Las letras no están en el teclado o en la pantalla por su propia voluntad, ni por Bill Gates, somos nosotros los que les damos vida, sentido.
Después de aprender a hablar de corrido nos convertimos en loras parlanchinas, acostumbrados a hablar antes de pensar, la mayor parte del tiempo hablamos mecánicamente. Menos aún nos detenemos a mirar cómo están compuestos los vocablos que emitimos. El desarrollo de la tecnología ha contribuido a que ni siquiera estructuremos las frases, verbigracia el celular adivina lo que vamos a decir pues los algoritmos arman los mensajes de acuerdo con nuestras entradas históricas. Si escribimos algo más sustancioso en el computador, el sistema operativo se encarga de corregir o sugerir palabras, nos da un reglazo en la mano -como un viejo maestro- cuando cometemos errores, lo que ha facilitado escribir, mas no crear.
Así se ha perdido la magia de la escritura manual, no hablo de pulsar un teclado o peor de dar un clic. Escribir y equivocarse, tachar, arrancar la hoja tirarla al cesto y volver a empezar ¡no va más! En la asignatura Escritura: se empieza con las “planas” de palito/bolita para soltar la mano del aprendiz, se va complejizando hasta escribir en letra cursiva, de ahí se da el salto a las pantallas. Antaño cada símbolo o letra pasaba por nuestras manos, la moldeábamos hasta tener un estilo propio tras haber acariciado las 28 letras del alfabeto con el grafito, la imprenta o de molde era muy posterior. Acompáñenme en este recorrido por las historias de letras enigmáticas, serias, juguetonas, simplonas.
Comencemos con la h, así en minúscula, y sus encantos: siempre se me ha parecido a una cómoda silla con espaldar, un tanto alta donde a los chicos les quedan colgando los pies. Su mayor travesura es que generalmente no suena. Ni al inicio, ni en el medio, ni al final de la palabra emite sonido alguno, se da el lujo de ser muda (hielo, adhiere, ah). Exige estar después de la c para sonar fuerte como el chachacha del tren. La hache significa cerrado en su origen semita, claro, su morfología en mayúscula, H, se asemeja a una cerca.
La ñ, Ñ derivó del medieval dígrafo nn, NN. Para abreviar juntaron las siamesas en una sola que coronaron con la sedilla, sombrerito de lo más curioso que nos obliga a juntar la mitad de la lengua con el paladar. Orgullosa de su corona, la eñe pone en apuros a los anglohablantes que duran años intentando sin éxito decir correctamente: ñato, cañón, muñeca, mañana, uña, riñón. Ñangas, jamás lo lograrán. La o, O es la plus ultra pues el círculo representa infinitud, espiritualidad, vacío. Es rueda, es círculo cromático o vicioso. Es exclusivista (pertenece a cierto círculo) y tan perfecta que todos sus puntos equidistan del centro. De tan orgullosa la o se vuelve chocante, la vemos obesa, la volvemos balón para darle un patadón. Y canción al entonar “María La O”.
Yunta, yugo, yunque, tienen forma de y, Y, que cual loca adolescente no ha decidido cómo llamarse, si ye o i griega. La verdad le queda difícil porque dependiendo de la compañía en que ande y el lugar que ocupe en la palabra, suena diferente. Es i griega si va de última: ley, mamey, hoy, soy, y, muy. Es ye en medio o al inicio de vocablos: ayer, mayor, yuca, yazgo. Su indisciplina puede provenir de que siendo la penúltima del alfabeto, no tiene control de sus mayores.
Reto a cualquiera a que me diga de memoria más de diez palabras que inicien con k, K, distintas de kepis, kiosco, kilo y kilómetro. En mi Pequeño Larousse (versión 1951) de las 1.008 páginas que ocupa todo el alfabeto, la ka alcanza una y media hoja. Creo que es un capricho de los dioses de la dicción, el botón de lujo, la exquisitez. Más dramático aún es el limitado uso de la w, W, herencia anglicista y última letra incorporada al alfabeto. Ésta tan solo lleva media página (del famoso Larousse). Algunas entradas son: la rebuscada watercloset (sanitario); waterpolo y el, para algunos, enviciador whisky. Es también otro caso de crisis de identidad, no tiene idea si es doble V o doble U. Ambas, k y w, van por lo regular al inicio de palabra.
¡Y qué tal la exótica X! Si es al inicio de palabra de golpe recuerdo el sonoro xilófono, pero no más. En medio de vocablos es mucho más común: laxo, máxime, exigir. La equis es cruz o doble yunque, tachón o multiplicación, madame o enigma. Se originó de la unión de K y S. En su origen proto-sinaítico significó soporte. Y vaya que cualquiera se recostaría tranquilo sobre este puntal, enraizado sobre dos patas y abrazador con las dos aspas superiores. Compite en sonoridad con la doble cc (ej., occiso), pero es innegable su superioridad plástica y bella grafía. Se ha encontrado en inscripciones en la península del Sinaí y existe en griego, latín y hebreo con sus propias simbologías y sutiles diferencias de pronunciación.
Las letras no están en el teclado o en la pantalla por su propia voluntad, ni por Bill Gates, somos nosotros los que les damos vida, sentido. Escribir es el ejercicio de acomodar el alfabeto a nuestras órdenes, donde cada letra tiene su historia desde los primeros sonidos guturales de nuestros antepasados olvidados, las llevamos en los rayones del cerebro, con el lenguaje nos comunicamos.
Fuentes: Pequeño Larousse Ilustrado, París-6ª., 1951
https://www.lne.es/siglo-xxi/2011/02/13/letra-historia/1033097.html