Politiquería, inoperancia, caos y otras desdichas, acompañan al CNE, que ahora vive su rifirrafe y su escándalo.
Así como está en el título, lo es: Consejo Nacional Electorero y no Consejo Nacional Electoral. Dice el inefable Armando Benedetti, que el CNE es “un eunuco de la registraduría”. Y define al Consejo Nacional Electoral como “una dependencia exclusiva de los partidos políticos”. Por fin, nos pusimos de acuerdo en una, con Benedetti. Los opinadores de estos temas, se mueven entre acabar el CNE o reformarlo por un Tribunal Electoral, despolitizado.
Es que desde que haya magistrados que ingresan por un partido político visible, desde un origen partidista, estamos fregados con jota. Cuando un político se quema al Congreso, hay riesgo alto de que sea acomodado como magistrado del Tribunal Electoral. ¡Toda una vergüenza! El anterior presidente, el fallecido Heriberto Sanabria, fue concejal y alcalde de Florida (Valle), diputado a la Asamblea y Representante a la Cámara por tres periodos, por ese departamento.
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Una de las funciones más importantes del CNE es la de hacer vigilancia de los procesos electorales, en condiciones de igualdad. Da risa pensar que ello sea una realidad. En Estados Unidos, funciona como un Tribunal o Poder Electoral. Así debería ser: un órgano independiente y despolitizado, con académicos de campanillas. Hoy, se compone de nueve magistrados elegidos de ternas enviadas por los movimientos políticos, lo que significa que los partidos eligen a sus militantes y amigotes para que los vigilen. Ariel Ávila, ha dicho que eso equivale a: “Yo no te investigo y tú no me investigas”.
Su nómina la paga la registraduría y no tiene oficinas regionales. Un portal (Colombia plural) ha expresado que el sistema electoral colombiano, es una democracia ficticia. Cuando se mencionan al presidente y vicepresidente del CNE se habla de magistrados adscritos a partidos políticos. Acaba de surgir una puja por una silla electoral en el Consejo Nacional Electoral, que entra a la galería de lo vergonzoso y risible; de lo que encierra una rapiña politiquera.
Todo empezó con el fallecimiento de uno de los magistrados y presidente en ejercicio: Heriberto Sanabria, quien murió el pasado 6 de septiembre en una clínica de Bogotá, como consecuencia de un paro cardíaco. Para su reemplazo, quien debe tomar la decisión es el Senado de la República. Empero, el nuevo presidente de la corporación, dijo que iba a solicitar un concepto a la procuraduría y otro a la Sala de Consulta Civil del Consejo de Estado, pues en su sentir “esa vacante no pertenece a ningún partido político”.
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Se armó Troya. Se argumentó que quienes se encuentran legitimados para postular candidatos a magistrados del CNE son los partidos políticos. En ese ir y venir, Hollman Ibáñez, de Colombia Justa Libres, se posesionó ante el notario 27 de Bogotá como nuevo magistrado. Y apareció a asumir funciones, prevalido de que su derecho se reflejaba como integrante de una plancha que resultó elegida anteriormente y que seguía en la lista. Sin embargo, levantaron la sesión de Sala Plena, para taponar la incursión de Ibáñez, porque consideraban espuria la presencia de este personaje.
Ya se vinieron las demandas por ello: el presidente de Colombia Justa Libres. John Milton Rodríguez, dijo que denunciarán el caso ante la Procuraduría y que se pedirán medidas cautelares ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, por agresión y desconocimiento de los derechos del Ibáñez. El secretario del Congreso, dice que Ibáñez no cumple con los requisitos legales para ser magistrado ni con la experiencia requerida y no se doblega.
Y el novelón es completo: ya Ibáñez le dio poder al abogado Abelardo de la Espriella, para que tome acciones legales contra quienes se oponen a su actuación como magistrado. Politiquería, inoperancia, caos y otras desdichas, acompañan al CNE, que ahora vive su rifirrafe y su escándalo. ¡Pobre Colombia!