Colombia no se quedará sin servicio de transporte aéreo, tal vez, inicialmente no del tamaño del de principios de 2020, pero el Gobierno tiene un As bajo la manga que podría sacar ahora y ese As se llama Satena
Nadie duda de las funestas consecuencias económicas que se derivarán de la actual pandemia. Lo que sí se empieza a revisar y a escudriñar con cuidado es cómo cada sector, cada industria, cada comercio venía manejando sus recursos y cuán organizadas tenían sus finanzas al momento de entrar en cuarentena.
Muchas empresas han vivido del día a día, es decir, han vivido de lo que la caja diariamente les provee, sin crear ahorros importantes y, digamos, sin mantener un colchón de donde echar mano en los momentos de crisis. Si no venden y cobran, no viven.
Ahora bien, para tener con qué producir (o prestar el servicio) están los préstamos que lo facilitan, pero muchas empresas tienen sus cupos crediticios al tope, ya que las garantías que les pide el sector financiero están comprometidas, así que más angustioso se vuelve tener que vender y cobrar para poder seguir operando. Claro, en tiempos difíciles puede llegar papá gobierno a ayudar, por ejemplo, ofreciendo garantías para el crédito que la empresa piensa pedir, pero aun así hay casos en los que si no es regalado no les sirve y ese “regalo” puede ser invirtiendo el Estado en acciones de la compañía en dificultades, cosa que hay que verla con lupa porque el dinero llegaría de lo que pagan los contribuyentes y ello obliga a no invertir a la loca en donde los riesgos son mayúsculos, además, porque si resulta que la mayoría (digamos 85 o 90%) de las acciones del negocio están en manos de extranjeros y, a su vez, éstos tienen una serie de cruces de préstamos entre sí y con la empresa en dificultades, pues el panorama se oscurece. O sea, que el Estado sea accionista de esa maraña sería muy complicado para quien deba decidir si invierte allí o no.
Pero, como se dice por ahí, los males son cobardes y no llegan solos. Es el caso de esta pandemia que ha afectado a todos los sectores (bienes o servicios), así que la lista de los “pobres” para ayudarles es muy larga y los recursos oficiales muy limitados.
Queda otro recurso y es del pedir a los dueños que capitalicen la compañía, pero éstos, frente al balance de la empresa, tienen temor de inyectar más recursos, muy especialmente si la empresa no es buscada o apetecida por alguien que quiera adquirirla a buen precio. Así, pues, las fuentes de financiación se agotan y la compañía debe seguir defendiéndose hasta que los recaudos por ventas alcancen a mantenerla en pie.
Si le vamos a poner nombre a una de esas empresas del ejemplo anterior tendría que ser uno muy parecido a Avianca.
Avianca presentó un balance desalentador del ejercicio 2019. Su endeudamiento es enorme. Sus socios mayoritarios, que son extranjeros, han prestado a la compañía y hay allí un cruce de compromisos mutuos difíciles de analizar desde afuera. Al señor Efromovich le prestó United Airlines 450 millones de dólares y la garantía son las acciones de aquel en Avianca. Pero la empresa del señor Kriete, presidente de la junta directiva, también le hizo préstamo a Avianca. En fin, si el gobierno colombiano hoy se metiera a capitalizar a Avianca (claro, recibiendo a cambio acciones), ahora no sabría si va a terminar compartiendo propiedad accionaria con Efromovich o con United o con Kriete o con quien. Sería como entrar en un agujero negro, sabiendo que ya United Airlines reconoció como perdido el préstamo que le hizo al principal accionista de Avianca.
Que Avianca no es la única empresa emproblemada en el país, es cierto. ¿Cómo verían los contribuyentes colombianos que sus dineros fueran a solucionar con ayudas, a costo cero o a bajo costo pero sin garantías sólidas y sin futuro cierto, a una empresa mayoritariamente de extranjeros? Difícil asunto para el Presidente Duque y para el ministro Carrasquilla, no olvidando que, si del borde de la quiebra vamos a hablar, son muchas las compañías 100% colombianas (industrias y comercios) que la están pasando mal, su situación de caja es angustiosa y su grado de endeudamiento elevadísimo.
¿Podría Avianca ir a la banca internacional a pedir prestado lo que cree requerir y que el Estado sea garante de esa deuda? Tal vez, pero pesa mucho la reflexión de que si Avianca soluciona así la coyuntura, también le soluciona un problema a las personas extranjeras que son los dueños mayoritarios de la compañía, aparte de que hoy no creo que la banca internacional le reciba siquiera la solitud de préstamo. Quizá en algún cajón estaría la ley que permitiría otorgar esa garantía, aunque deja mucho qué pensar la condición de que son dineros públicos, aportados por los contribuyentes colombianos, dineros que son pedidos por muchas empresas 100% de colombianos que se enfrentan a la quiebra.
No hemos oído al presidente holandés de Avianca o a su vicepresidente financiero, también extranjero, hablar, digamos, de fusiones con otras aerolíneas y creo que es porque, si los mismos auditores externos de Avianca dicen que no ven clara la supervivencia de la compañía, ¿quién se mete? Aquel “truco”, de principios del siglo XXI, cuando dos aerolíneas quebradas resolvieron unirse en una alianza curiosa llamada Summa, ya se conoce y no es repetible.
Colombia no se quedará sin servicio de transporte aéreo, tal vez, inicialmente no del tamaño del de principios de 2020, pero el Gobierno tiene un As bajo la manga que podría sacar ahora y ese As se llama Satena. Que Avianca llegue hasta donde pueda y si se quiebra lo sentimos pero Satena podría recoger las cenizas y empezar, de la base que ya tiene y conoce, la estructuración de una sucesora de Avianca. Ahí sí el Estado podría invertir y sacar adelante un servicio esencial como lo es el transporte aéreo. La clave de todo esto es que hay que tener en cuenta a quién, en últimas, terminará salvando el Estado colombiano, pues Avianca pertenece mayoritariamente a extranjeros.