No importa de dónde provengan las balas, los muertos colombianos son muertos nuestros, muertos que son hijos de una misma Patria
Sostienen quienes trabajan bajo el rigor científico e intelectual, que lo que no se mide no existe, hablando obviamente de las actividades humanas.
Recientemente unos estudiosos de la demografía han revelado que solamente el 10% de la población del planeta vive entre montañas, entre los cuales estamos obviamente nosotros los antioqueños. Y eso no quiere decir que seamos unos seres extraños, unos marcianos, pero sí hay que reconocer que se tienen algunas particularidades: Conservadores, tradicionalistas, familiares, desconfiados, arriesgados, jugadores, trabajadores, entre otras varias singularidades que a simple vista podrían entenderse como contradictorias.
El hecho es que en Antioquia existe la multiculturalidad y eso hace que en Antioquia tengamos varias antioquias al interior, lo cual potencia, y a su vez dificulta la comunicación, la interrelación y el ejercicio pleno de la tolerancia.
Una cosa es el antioqueño andino, el montañero, y otra cosa es el antioqueño de mar, el costeño, y otra cosa es el antioqueño que vive ellas riberas de los ríos, el chilapo; una cosa es el antioqueño que desarrolla la actividad minera, otra cosa el antioqueño que trabaja en la agricultura, otra cosa el Antioqueño que se dedica a los negocios, y otra cosa el antioqueño que se dedica a la ganadería.
Por sus particularidades étnicas y socioculturales, no podemos tener una comprensión homogénea del antioqueño mestizo, del antioqueño indígena, del antioqueño afrodescendiente, del antioqueño blanco y del antioqueño mulato.
Otro dato de interés es que un estudio reciente revela que solo el 3% de los colombianos hemos leído los acuerdos de paz, lo cual implica que las discusiones que se presentan hoy en día alrededor del tema, están enmarcadas, sesgadas y signadas por la desinformación, la ignorancia o el desconocimiento profundo de aquello a lo cual se critica o apoya.
Esta evidencia deja por el suelo nuestros procesos educativos, y en el subsuelo, nuestro desconocido concepto de ciudadanía.
Ante este desinterés, propio de una cultura indolente, si es que así se pudiera denominar a este adefesio social, es imposible pensar en una relación de respeto civilizado entre los habitantes de Colombia, cuya coexistencia y convivencia está hoy marcada por la intolerancia.
No importa de dónde provengan las balas, los muertos colombianos son muertos, nuestros muertos que son hijos de una misma Patria y muertos que se convierten en una pesada carga de vergüenza que debemos arrastrar entre todos, ante un planeta que ya sinceramente no sabe, ni cómo mirarnos, ni cómo tratarnos.
Soldados, reinsertados, líderes sociales, indígenas, periodistas, sindicalistas, campesinos, estudiantes, policías, jueces, políticos, ciudadanos del común, todos y entre otros tantos, sin excepción, tienen el sagrado derecho a ver respetadas y preservadas sus vidas y a tener un Estado que se las pueda garantizar. De no ser así, pues ya va siendo la hora de pensar en cambiar de Estado.