Debemos trabajar por construir empresas socialmente justas, económicamente viables y ambientalmente sostenibles
Cada época trae su afán y los cambios de hábitos, costumbres, procesos y herramientas, hacen del mundo de las organizaciones, un caldo de cultivo privilegiado para la experimentación continua, en aras de la búsqueda de la productividad, la competitividad, la viabilidad y el mejor ambiente de trabajo, entre otros varios factores.
Pero una cosa es querer acceder a nuevas metodologías y mejores prácticas, y otra lograr implementar modelos y sistemas de referencia a través de certificaciones que tratan de homologar formas de actuación, teniendo en cuenta algunos estándares reconocidos. Comencemos por el principio, en términos de Responsabilidad Social Empresarial. ¿Quién no recuerda la debacle de ENRON, en su momento padrino del ejercicio de buen gobierno corporativo a nivel planetario? ¿Alguno de ustedes amables lectores se ha tomado la molestia de estudiar los estatutos de ética de entidades como ODEBRETCH y de INTERBOLSA? Queda claro que un código de ética no se le niega a nadie, pero otra cosa es que lo cumpla en su día a día. “Luz de la calle y oscuridad de la casa” decían los abuelos.
Otro aspecto tiene que ver con las certificaciones en buenas prácticas para la elaboración, diseño y gerencia de proyectos, en un país donde ningún cronograma y ningún presupuesto se cumple. ¿De qué sirven estos ejercicios si muchas veces el certificado solo se emplea para engalanar la papelería oficial, las presentaciones institucionales y las cotizaciones de unas entidades que si acaso son capaces de “mantener el despelote interno bajo control”?
De igual manera, las certificaciones en calidad deben garantizar que los ideales de la actuación coincidan con lo realizado en el día a día, lo cual se debería reflejar en términos de una mayor productividad y de una mejor competitividad, lo cual en la mayoría de los casos, no deja de ser una quimera y un deseo casi que inalcanzable.
La forma y la moda no nos deben distraer de nuestros focos empresariales. Claro que hay empresas consistentes en su predicar y en su andar y organizaciones cuyos fundadores y directivos son verdaderos ejemplos de sindéresis y de compromiso.
Lea también: Algunas apreciaciones
Cuando se habla de públicos de interés, los llamados stakeholders, y de la manera como nos debemos relacionar con ellos, no podemos caer en la tentación de aseverar que el cumplimiento de las normas y principios legales es un logro, cuando esto es una obligación. Cumplir la ley, pagar lo justo, cumplir los compromisos, respetar la dignidad humana, no ser cómplice de malos manejos por parte de terceros, entre otras varias acciones, no es ningún mérito: en un deber.
Estas certificaciones nos obligan a medirnos con respecto a nuestra propia evolución y con respecto al comportamiento de aquellos actores que determinan el progreso de un subsector o de un sector económico.
La medición implica conocimiento profundo de la manera cómo se hacen las cosas, y la generación y seguimiento a indicadores, índices y parámetros que sirven para hacerle un adecuado y oportuno seguimiento a las labores operativas, a las labores tácticas, a las labores estratégicas y al impacto que generamos en el entorno.
El seguimiento, el control y el autocontrol son prácticas que no deben perderse si queremos que herramientas como la planeación estratégica, de verdad sean efectivas.
De igual manera, y sin pasar por encima de lo obvio, si la operación no está controlada, hablar de lo estratégico, suena un poco ingenuo.
Responsablemente debemos trabajar por construir empresas socialmente justas, económicamente viables y ambientalmente sostenibles.
Le puede interesar: Prosumo, logística y TIC
Insistimos en la necesidad de dotar a Medellín de un adecuado Centro de Espectáculos.
Faltan 27 meses para llegar al 2020, fecha en la cual propusimos que “Antioquia será la mejor esquina de América, justa, pacífica, educada, pujante y en armonía con la naturaleza”. ¿Quién responde?
Por ahora, ¡Feliz día de las brujas!!!!!