Entregan dádivas y favores para poder medio asegurar una malsana gobernabilidad
Hablar de corrupción en estos días, se ha puesto de moda. Lástima que tengamos que esperar la destapada de un nuevo escándalo para ruborizarnos, caer en cuenta de lo que acontece y ha venido aconteciendo y hacer nuestros tradicionales despliegues fariseos de rechazo, señalamiento, lamento, rabias, impotencia, organizaciones de marchas y sobre todo de sorpresa ¡Hipócritas!
Hace dos meses se hablaba insistentemente de Reficar y hoy nadie ni lo menciona por cuenta de Odebrecht. Hoy estamos traumatizados con Odebrecht, inflamado por la politiquería oportunista de todos los bandos y pasado mañana nos sobresaltaremos con Piopio. Eso sí, seguirán apareciendo las excusas ridículas; unos dirán que fue a sus espaldas, otros dirán que se acaban de enterar, otros que se autoengañaron y otros que sus subalternos los traicionaron, pero ¡nadie sabía nada! ¡Pobres cornúpetas!
Insisto en que mientras un castigo ejemplar como la pena de muerte no se establezca, nuestra mezcla de sangres, proclive hacia lo ilegal, seguirá haciendo de las suyas, a costa de lo nuestro, del aporte de la gente seria y honesta, que como cosa rara, también existe en nuestro país.
El mal ejemplo cunde, y finalmente todos se acusan y todos se defienden, pues ha sido la manera tradicional de mantener el statu quo y poder sobrellevar este tipo de tormentas, que históricamente aparecen como pasajeras.
Que hay quienes pecan por la paga y otros que pagan por pecar, ha sido lo tradicional en nuestro país, liderado por los máximos exponentes del Estado a través de los gobiernos de turno, que con absoluta sinvergüenzada entregan dádivas y favores para poder medio asegurar una malsana gobernabilidad que no se han ganado por sus ejecutorias, sino por el chantaje permanente a los miembros de los distintos poderes, con las honrosísimas excepciones propias de cualquier actividad humana. Notarías, Embajadas, Nombramientos, Triangulaciones de favores, Contratos, Mermelada, Mantequilla, pautas publicitarias, entre otros tantos, son nombres eufemísticos para tratar de desvirtuar el concepto adecuado: soborno.
Y si la sal se corrompe, pues ahí ya no hay nada que hacer. Escándalos en el Poder Ejecutivo, escándalos en el Poder Legislativo, escándalos en el Poder Judicial, escándalos en las Fuerzas Armadas y de Policía, escándalos en las Iglesias, escándalos por aquí, escándalos por allá, y no pasa nada. Muy discretamente también suceden escándalos en el Sector Privado, pero se manejan con otro tipo de perfil, a no ser que tengan que ver con contrataciones con el Estado. Eventualmente un pobre infeliz es tomado como “Chivo expiatorio” y ahí sí se da un espectáculo digno de Robespierre o de Torquemada, donde el “peso implacable de la justicia”, caerá sobre todos los que infrinjan la ley. JUA.JUA.JUA.
Inmediatamente aparecen los tratamientos preferenciales: la casa por cárcel, los pabellones especiales, los implicados comienzan a padecer una serie de enfermedades que los hacen merecedores a múltiples consideraciones, los grandes y prestigiosos bufetes de abogados, muchas veces liderados por exaltos funcionarios de la Rama Judicial, hacen de las suyas, las peripecias para hacer vencer los términos hacen ver a los trapecistas del Circo del Sol como simples minusválidos (con el debido respeto) y la noria del establecimiento se auto aceita y se reconfigura para defenderse, sin tener en cuenta que lo más posible es que al final, a los pobres e indefensos implicados, les corresponda demandar al Estado, a todos nosotros, por la injusticia que se cometió con ellos, y serán indemnizadoscon cifras astronómicas ¡Ah vida verraca!
La Justicia no se debe torcer y cuando todo se esté cayendo, su Majestad debería salvaguardar lo que queda. Por eso sería de suma importancia que se distinguiera entre abogados litigantes y abogados filósofos del derecho, para que sean estos últimos los que de manera exclusiva puedan acceder a los altos cargos de las Altas Cortes y puedan ejercer sus responsabilidades siendo absolutamente neutrales, imparciales y objetivos.
La Justicia no debe tolerar que sus altos funcionarios sean enfermos mediáticos. ¿Quién sabe el nombre del Fiscal o del Procurador de cada uno de los países desarrollados? Casi nadie, pues ellos gozan de bajo perfil y lo que están es trabajando, no buscando cámaras y micrófonos como si fueran concursantes de un “Reality mediocre”, como al que nos tienen acostumbrados la mayoría de estos funcionarios. En este sentido, no nos ha ido bien con las figuras de Fiscal, de Procurador y de Contralor creadas o refrendadas a partir de la Constitución de 1991.
Enorme responsabilidad cabe también a todos los grandes medios de comunicación, sin excepción, por promover de manera flagrante o soterrada, un amarillismo que nos está envenenando y que hace que nuestras grandes causas y realizaciones pasen a un segundo plano, o no sean tenidas en cuenta porque no generan el maldito rating, quien es finalmente el que manda.
Mientras tanto, llenémonos de santa paciencia y de resignación. Sigamos insistiendo en que Medellín necesita un Centro de Espectáculos digno de sus aspiraciones como gran ciudad.