Se metieron las armas en esos contenedores, pero lo más trascendental: se metieron oficialmente las intenciones de usarlas para hacer la guerra.
Cuando el martes anterior se iban cerrando esos contenedores con las armas de las Farc adentro, yo sentía que se cerraban muchas cosas para Colombia. Muchos lo sentimos. También pensamos luego que varias cosas quedan por fuera de ellos, pero que parte de la historia es eso: cerrar y abrir puertas, desatar y culminar procesos.
Dicen algunos que faltaron muchas armas por dejar o entregar, por meter en esos contenedores. Es cierto, pero no de la forma como lo dicen. Se acordó que 700 armas quedarán hasta el próximo primero de agosto para la seguridad de los exguerrilleros en las zonas veredales. Y están las armas de las caletas -que no tienen las Farc en su poder- las cuales en pocos meses serán extraídas de allí por la ONU o bajo su supervisión para ser destruidas por dicha entidad.
Pero lo más importante: esas armas, las que están en las caletas e incluso las que en gracia de discusión dicen los incrédulos no se han entregado, desde hace un año no se usan porque hay un cese del fuego pactado, verificado y más que probado. Se metieron las armas en esos contenedores, pero lo más trascendental: se metieron oficialmente las intenciones de usarlas para hacer la guerra.
Y claro, también están por fuera de los contenedores las armas incautadas a las Farc durante varios años y las entregadas por los desmovilizados de la misma guerrilla durante mucho tiempo. Igualmente las del Eln, las de las bandas criminales y las de cientos de delincuentes de todo tipo en campos y ciudades. Y, claro, también hay y habrá millones de armas hechas y por hacer en cientos de almacenes y fábricas de armas en todo el mundo.
Pero es que la esencia de lo ocurrido el martes anterior no fue guardar unas armas, que sin duda también fue de inmensa importancia, no, en esos contenedores además de las armas quedaron 53 años de guerra, de destrucción, de muerte. Sí, imposible meter allí las cicatrices, los recuerdos, el dolor por ocho millones de víctimas y por 220.000 muertos. Cicatrices, dolor y recuerdos quedan en los corazones de las víctimas, lugar donde deben germinar las semillas del perdón, de la reconciliación y de la no repetición que ahoguen la venganza para que se detenga la espiral de la violencia. Para que no sigamos reciclando guerras eternamente como condenados al castigo de Sísifo.
Yo quisiera que en esos contenedores se hubieran guardado más armas de otro tipo, a veces más letales que las allí almacenadas: los odios que aún perviven, toda esa sed de venganza que no se puede confundir con justicia, las mentiras, los agravios, el miedo, los fanatismos, esta polarización perversa que nada tiene de ideologías ni patriotismos sino de soberbias y rencores. También que en esos contenedores se hubieran introducido la corrupción, la desnutrición de nuestros niños y su maltrato, la politiquería, en fin, tantas cosas…
Pero ya sabemos que es posible, que fue posible guardar allí una terrible y dolorosa guerra de 53 años. Si fuimos capaces de eso, seremos capaces de guardar esos otros males, como también la mezquindad, la leche maligna, tantas ambiciones y codicias de diversa índole. ¿Si fuimos capaces de lo más no seremos capaces de lo menos antes de que ese menos siga creciendo y se convierta en otro monstruo grande que pise más fuerte?
Guardar esas armas en esos contenedores, además del acto material concreto, nos debe llenar de esperanzas: es posible hacerlo con tantos males que nos aquejan. Y claro, debemos contenernos al expresarnos, debemos contener o, mejor, transformar el odio en comprensión, tolerancia y solidaridad para que nos ahorremos más contenedores. Son tan costosos en tantos sentidos…
Cerrojo: “Por vivir este día, por lograr este día, ha valido la pena ser presidente de Colombia”, dijo Juan Manuel Santos el martes anterior cuando se dio por terminada la guerra con las Farc en el acto de entrega de las armas. Confieso que Santos no es santo de mi devoción porque no me gustan muchas actuaciones suyas, sin embargo, yo me uno a sus palabras diciendo que “por vivir ese día valió la pena mi voto por él en el 2014”. Y no me importa la impopularidad del presidente, cambio popularidad por paz, por vidas... ¡Ah!, y no he recibido jamás un gramo de mermelada, he recibido miles de toneladas de paz para mi país. Eso es algo más dulce, ¿no?