación. Todos los días se ha presentado ante los colombianos por la televisión explicando sus medidas frente al equipamiento, tratamiento del covid 19 y anunciando sus auxilios y ayudas, decretando una apertura gradual de la economía, educando a la población sobre la manera de interactuar en público y en privado, etc. La gente lo estaba percibiendo como un líder eficaz, eficiente y ponderado. Por eso comenzó su ascenso en sus niveles de aceptación entre marzo 25, cuando decretó la primera cuareentena.
¿Qué cambio para que retrocediera su imagen? Es posible identificar factores de desgaste de Duque. La opinión es implacable. La gente está estresada y cansada con el confinamiento y las medidas restrictivas, pierde su trabajo, sus ahorros se esfuman, y lo culpan por ello.
Un gobernante puede hacer noventa y nueve cosas bien y una mal, pero los ciudadanos se concentran en esta y la magnifican. A pesar de todo lo bueno que ha hecho, y ha hecho mucho, hay quienes piensan que en el asunto de los ventiladores que tanto ruido han causado, ha faltado una posición más fuerte de Duque frente al Invima, que lleva más de tres meses sin poder determinar si aprueba o no el uso de los nacionales, que valen 10 veces menos que los importados – COP $8 millones versus COP$ 80 millones cada uno -, que tienen asegurada la financiación y están listos para producir en serie no sólo para emergencias, como decidió el presidente. Con la producción nacional no tendríamos que depender de importaciones a precios exorbitantes y los estaríamos utilizando ya. ¿Por qué tanta demora? Sería bueno que el presidente exigiera una explicación pública, ante el país, a los responsables del Invima y que los entes de control mirasen lo que ha hecho y está haciendo ese Instituto al respecto.
El presidente dice que no habrá vacuna hasta dentro de un año, como mínimo y los ciudadanos se preguntan qué está haciendo el país para proveer de una vacuna lo más pronto posible y de manera masiva a los colombianos. Los brasileños, por ejemplo, negociaron con Oxford para pruebas y transferencia de tecnología a partir de enero del año entrante.
Y respecto al tratamiento con Remdesivir, ¿se mantiene la política de que el tratamiento sólo se haga en estudios clínicos o se va a generalizar? En Estados Unidos la FDA autorizó el uso para tratamiento urgente y el Departamento de Salud y Servicios Humanos compró todas las existencias de ese medicamento en USA ¿Cuál es hoy la directiva del gobierno, más allá de su experimentación en estudios a nivel multinacional? ¿Estaríamos en capacidad de producirla masivamente en el país? Saberlo produciría poner las expectativas en un nivel razonable-
Ahora bien, hay un dato muy diciente en la encuesta: el 32% de los entrevistados piensa que el principal problema del país es la corrupción, mientras que el 85% cree que ese fenómeno está empeorando. También la percepción de corrupción golpea a nuestro mandatario ¡Casi una tercera parte piensa que es el problema central de Colombia! La oposición ha manejado muy bien sus cartas para acusarlo de corrupto a él o al expresidente Uribe, inextricablemente ligado al Duque, al que ya la CSJ le ha abierto, de manera absurda, dos investigaciones sobre los llamados perfilamientos y a la ñeñeñpolítica, insidiosamente amplificados por medios y redes. La estrategia de la oposición es clara: todo lo que golpee a Uribe perjudica al presidente.
Al propio Duque lo han señalado de haber recibido, afirma Petro, dineros para su elección. Y de mafiosos y extranjeros venezolanos, además. Una revista semanal, los portales noticiosos de dueños de medios que fueron favorecidos con mermelada por Santos, todas las bodeguitas de la izquierda, trinan y publican en físico y virtualmente “la noticia”. Diarios capitalinos, entre ellos, uno cuyo dueño es el propietario de un grupo financiero que está implicado en la trama Odebrecht, han dedicado todas sus baterías a filtrar audios y titularlos equívocamente, para inducir a engaño a sus lectores, dando por demostrado que sí hubo tales dineros sucios de la mafia, en el ya famoso caso de la Ñeñepolítica.
Ha contribuido el que una exfuncionaria de la Utl del expresidente Uribe, quien la confrontó públicamente, aparezca en un audio en el que habla con el Ñeñe y en el que este dice que van a “pasar plata debajo de la mesa” para la campaña de Duque en la Guajira. Y que hasta la directora misma del Centro Democrático haya tenido que dar explicaciones. La primera dice que la campaña no recibió dineros tramitados por ella; y la segunda, que tampoco, haciendo una distinción entre “dio” y “ofreció dar” y entre dineros para la campaña y dineros para el partido, respecto a COP$320 millones (y no US300 mil) que los socios colombianos del empresario venezolano entregaron al partido en esa época.
Los dos hechos están siendo investigados por la Fiscalía, quien determinará las respectivas responsabilidades. El país está a la expectativa y yo confío en que todo quede explicado. Pero es un golpe a Duque - de quien estoy seguro, por convicción íntima, que nunca apelaría a tales mecanismos- donde más le duele, porque le cuestionan la legitimidad y la legalidad de su mandato.
Y está el episodio de las violaciones de niñas por partes del Ejército. La respuesta del presidente ha sido inmediata y diáfana. Codena total, cárcel a los violadores, ninguna tolerancia a los mismos. Igual hizo el general Zapateiro. Pero, inmediatamente, los violadores de niños de las Farc salieron a rasgarse las vestiduras y los “decentes” a burlarse. Pero el ataque más infame proviene del hombre del elefante, el expresidente Samper, elegido con dineros del narcotráfico, quien apoyando a su familiar dijo que el ejército entrenaba institucionalmente a los soldados para este tipo de atrocidades.
Es clarísimo para todo colombiano de buena fe que nuestras fuerzas armadas han hecho un gran esfuerzo para acogerse a los estándares del Derecho Internacional Humanitario durante la confrontación. Igualar a un ejército legítimo con un bandido narcotraficante con o sin sombrero ideológico, es, repito, infame. Tanto como reproducir en ciertos medios una noticia sin análisis de contexto, dando por ciertas las afirmaciones calumniosas y titulando torvamente; llenando las redes de basura, ligando el hecho atroz a las políticas del gobierno. Pero habrá algunos que se lo crean.
Se vienen días más difíciles para Colombia. El golpe de la pandemia no se ha sentido en todo su rigor. La campaña electoral ya comenzó y al país le conviene que al presidente Duque le vaya bien. Todavía hay tiempo de recuperar y hacer crecer su imagen para que el proyecto populista que está al acecho, no triunfe. Y para hacerlo, es crucial que logre ajustar, donde de requiera, el manejo de la pandemia y que pueda desligarse de la imagen de corrupción con que lo quieren enlodar. Para ello, debe exigir a la fiscalía resultados prontos de las investigaciones relacionados con el Ñeñe. Y fijar públicamente sus posiciones al respecto.