No es para aguar la fiesta, pero el haber pospuesto la reforma política fue un error grave.
La reforma política fue enterrada sin velorio ni dolientes y todo el mundo feliz concentrado en la selección de candidatos presidenciales y del congreso.
No es para aguar la fiesta, pero el haber pospuesto la reforma política fue un error grave, culpa de muchos más que los propios congresistas y el gobierno, incluyéndome.
El primer culpable es el gobierno porque la introdujo dentro del paquete de acuerdos del posconflicto, lo que dio muy mala prensa, ya que la mitad de los colombianos votantes estaba contra el tema en su conjunto.
Pero luego no fue capaz de defenderla, y además, debió haber explicado su necesidad más allá de los acuerdos y justificar la importancia de su aprobación en cuatro debates, no por los compromisos, sino por la necesidad de la misma.
También es culpable el gobierno porque la pasada reforma, la del Equilibrio de Poderes, de este mismo equipo y con el mismo ministro, se hizo sólo para quitar la reelección y no se tocó casi ningún otro tema importante, para no perder apoyos electorales, como se vio claramente después. Se dejó todo para luego y no funcionó.
Es también responsabilidad de los congresistas, porque no fueron capaces de darse la pelea como en el 2003 para recuperar su legitimidad y por lo menos haber puesto normas a aplicar en el 2022, como la lista cerrada y una lenta despolitización de las autoridades electorales. Tampoco estos organismos estuvieron a la altura, porque atacaron de frente el proyecto de la Misión Electoral sin intentar rescatar nada, por sentirse atacados.
Son igualmente responsables los Miembros de la Misión Electoral que redactaron la propuesta base y las instituciones que eligieron a sus miembros. Los primeros por haber querido una reforma excesivamente ambiciosa que requería un gran consenso nacional y no iba a ser aceptada sólo por el hecho de ser ellos unos expertos surgidos del acuerdo de paz.
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Y las instituciones que eligieron dicha Misión Electoral también fallaron por no haber hecho una selección pública y transparente en sus criterios que la legitimara ante el conjunto del país, sino una escogencia a puerta cerrada, de cuyos criterios nunca se supo ni se pudieron medir. Parecía surgida de la Habana, como en efecto lo era en parte, y eso le quitó fuerza. El mismo gobierno rechazó la primera propuesta y no defendió suficientemente la segunda. Realmente los ignoró en el fondo.
Pero el más culpable soy yo, y todos los que llevamos estudiando este tema por décadas y no hacíamos parte del Congreso, ni de la Misión Electoral y sus aliados. No supimos cómo movernos en ese torbellino de “reformitas” y “reformofobia”, a pesar de que sabíamos que una reforma electoral era necesaria. No encontramos cómo hacer saber que una reforma mínima era imprescindible, y perdimos el año con todos los anteriores.y
Como en las monarquías, ya murió la reforma, pues que viva la reforma, y esperemos no tener los mismos errores. Cada uno debe hacer lo propio. Y lo propio es lo que se hizo con la acertadísima o por lo menos buena reforma de 2003, que creó el umbral y otras normas para institucionalizar los partidos y generar gobernabilidad.
Eso que se hizo fue crear consensos, previos a la aprobación de las normas constitucionales, para lo cual hay tiempo pues se requieren ocho debates y dos legislaturas. Esperemos que no se demore tanto porque la del 2003 se diseñó realmente en 1995 y requirió varios fracasos antes de ser aprobada.
Esto es posible porque esos consensos ya se están alcanzando, y sólo falta sinceridad y valentía de los líderes políticos para que se aprueben en su momento. La lista cerrada llegará tarde o temprano y mejor temprano que tarde, así como la restructuración pausada de las autoridades electorales, pero no de manera tan radical como propuso la Misión Electoral porque eso no tiene viabilidad política.
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Estas normas y otras más de financiación, democracia interna de los partidos y temas clarísimos ya para los expertos nos harán falta en las próximas elecciones, y deberá la democracia sobrevivir a eso, pero no podemos llegar a las siguientes jornadas electorales de presidencia y congreso sin haber hecho la tarea.
La gran labor inicial la tenemos los académicos, quienes debemos evitar que nos dirijan nuestras conclusiones por parte de organizaciones que puedan tener intereses ideológicos y electorales, y hacer un debate sincero y democrático entre nosotros, para luego llevarlo al Congreso y a la opinión pública.
“Mea culpa” por haberme marginado del tema ante esa desconfianza de direccionismo, y prometo no hacerlo de nuevo. Porque la reforma política es necesaria y no se logrará sin un trabajo conjunto. Paciencia, pero empecemos desde ahora y no nos dejemos obnubilar por el proceso electoral y sus músicas. En los próximos meses publicaré un libro sobre La Reforma Electoral y propongo a quienes trabajamos el tema que lleguemos a consensos mínimos, más allá de alianzas e ideologías, para esta vez tener audiencia nacional. Como lo hicimos en el 2003 con éxito.