Es el determinismo falazmente científico de los marxistas el que fundamenta su actitud de imponer su concepción del mundo, de la economía y la política, por encima de los derechos y libertades individuales
Siempre ha existido una corriente determinista en el conocimiento que piensa que hay factores externos que determinan la conducta humana. Para ellos, la autonomía y la libertad no son más que una ilusión.
El determinismo en Occidente ha sido impugnado por parte de la iglesia católica que ha sostenido que, a pesar de que Dios tiene la cualidad de la omnisciencia (conocerlo todo), los individuos tienen libre albedrío (Dios conoce, pero no controla), pues de lo contrario, el malo y el bueno lo serían por designación divina. Y, claro está, por el liberalismo, surgido en las sociedades modernas, que piensa que cada individuo debe ser libre como consecuencia de su propia humanidad, que posee la capacidad de la razón y, en virtud de ella, es capaz de tomar decisiones racionales, y, en consecuencia, determinar sus cursos de acción, eximiéndolo así de la necesidad de ser regulados por códigos morales impuestos desde afuera.
En cambio, el determinismo ha sido defendido por corrientes cristianas como el calvinismo, que sostienen la predeterminación, por la que, desde el principio de la creación, Dios ha predeterminado quien se salvaría y quien no. Y por los marxistas, que todavía afirman que, así como las leyes de la naturaleza, las de la historia y de la economía determinan la inexorabilidad de la revolución proletaria, el socialismo y el comunismo. Esto a pesar de que la mecánica cuántica demostró que en el mundo subatómico no se puede predecir con precisión total el comportamiento de sus objetos de estudio, sino que estipula un grado de probabilidad de que lo hagan de una cierta manera, asestando así un golpe definitivo al determinismo científico en la física y, de paso, en la historia y la economía.
Es el determinismo falazmente científico de los marxistas el que fundamenta su actitud de imponer su concepción del mundo, de la economía y la política, por encima de los derechos y libertades individuales, porque las personas no están por encima de las leyes de la ciencia que dicta que la revolución es inexorable y sus portaestandartes son infalibles, con resultados tan desastrosos como los que se dan, hoy, en Cuba y Venezuela, con su dosis de corrupción, que compra apoyos con bolsas de comida para un pueblo previamente sometido al hambre y a la dictadura, o con contratos y subsidios sin límite, como hizo Petro en la alcaldía de Bogotá, mientras los “salvadores” se enriquecen a manos llenas con los recursos públicos.
Últimamente, como consecuencia de la expansión de la revolución tecnológica que conduce a la presencia cada vez mayor automatización y las máquinas de inteligencia artificial, basadas en algoritmos, se está hablando de nuevo de un mundo determinista que superará la sociedad liberal. El último libro de Yuval Noah Harari, Homo Deus, es un buen ejemplo. En la sociedad que se está configurando, los individuos serán reemplazados por máquinas inteligentes, capaces, en sus más altos desarrollos, de aprender sin intervención humana, diseñadas con algoritmos (sistemas de instrucciones para obtener un resultado), que permiten el autoaprendizaje. Estas máquinas, literalmente, dejarán sin trabajo a millones de millones de personas en el mundo. Desde consejeros financieros hasta médicos; desde profesores hasta conductores. Ya hay, incluso, proyecciones estadísticas que cuales profesiones desaparecerán en gran medida. Y las nuevas profesiones ligadas todas a las nuevas tecnologías, requerirán un entrenamiento especial para el cual no estarán capacitados la mayoría de los cesantes. La revolución tecnológica que estamos viviendo no producirá desempleados, sino inempleables, al decir de Harari.
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Estos algoritmos asumirán el control de la salud y decidirán cuáles son los tratamientos adecuados para cada paciente, pues tienen ventajas insuperables: acceso inmediato a las mayores bases de datos sobre enfermedades y medicamentos, tratamientos e investigaciones relacionadas, etc.; además conocerán tus gustos y preferencias, tus habilidades, tu entorno (algo que ya están haciendo Google y otros motores de búsqueda) y podrán recomendarte productos, actividades, y otras decisiones más complejas, como las políticas.
En una palabra, la autonomía y el libre albedrío desaparecerán en esta visión apocalíptica, que además se fundamenta en una interpretación de la teoría de la evolución en la que la libertad individual no existe porque toda acción humana es resultado de la necesidad o del azar (los dos componentes para explicar la evolución de las especies), lo que no deja camino al libre albedrío porque lo que un individuo hace está determinado por su genética que funciona como un algoritmo( basado en carbono, distinto al de las computadoras, basado en silicio, pero algoritmo al fin y al cabo); o por azar, y no debe confundirse un hecho azaroso con una decisión libre, porque la conciencia no es sino el resultado de procesos electroquímicos, sometidos a las leyes de la física, la química y la biología.
Ah, y que, por ahora, las máquinas no tengan conciencia, no significa que no la puedan tener: en algún momento se pueden desarrollar algoritmos que la modelen. Por ahora, maquinas inteligentes sin conciencia siguen tomando decisiones racionales a velocidades que no puede superar un ser humano, trabajan todo el día, todos los días, todo el año, todos los años.
Mucho de lo que se plantea está sucediendo o puede suceder. Incluso el gran físico Stephen Hawking ha alertado del peligro para la supervivencia humana de una inteligencia artificial desborda. Yo creo, sin embargo, en referencia a Harari y compañía, que hay un uso impreciso del concepto “algoritmo”. No se puede reducir al ser humano a un conjunto de instrucciones para obtener resultados y ejecutar procesos. Hay, por supuesto, sistemas del cuerpo humano que funcionan como algoritmos, pero no todo puede reducirse a la necesidad o al azar. Incluso si la evolución funciona con base en estos dos principios, como en efecto lo hace, la posibilidad de la decisión libre -con ciertas limitaciones, sobra decirlo, por los entornos naturales y sociales, y las características biológicas y culturales de cada individuo- han hecho de la posibilidad de la elección individual y de la interacción que esta produce, cada vez con mayor fuerza en la sociedad moderna, a través, en política, por ejemplo, por el voto y la participación, una estrategia de supervivencia de la especie.
Resultado de la necesidad o del azar, no sé, pero una u otra pudieron llevar a ella como una forma adaptativa para garantizar la permanencia de la especie.