No puede ser que mientras en Venezuela el clero en pleno defiende la democracia y lucha con el usurpador Maduro, aquí altos miembros de la jerarquía respalden el discurso del Eln o las Farc.
La Semana Santa, hace tiempo transitó del recogimiento espiritual al turismo religioso y al turismo de playa o de paisaje. La religión como espectáculo y farándula. El fervor convertido en escenario en el que los espectadores llegan para ver la parafernalia. Algún autor dijo que las procesiones de Sevilla o Popayán, y otras semejantes, eran unas obras de arte, dignas de contemplación, independiente de su contenido. Sin lugar a duda, las dos mencionadas -y muchas otras en distinta escala-son todo un acto de boato con despliegue barroco de imaginería, cargadores y saetas, que podrían producir, a ciertas personas, al contemplarlas, alguna sensación de belleza. Los actores, curas, cargadores con sus capirotes, saeteros, portadores de cirios y de cruces, son actores, más que creyentes, que se preparan todo el año para su representación.
Y qué decir del adorno de los templos, que ha pasado de la adustez que, en su inicial intención debía presidir una celebración de esta naturaleza, a menos el Jueves y el Viernes santos, a un concurso en el que se compite, no por los creyentes, sino por los visitantes, que vienen a admirar la creatividad del ornamento en cada templo. Es el signo de los tiempos. La religión también puede convertirse en mercancía. Le da al Cesar parte de lo que es de Dios.
Todo esto, sin desestimar, que hay una gran cantidad de fieles que participan sinceramente en las ceremonias, como fervientes creyentes que son.
Yo, a la distancia del no creyente que, como Borges, tengo un profundo interés por el fenómeno religioso, simplemente registro esos cambios sociológicos y antropológicos de nuestra cultura, que trastocan el sentido de la doctrina -algo, absolutamente normal e imposible de detener. La gente tiene que vivir, las celebraciones reactivan economías que tienen en ellas importantes fuentes de ingresos, decenas de miles de pequeños vendedores pueden tener recursos que sin ellas no captarían, las empresas de transporte, aéreas y terrestres, la venta de combustible, hoteles, hostales viviendas de alquiler corto, en las ciudades de las celebraciones, pero también en otras.
Como se trata de un espectáculo, poco importan los mensajes de Semana Santa de la jerarquía católica. Algún resumen en la prensa y poco más. Y pienso que es hasta mejor que así sea. Qué distinto a lo que ocurría en mi niñez, cuando los sacerdotes componían piezas oratorias que eran oídas con atención por el pueblo.
Pero eso tiene una explicación. Algunos importantes miembros de la jerarquía y ciertos sacerdotes han tomado partido por la extrema radical que quiere destruir la democracia. Pueden no ser la mayoría, pero se toman la vocería de todos. No puede ser que mientras en Venezuela el clero en pleno defiende la democracia y lucha con el usurpador Maduro, aquí altos miembros de la jerarquía respalden el discurso del Eln o las Farc. Peor que darle al Cesar parte de lo que es de Dios, es dar a la extrema izquierda todo lo que es de Dios.
Y la gente, que no es tonta, los observa y los critica, pero sobre todo, pierde la confianza en esos que en su infancia, eran guías naturales y ahora son voceros de la subversión. Para muchos colombianos ellos ya no expresan la voz de Dios y han desertado de su fe por millones, frente a propuestas en las que sienten mejor representados sus intereses, ni espirituales, ni terrenales. La iglesia católica todavía es mayoritaria. Pero diez años más en esa práctica suicida y será uno más entre los credos cristianos que hay en el país.