La vida del campesino Ciro Galindo se narra en este documental, un sobreviviente de la guerra que solo busca llegar a la paz.
Miguel Salazar, director de la película Ciro y Yo, habló sobre los retos de continuar indagando desde el cine la vida de las víctimas del conflicto, cómo salirse del lugar común y buscar crear consciencia sobre los efectos devastadores de la violencia en Colombia.
El cineasta decidió, por medio de un documental, contar la vida de su amigo Ciro Galindo, quien le ha huido a la violencia desde niño, la misma que le arrebató a sus hijos, esposa y tierras.
Como muchos colombianos, Ciro es un sobreviviente, que después de 60 años de vivir en medio de la guerra y sufrir sus consecuencias solo sueña con vivir en paz y dignidad.
En Diciembre de 1996, durante un viaje que hice a tomar fotos a Caño Cristales en la Serranía de La Macarena, mi guía de 14 años, John Galindo, se ahogó frente a mí. En la noche, sin saber cómo decirlo, le conté a su padre, Ciro, que su hijo se había ahogado. Todo lo que pasó ese día, el destino refrendó con una amistad que hoy continúa. La tragedia nos unió de por vida. Mi amistad con Ciro me ha permitido registrar de cerca muchos momentos de su vida y reunir un material de archivo muy valioso: fotos familiares, una entrevista de hace 10 años con Ciro y su esposa cuando aún vivía, un video que da cuenta de la forma como su hijo Memín fue utilizado para la guerra, otro video de cuando acompañé a Ciro a enterrarlo… ese material junto con el archivo noticioso me permite contar la historia de Ciro desde una mirada muy particular. Es una mirada íntima y cómplice, respetuosa, pero a la vez crítica. Y es una mirada que permite situar la historia de Ciro dentro de la historia de Colombia.
Creo que es necesario contar las historias de violencia en Colombia. No podemos hacernos los ciegos, pretender que no sucedieron, o pensar ahora que es mejor pasar la página y mirar hacia adelante. Es nuestra responsabilidad narrar el horror que se vivió en Colombia para que no se repita.
Uno de los primeros recuerdos de mi infancia, es mi abuela Cecilia mostrándome en un álbum viejo, la foto de su hijo asesinado por el ejército durante la dictadura de Rojas Pinilla. La foto en blanco y negro mostraba a un adolescente que parecía dormido, si no fuera por el gran orificio de proyectil que le atravesaba el cuello. Mi tío Ernesto Aparicio era un muchacho de 17 años, que salió a protestar contra la dictadura militar el 8 de mayo de 1957 después de asistir a misa en la Porciúncula en Bogotá, y recibió un tiro en el cuello por parte del ejército mientras cantaba el himno nacional. Esa imagen quedó grabada para siempre en mi alma, como evidencia de un país injusto bárbaro. Y el rostro de mi abuela, grabado de dolor por perder un hijo asesinado, narrando esta historia una y otra vez, es algo que no olvidaré jamás.
El crecer durante la adolescencia con el terror político de los extraditables, las guerrillas y los paramilitares tan de cerca dejó una huella indeleble en mí. Vivir en Colombia, o mejor aún, sobrevivir en Colombia, nos hace seres humanos atípicos, diferentes. La violencia nos ha marcado a todos de una u otra manera, y eso hace que nuestro ADN sea diferente, que nuestras relaciones humanas sean diferentes.
Desde muy joven, cuando fui a hacer las fotos de Colombia Panorámica, me encontré con un país que no salía en las noticias y que era desconocido en las ciudades. Un país cuya gente era recursiva, inventiva, buena. Un país un tanto ingenuo ante el poder del centro que de inmediato me maravilló. Sin duda la experiencia de la muerte de John y sus consecuencias, marcaron el camino que hoy sigo. El vivir una situación extrema, en una zona de guerra, y vivir el dolor en directo de una familia por la pérdida de su hijo hizo que mi vida nunca fuera la misma.
A donde quiera que Ciro ha ido, la guerra lo ha encontrado: “A mi todos los grupos me han hecho daño. Ejército, paramilitares, guerrilla, todos, todos me han hecho daño”, dice Ciro. Sus hijos reclutados por los ejércitos de la guerra; desplazado en repetidas ocasiones; su esposa Anita, una indígena que murió de tristeza. Ajeno al sistema, pero víctima del sistema, Ciro ha liderado una heroica lucha anónima por vivir la vida bajo sus propios términos.
A través de la historia de Ciro se puede comprender la historia de Colombia. Él es un testigo privilegiado, en terreno, de una guerra que parece distante y confusa, Ciro es un héroe poco común, que a pesar de todos los obstáculos y golpes, nunca optó por la violencia, ni hizo parte de un grupo armado. Lo perdió todo y aún así, a los sesenta años, sueña con una nueva oportunidad para él y su hijo. Ciro sueña con una casa, con un trabajo. Ciro está dispuesto a perdonar, pero no a olvidar.
Ciro & Yo narra el viaje de Ciro al encuentro con su pasado, en la búsqueda por rearmar su vida y construir un futuro para él y su hijo. El de Ciro, como el de Colombia en tiempos de paz, es un viaje a la memoria que busca darle palabra al dolor, un viaje para recuperar su dignidad. Esta película es un canto a la decencia, a la dignidad. Es una historia de dignidad humana en medio de la barbarie.
Creo que este documental muestra que esta sociedad necesita un pacto colectivo, una refundación. Todos los oprobios, injusticias y barbaries que puede padecer un ser humano, los ha padecido Ciro. Creo que la película busca que el espectador sienta empatía por Ciro, que al menos se cuestione por lo que le sucede a él e intente ponerse en sus zapatos. El Yo de Ciro & Yo, no es solo Miguel Salazar, sino también el espectador. Creo que para aquellos que siguen creyendo en la guerra, este es un canto pacifista. Es el gemido (pues ya no puede gritar) de un humano maltratado por otros seres humanos, que dice basta y está dispuesto a perdonar, pero no a olvidar.
Recurro a la oralidad en busca de respeto. El poner en escena el horror me parece un aberración. No me gusta la 'estetización' de la violencia. Me parece impostada, artificial. Diría que irrespetuoso. Siento que la historia (en mayúsculas) aún está muy cerca para ser representada, para ser puesta en escena. Por eso los gringos necesitaron 20 – 30 años para ficcionalizar la guerra de Vietnam.
El documental permite acercarse a los personajes de carne y hueso. A conocerlos de verdad. Nos deja meternos en sus casas, ver cómo son sus recuerdos, sus dolores, sus ausencias.
También permite experimentar con archivos, narrativas, y demás. Diría que es el formato que más permite la experimentación. El cine permite rescatar la memoria, la historia, recordar aquello que otros intentaron borrar.
La relación es de honestidad, transparente, frontal. Les cuento desde el principio lo que quiero hacer, como me imagino la película, como es su rol en ella, el rol de otros posibles personajes. Cuento toda la verdad, no me oculto nada. Empiezo a grabar desde la etapa de investigación, con un equipo muy chico, somos normalmente dos personas, el sonidista y yo en cámara. Lentamente voy construyendo una relación y generando intimidad. Me meto en su vida. Duermo en su casa, lo acompaño al trabajo, conozco a su familia. Logro que la gente se olvide de la cámara y que me cuente a mí, su historia. He aprendido que más que tener preguntas inteligentes hay que saber escuchar. Mi rol es permitir que el otro cuente su historia, y a la vez ser honesto en la representación que hago de ellos. Eso sólo se logra con confianza.