Debo lamentar que Antioquia y Colombia pierdan, perdamos, una tribuna de expresión que va a hacer falta
Por LUIS ALBERTO GARCÍA
Muy triste me siento con esa noticia. EL MUNDO fue una hermosa ilusión de libertad de expresión, acunada en mis afectos cuando apenas tenía yo 21 años y leerlo por primera vez me llenó el espíritu de una singular emoción. Fue siempre el periódico que me gustaba leer, primero porque su estilo, sus periodistas y sus columnistas alimentaban esa ilusión inicial, le daban continuidad y la robustecían; luego porque sin buscarlo, durante algún tiempo fui su columnista y pude expresarme con entera libertad, hasta el momento en que mis ocupaciones públicas me aconsejaron guardar mis opiniones para escenarios que no comprometieran las entidades que representaba; también porque su director, el doctor Guillermo Gaviria Echeverri, me honró con su aprecio y amistad, y leer las opiniones profundas, inteligentes y orientadoras de un amigo como él era siempre una oportunidad inigualable; amistad que poco a poco se extendió a su familia, doña Adela y sus hijos, particularmente el inolvidable Guillermo Gaviria Correa, quien me hizo durante muchos años de su vida el honor de su confianza. Espero no haber decepcionado a ninguno.
Hay que decir finalmente, que más allá de los motivos tan personales que he expuesto aquí para haber querido y leído EL MUNDO, debo lamentar que Antioquia y Colombia pierdan, perdamos, una tribuna de expresión que va a hacer falta. Para quienes la usaron hasta hoy; para quienes disfrutamos sus lecturas hasta hoy; para quienes se entregaban día a día a la tarea de hacer el periódico una realidad cotidiana. En fin, para todos los que tenían un lazo afectivo, profesional, laboral, o simplemente de goce diario de su lectura.
Leído el último editorial quedan allí muchas reflexiones, paradójicamente optimistas, alrededor de esta pérdida, sobre la libertad, asociada a los derechos irrenunciables de información y expresión, y su futuro en la nuestra, cómo una sociedad hipotéticamente libre, así como también al de la privacidad como ejercicio de esa misma libertad.
No queda más que agradecer a Irene, y por intermedio suyo a todos los que nos regalaron por 41 años la oportunidad de tener EL MUNDO en casa todos los días; de manera póstuma a Guillermo Gaviria Echeverri y a Guillermo Gaviria Correa, y también a Aníbal, porque todos, de alguna manera, estuvieron siempre asociados a la permanencia de esa oportunidad de informar y opinar que fue EL MUNDO. Un abrazo y el deseo de un retorno. La esperanza se mantiene.