El libro es un testimonio de parte de la problemática que ha tenido Colombia desde la Colonia: El centralismo que hemos vivido
A finales del año pasado fue publicado el libro del periodista Enrique Santos Calderón, El país que me tocó, con cierto éxito en algunos sectores, en especial en las altas esferas bogotanas del poder económico, periodístico y político, precisamente porque es un libro cuyo contenido, por lo general, se mueve en los altos heliotropos capitalinos.
Y es apenas obvio si se tiene en cuenta que la vida de Enrique Santos ha transcurrido siempre en ese espacio. Él lo confiesa y ni más faltaba que fuera un pecado.
Confieso que esperaba un libro diferente, menos personal pese a contener sus recuerdos, pues dado el palco privilegiado que ha disfrutado el autor, suponía más análisis nacionales y profundos, así fuera entre anécdotas propias que considero necesarias para que ese tipo de obras no sean ladrillos.
Sin duda, el libro tiene valor. Al fin y al cabo la Historia está compuesta de historias personales y, para ser justos, no es que carezca del todo de análisis de interés general, sobre todo en el referente al proceso de paz que por fortuna lideró su hermano Juan Manuel. Sin embargo, el libro es un testimonio de parte de la problemática que ha tenido Colombia desde la Colonia: El centralismo que hemos vivido; un país cuyo manejo no ha salido de unas pocas familias bogotanas con una mirada deficiente e insuficiente de las regiones. Mirada despectiva a veces y que ha sido una de las causas de nuestro atraso nacional y de muchas violencias.
Se han dado excepciones, pero detrás de éstas también han estado esas familias y clase dirigente bogotanas de “rancio abolengo” y conservadurismo social que en un acto de estrategia -a veces disfrazado de generosidad- permiten que figuren provincianos, eso sí, también de ciertos abolengos regionales y casi siempre ya bogotanizados. Varias veces le escuché decir a Guillermo Gaviria Correa, el asesinado gobernador de Antioquia baluarte de la descentralización, que el centralismo es un virus del cual se contagian muchos funcionarios cuando se van a vivir a la capital. Mi comentario no es resentido ni nace de ideas de izquierda. No siento resentimiento -no tengo por qué tenerlo- y no me considero de izquierda. Para mí las categorías izquierda y derecha son hoy obsoletas y nada aportan.
Entre exquisitos menús, pandos análisis y anécdotas vanas unas, graciosas otras y trágicas una que otra, Enrique Santos deja asomar esa visión miope que tienen de Colombia él y sus coetáneos y antepasados de las “familias bien” de Bogotá, su sentimiento de realeza, su vanidad e incluso su arrogancia. Una exposición nítida de esa democracia monárquica que somos y de ese centralismo asfixiante y perjudicial expresado en primera medida en la forma como nos miran al resto del país. Somos como sus súbditos.
Luego de leer el libro uno le quisiera cambiar el título: No “El país que me tocó” sino “El Enrique que le tocó al país”. Es que en el libro lo importante no es el país sino Enrique Santos Calderón y, también, su familia. Reitero, entiendo que son memorias y que quien escribe memorias se pone en el centro porque es el que recuerda y escribe. Pero estas son unas memorias de un señor convencido de que por fortuna él estuvo y ha estado aquí para no dejarnos hacer tantas bobadas y para salvarnos. Eso sí: Reconozco para bien el papel que Enrique jugó en el proceso de paz con las Farc y varias de sus acciones anteriores. Pero es que el tonito…
Transcribo este párrafo que aparece apenas en la página 29 (de 283) del libro y que casi me hace desistir de continuar su lectura:
“Los primeros Santos que registra la historia oficial se remontan al siglo XVIII cuando en los preámbulos de la Independencia, apoyaron insurrecciones y fundaron guerrillas patrióticas en Santander. De ese núcleo inicial se desprendería una de las familias más influyentes de Colombia, cuya descendencia de políticos y periodistas fue determinante para el poder y la vida pública del país”. (Negrilla en el original).
Quizá sí, quizá no, quizá más o menos. Gracias Enrique y familia Santos por los favores recibidos pero eso no se dice su merced. Al menos usted, que me cae bien, no debe decirlo. De todas maneras, el libro vale la pena pese a usted con su vaso de Whisky en la mano mirándonos por encima a los agrestes provincianos.