Fajardo estaba en otro plano sin dejar de lado la agenda del día a día, y sin menospreciar el estilo ni las prioridades de sus contendores.
Bueno, tenemos un nuevo presidente y, además, militante de un partido opositor a quien nos gobernó durante ocho años. Es muy posible que haya cambios, no solo de talante sino también institucionales y en orientaciones y políticas. Pero también es posible que pese a los cambios no varíe mucho la vida de los colombianos. No sería la primera vez que esto suceda, que nuestras penas y alegrías sigan el curso de los últimos 40 años, por decir un período de tiempo.
Aunque pareciera el tema medular y obvio de cambio, no hay claridad sobre el destino de los acuerdos de La Habana. ¿Trizas? ¿Modificaciones? ¿Cuáles puntos? ¿Serán todos posibles ante el blindaje constitucional? Una cosa dice el presidente Duque ahora, otras ha dicho antes, otras dice la vicepresidenta, otras los congresistas del Centro Democrático, en fin. Claro que habrá cambios, pero no sabemos su intensidad.
De resto viene lo acostumbrado, lo que todos los candidatos debatieron en campaña cuyas diferencias, para ser francos, no fueron siempre de fondo. Sí en los énfasis y en algunas ideas desechadas por unos y prometidas por otros. Pero hubo consenso (siempre lo hay) sobre la necesidad de reformar los sistemas de justicia, pensional y de salud, entre muchos otros. Sobre los temas que nos desvelan a los colombianos de a pie y que siempre son parte de los debates y promesas de campañas. Otra cosa es que se cumplan y qué tanto cambien nuestras vidas. Son los temas de rigor en las agendas de campañas que de una u otra forma afectan el bolsillo de los ciudadanos y su bienestar físico y espiritual.
Sin embargo, además de lo anterior que sin duda debe proponerse, reformarse y opinarse, en Colombia tenemos un problema más profundo, causa de nuestros males y que de no enfrentarse de nada sirven esas agendas de rigor mencionadas.
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Se trata de un cambio cultural, así de simple como les puede sonar a algunos y de complejo como nos puede sonar a otros.
Ese cambio cultural toca varios aspectos del “cómo somos los colombianos”. Toca la ética, la cultura ciudadana, el respeto por la vida, la buena política, la coherencia en el pensar-decir-actuar, la democracia transparente, la sacralidad de lo público, la honradez, la prioridad de la educación y la decencia, entre otros. La ausencia y deficiencia de esos valores dan lugar a los fanatismos, a la corrupción, al irrespeto por la vida y los bienes ajenos, a los malos tratos personales, a las injurias, a la cultura del vivo y a otras miserias sociales que impiden que cualquier cosa prospere.
En las pasadas elecciones presidenciales Sergio Fajardo entendió la prioridad de ese cambio y lo puso en la agenda pública de campaña. Esa era la lectura (es) que yo le daba a su discurso plasmado en sus maneras e ideas políticas que muchos tildaban de tibias por inconveniencia o incomprensión. Esa era la gran diferencia con los demás candidatos, eso era lo distinto que le veía la gente, unos a favor y otros en contra. Por eso algún periodista dijo que era “un candidato para Noruega”, otro que era un simple profesor y que así no se hace la política ni se gobierna. Fajardo estaba en otro plano sin dejar de lado la agenda del día a día, y sin menospreciar el estilo ni las prioridades de sus contendores.
Fajardo perdió (perdimos) las elecciones y no sabemos qué futuro tomará como dirigente. Es mi deber decir acá que era mi candidato, lo ha sido varias veces y lo considero un líder nacional clave para la Colombia de hoy, incluso al margen de los resultados electorales recientes. Con él y un grupo de soñadores fundé su movimiento, Compromiso Ciudadano, hace casi 19 años y durante ese tiempo hemos forjado una enriquecedora amistad que me ha permitido conocer el gran valor nacional que tiene, en especial en la fracturada Colombia de hoy.
¿A qué viene esta columna? No estoy lanzando a Fajardo para el 2022. Solo quiero decir que si no cambiamos la cultura en todos los aspectos de nuestra vida, por muchas reformas que se den, por leyes que se expidan, por políticas públicas que se formulen, los colombianos seguiremos patinando en lo mismo. Trato de decir que así seguiremos otros 200 años si un líder y la mayoría de ciudadanos no comprendemos dónde está el meollo del asunto. Puede ser o no ser Fajardo. Hay varios que lo pueden hacer y tampoco será tarea de un solo gobierno. Pero por ahí era y es ‘la cosa política’.
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