Esa frase del “reacomodamiento de las estructuras criminales” suena como a reacomodamiento de las placas tectónicas. Es decir, nada qué hacer.
El incremento de homicidios en Medellín sigue siendo justificado por las autoridades como el “reacomodamiento” de las estructuras criminales por el control territorial ante la captura o muerte de varios cabecillas.
Sé que a la administración local y demás autoridades les preocupa la vida y la seguridad de los medellinenses, no dudo de sus esfuerzos y buenas intenciones. Pero desde hace mucho esa justificación empezó a sonar a frase de cajón que se volvió tranquila frase de paisaje. Eso no es justificación. Las autoridades (todas) están para desvertebrar esas estructuras criminales y con ello evitar los homicidios y demás delitos.
Pero ni lo uno ni lo otro. Las estructuras criminales continúan reinando, delinquiendo, matándose entre ellas y asesinando ciudadanos, sean quienes fueren. Cualquier vida vale.
Por otro lado, decir que esas estructuras vienen desde hace mucho tiempo tampoco puede ser excusa, mucho menos si homicidios e inseguridad aumentan. Asumir la lucha contra el crimen implica acciones eficaces y profundas que van más allá de mirar atrás. Es irresponsable ampararse en que son males de vieja data, en esta y en cualquier problemática. ¿Para qué se quiere gobernar y asumir funciones públicas si no es para mejorar lo que viene de atrás?
Gobernar y ejercer funciones públicas es comprometerse ante la ciudadanía a enfrentar un reto con éxito. Y acá hay un compromiso explícito.
Esa frase del “reacomodamiento de las estructuras criminales” suena como a reacomodamiento de las placas tectónicas. Es decir, nada qué hacer. Solo estar alertas, protegernos cada uno y atender los desastres del terremoto. Pero las causas de la criminalidad no son placas tectónicas milenarias contra las cuales nada qué hacer. Esa entrega es fatal. Son fenómenos sociales con remedios sociales posibles de diversa índole que, de todas maneras, jamás deben consistir solo en rasar la espuma “cazando bandidos” cabecillas remplazables al instante.
Y hay un mensaje aún más nefasto en esa retórica de las actuales autoridades con jurisdicción en Medellín: La frase justificativa expresa que ese reacomodamiento de bandas se debe a la disputa mortal por el control territorial de varios sectores de la ciudad. Como si nada… Es decir, al parecer lo grave es la lucha a muerte entre las bandas criminales por el control territorial y no que éstas tengan ese control; que lo grave es que se maten (que por supuesto es siniestro) pero no tanto que controlen la ciudad como amos y señores.
Un control territorial que deberían tener las instituciones del Estado.
Aunque la palabra “control” no es la que más me gusta por tener cierta connotación antilibertad, la uso para ser más claro. Control significa, en principio y en su empleo más frecuente, que los territorios no estén a la deriva sometidos a delincuentes y pandillas de cualquier tipo así sea, como tanto sucede, para preservar cierto orden que hasta incluye relaciones familiares.
No. Cuando ese control lo ejercen grupos privados (las mismas autoridades lo reconocen) se trata nada más y nada menos que de golpes de Estado. Igual sucede cuando algunos representantes de las autoridades actúan ilegalmente y abusan de su poder en ciertos territorios, ya sea autónomamente o en complicidad con esos privados. Ambos son golpistas.
Entonces, varios sectores de Medellín, al igual que de otras ciudades, municipios y regiones rurales de Colombia, han vivido y viven en constates golpes de Estado, inspirados en las ganancias económicas ilegales y en ideologías tanto de derecha como de izquierda o en su mezcla.
Pero control territorial no es solo “mantener en cintura a la delincuencia” y conservar el orden público en un territorio. Control territorial es también mantener presencia institucional activa y eficiente en los territorios, presencia con servicios públicos, vías, educación, salud, oportunidades de empleo, justicia y cultura, entre otros. Este control en sentido más amplio es la base del control coercitivo del Estado, la primera acepción.
Para ese control -que prefiero llamar presencia- es clave el capital social. Mantener y promover el tejido social conformado por organizaciones y líderes comunitarios que participan y gestionan; que representan, defienden e impulsan minorías, sectores económicos y causas locales y regionales. En Medellín el capital social deja mucho que desear pese al admirable esfuerzo de varias organizaciones y líderes que siguen creyendo en el trabajo comunitario y en la vida.