La que yo denomino la “camaramanía” llegó para quedarse como es común decirlo y oírlo hoy para todas las tecnologías, aunque no siempre para dejar beneficios
En la reciente campaña electoral puse especial cuidado en las propuestas para combatir la inseguridad que ofrecieron muchos de los candidatos en varios territorios del país. ¡Qué pobreza!
Uno de los aspectos más notorios fue que la mayoría casi que reducía su discurso a cámaras de videovigilancia: instalar más cámaras sin decir cuántas o expresándolo pero sin explicar las razones de la cantidad. En muchos casos en eso consistía su única propuesta ante el apremio de periodistas y ciudadanos en debates, foros y entrevistas.
Esa simpleza tiene dos causas: Primera, que entre tantos candidatos jóvenes es visible como hoy -especialmente en la juventud- se le está dejando a la tecnología gran parte de la solución a los problemas y, segunda, la carencia de conocimientos profundos y por tanto de respuestas a este y a muchos otros retos multicausales.
Sin duda que las tecnologías son muy útiles para combatir la inseguridad, sería tonto negarlo, y entre la tecnología las cámaras son de gran eficacia, pero hay que saber usarlas. De lo contrario, se cometen -sí- altos gastos que no resultan sirviendo para nada y, lo que es peor: desembocan en mayor inseguridad como se ha comprobado cuando la criminalidad conoce y se aprovecha pasiva y activamente de la tecnología.
Cuando se usan mal, las ‘nuevas tecnologías’ amparan, inducen o crean ‘nuevas criminalidades’ bajo la sombra, además, del relajamiento de la seguridad tradicional o de su deficiente preparación.
La que yo denomino la “camaramanía” llegó para quedarse como es común decirlo y oírlo hoy para todas las tecnologías, aunque no siempre para dejar beneficios. Pese a que tampoco sabemos cuál tecnología se quedará y por cuánto tiempo, es cierto eso del arribo y arraigo tecnológico, pero tenemos que ser cuidadosos en saber cómo y para qué llegan a quedarse y qué tan útiles son.
Las tecnologías no pueden seguir siendo un fetiche, no podemos continuar pensando que por el simple hecho de que funcionan bien como elementos tecnológicos en sí, representan soluciones individuales o colectivas para el fin que persiguen. Como siempre: es que no son un fin sino un medio.
En el caso de las cámaras de videovigilancia hay que saber cuáles son útiles para cada territorio y espacio entre tantas que se ofrecen en el mercado, cuántas son necesarias y qué tipo de problema solucionan. Por otro lado, no olvidar nunca que por autónomas e inteligentes que sean, siempre necesitarán de la mente humana en alguno de sus procesos. Además de los estudios previos fundados en análisis territoriales propios y comparativos externos, es fundamental establecer indicadores constantes que midan el real impacto de las cámaras frente a la reducción del delito.
(Ejemplo: La instalación de una sola cámara en una esquina debe responder, entre otras, a estas preguntas: ¿Qué ocurre en esa esquina antes de la cámara? ¿Qué se espera de ésta? ¿Es la cámara ideal para esa esquina? ¿Cuál es su costo-beneficio? ¿Cuáles sus riesgos? ¿Cómo será su mantenimiento? ¿Quién la monitoreará? ¿Qué consecuencias trae para las otras esquinas, tengan o no cámaras? Y tres preguntas cuando la cámara ya funciona: ¿Esa cámara está cambiando los comportamientos en esa esquina? ¿Cómo los está cambiando? ¿Qué está pasando en las esquinas cercanas?).
También es esencial formular un protocolo de manejo ético y no invasivo para el uso de las cámaras, acompañado de controles estrictos con el fin de evitar el “gran hermano” y su empleo con fines corruptos o ajenos al servicio público.
Durante un tiempo tuve oportunidad de dar charlas sobre seguridad y, en especial, sobre cámaras de videovigilancia. Una de mis advertencias a los agentes de policía era que las cámaras “no cogen ladrones”, como una forma de decirles que el hecho de que llegaran más y mejores cámaras no podía relajarlos en su trabajo, sino, por el contrario, aguzarlos y mejorar sus resultados ante las nuevas posibilidades de combatir el crimen.
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Frente al advenimiento de tecnologías cada vez más avanzadas, el elemento humano en la seguridad debe, por un lado, no olvidar que su labor sigue siendo clave porque hay conductas delictuales que siempre se seguirán contrarrestando solo con la inteligencia humana y con lo que llaman, si se quiere, “malicia indígena” y, por otro lado, acoplarse a las nuevas tecnologías para optimizar su rendimiento. Las tecnologías no reemplazan sino que ayudan.
Por último, está claro que la inseguridad tiene causas complejas y múltiples, al igual que diversas facetas, cuyo enfrentamiento requiere trabajos integrales y articulados, interinstitucionales e interdisciplinarios, tanto en contextos y ámbitos previos al delito como durante este y después de cometido. Esa mirada integral social, económica, política y territorial (local, regional, nacional e internacional) es la que está faltando.
Una mirada más ancha y profunda que esperamos de los gobernantes recién electos para que amplíen y mejoren sus planes de desarrollo y políticas de seguridad que deben ir más allá de “coger bandidos” y de usar costosas y descrestadoras tecnologías y otros medios a la topa tolondra.