En plan de colaboración con esta maravillosa propuesta, podría sugerírsele a su autor la inclusión -- manes de Fabio Echeverri Correa -- de “un arpiculito” que ordene exhumar los textos de Astete, Bruño y Henao y Arrubla, y hacer obligatoria su lectura y enseñanza para que Colombia pueda entrar con paso firme a la modernidad.
Mientras el mundo avanza a pasos agigantados en todos los frentes que buscan un mejor estar para el hombre, en lo científico, lo tecnológico y lo humanístico, entre otros aspectos, Colombia y sus dirigentes se dan el gusto no solo de añorar sino de regresar al pasado.
Para muchos de ellos la Constitución del 91 y varias de las benéficas normas en ella incluidas, parecieran ser apenas letra muerta, puesta allí para ignorarla e incumplirla, pese al mandato que implican.
En contraste con el pensamiento de avanzada y modernidad que fueron la norma y el motor de los constituyentes del 91, hoy cualquier cavernario sale de la oscuridad con su tea encendida para señalar cuál es el camino que debe seguirse en pleno siglo 21.
Rol muy bien desempeñado en los últimos días por el representante del uribismo, Edward Rodríguez, quien nadando contra la corriente y la historia, pretende nada menos que acabar con la libertad de cátedra consagrada constitucionalmente – por fortuna – hace 28 años.
Al mejor estilo da las más retardatarias dictaduras, al nuevo prócer de la politiquería colombiana se le acaba de ocurrir la brillante idea de penalizar con suspensiones, multas y hasta destitución y cárcel, al profesor que según este eximio exponente de la reacción, se le ocurra enseñar a pensar y decidir a sus alumnos.
A esas sanciones quedaría expuesto aquel maestro -- título mucho más honroso que el de congresista – que incurriera en lo que Rodríguez llama “adoctrinamiento político”, dos palabras que pueden prestarse para entenderlas y aplicarlas de distintas maneras, sobre todo si quien debe decidir sobre su significado suele ser un funcionario gubernamental.
Para sustentar su barrabasada, el iluminado congresista del uribismo no podía dejar de lado el populismo y la demagogia, y por eso declaró que su iniciativa buscaba “proteger a nuestros niños y que no les infundan ninguna ideología”, caballito de batalla montado por tantos fariseos que nada han hecho desde las distintas esferas del poder usufrutuado a lo largo de los años.
Genial iniciativa de acucioso súbdito que debe estar agradeciéndole de rodillas el presidente Duque, por contribuir de manera sustancial al mejoramiento de las deterioradas relaciones por ahora mantienen el gobierno, los profesores y el estudiantado, y que le ayudará, sin duda, a mejorar las calificaciones que le dan los encuestadores.
Cercenar de un tajo la posibilidad de adquirir conocimiento, de forjar una propia personalidad y decidir en libertad y sin cortapisas ni censuras, es algo inherente a cualquier dictadura de medio pelo, y no a un gobierno que, aunque hasta ahora no haya actuado en consonancia, siempre ha pregonado una Colombia para todos con equidad e igualdad de oportunidades.
Si desde el comienzo se piensa enclaustrar el pensamiento y dirigirlo hacia determinada meta, es aplicar sin querer queriendo una ideología retrógrada, y formar colombianos autistas y sumisos a los que solo les quedarán faltando las an teojeras, ojalá suministradas por el propio Estado castrador, que no castrista.
En plan de colaboración con esta maravillosa propuesta, podría sugerírsele a su autor la inclusión -- manes de Fabio Echeverri Correa -- de “un arpiculito” que ordene exhumar los textos de Astete, Bruño y Henao y Arrubla, y hacer obligatoria su lectura y enseñanza para que Colombia pueda entrar con paso firme a la modernidad.
TWITERCITO: Bienvenidos al pasado de la mano ilustre del próximo Ministro de educación, Edward Rodríguez.