Arkitect presentó la colección Amazonas de Beatriz Camacho en Colombiamoda 2020. Hablamos con la diseñadora cartagenera e hicimos un recorrido por su historia personal.
A finales de la década de 1960, Beatriz Camacho (Cartagena, 1966) se encuentra por primera vez con la naturaleza en su máximo esplendor. La Sierra Nevada de Santa Marta le enseña que no solo existe el mar de su tierra, que hay más tipos de vientos, de aires, de aguas, que hay una gran diversidad de especies, de climas. Y, entonces, ve por primera vez su flor favorita, la orquídea, que protagoniza un capítulo especial en su nueva colección Amazonas, presentada a través de la virtualidad en Colombiamoda 2020, para la marca Arkitect de Moda Éxito.
“La primera vez que vi una orquídea, fue cuando mis papás y yo fuimos a la Sierra Nevada, fue mi primer encuentro con esa naturaleza diversa, de clima caliente, medio, frio, mi primer encuentro con diversidad de plantas, de especies. Esa vez, que está en mi memoria pero que no puedo decir exactamente cuándo fue, ni cuántos años tenía, porque solo sé que era muy chiquita; también probé por primera vez las moras, había además fresas silvestres. Quizás eso tenga que ver con mi nueva colección, porque en el subconsciente van quedando todas esas cosas”, dice la diseñadora cartagenera, quien actualmente vive en Barranquilla, una mujer que escribe en la moda colombiana una historia que se destaca por la relación que tiene con los textiles, con la poesía con la que mira a las mujeres que viste y esta vez, especialmente, por su relación de respeto con la naturaleza.
“Las orquídeas son mis flores preferidas. Son misteriosas, son calladas, pero vistosas, fuertes, diversas. A mí la rosa me parece una flor hermosa, pero es muy obvia. En cambio, las orquídeas son misteriosas, diversas”.
Es que Beatriz Camacho es una mujer difícil de descifrar. Acepta que no le gusta abrir las puertas de su intimidad, que el misterio la acompaña, que así sus prendas hablen de fluidez y naturalidad, en ella la libertad se expresa en el silencio. Por eso, vale la pena conocer quién está detrás de las “amazonas” que mostró al mundo en Colombiamoda 2020, porque esas figuras vestidas con linos y algodones, no solo hablan del Amazonas colombiano, expresan más bien cómo ella ve la diversidad del país, cómo ve las luchas de las mujeres colombianas, extendiendo su relato de moda a la selva del Chocó, a las tierras a kilómetros de las carreteras, donde las aves vuelan libres y los sonidos dicen que sí hay paz, que hay tranquilidad. Camacho habla de mujeres reales con historias reales, producto de la ficción, de su inspiración, poniendo en la virtualidad 59 referencias de prendas y cinco de calzado, en las que usó textiles de fibras naturales.
Beatriz Camacho
La inspiración
Para Amazonas, Beatriz Camacho se basó en su imaginación, su musa constante, su compañera desde los inicios de su carrera, a la que define como una hija de la libertad.
“No hay nada que yo pueda decir que es mi referente. Mi mente es tan libre que no soy capaz de dictar algo como referente, ni hacer una lista de lo que me inspira del uno al veinte en orden. Mi mente no funciona ni estratégica ni sistémicamente, me inspiro de cualquier cosa. Cuando tengo una idea, esa idea puede evolucionar tanto que no termina pareciéndose en nada a lo que empezó. No me gustan los cajones, no me gusta la puerta cerrada, me gusta que cada persona se pueda encontrar, desde su propia experiencia, con mis prendas, para que pueda vivir una historia, para que le ponga el color que quiera”, confiesa.
Así, el espectador puede entender que cuando habla de Amazonas, para darle título a esta colección, no se refiere precisamente a un territorio, sino a una idea, a la denominación de la mujer que es capaz de adaptarse, que puede vivir en la humedad y el calor, refugiarse de la lluvia, alimentarse de la tierra, respetandola como fuente de vida. Ese título es una celebración de la mujer como madre, también es un homenaje a la madre-tierra.
Cuenta que, antes de la crisis de la covid-19, Amazonas sería la colección para la temporada de madres del Éxito, pero el destino dijo que no, que ese no era el momento. Sin embargo, la diseñadora y la marca no renunciaron a esos ideales de cuidar, de resaltar la importancia de la madre tierra y de cuidar los recursos naturales. En la confección de esta colección participaron 412 madres cabeza de familia, que hacen parte de la apuesta de Grupo Éxito por desarrollar la industria textil nacional. En el 2019, por ejemplo, el 90% de las prendas de la marca fueron cosidas en Colombia, generaron 8.000 empleos.
“Esta colaboración hecha entre Beatriz Camacho y Arkitect nos hace un llamado a proteger nuestra tierra, concientizándonos de los cambios que debemos hacer en nuestro estilo de vida para conservar el planeta. Esa consciencia la evidenciamos en la colección empleando textiles de fibras naturales como lino y algodón, telas biodegradables y estampación completamente digital, lo que nos permite no tener consumo de agua”, aporta Susana Benjumea, directora de negocio textil exterior del Grupo Éxito.
En esta colección, vuelve Camacho, la naturaleza la lleva a recordarle a la moda nacional “la poesía que hay en la selva tropical colombiana, desde el Amazonas hasta la selva húmeda del Chocó, pasando por cualquier espacio donde la fauna y la flora son exuberantes. Si cierro los ojos y tengo que hablar de este Amazonas que poéticamente menciono en mi colección, estoy rodeada de muchísimas plantas, puede ser cualquier lugar, así sea un municipio pequeño, sin luz eléctrica”.
Los materiales
Sobre Beatriz Camacho, la crítica especializada en moda ha dicho que debe exaltarse su manejo de los materiales, las texturas de sus prendas, el patronaje. Algunos la recuerdan porque, en el 2008, la reina nacional de la belleza, Taliana Vargas, llevó a Miss Universo un vestido que “volaba”, que iba flotando lentamente, con el que emocionó al país en su participación, siendo virreina universal.
“Vestidos hechos para volar” y “Vuelisimo” fueron calificativos para el trabajo de la cartagenera, luego de llevar sus vestidos a ferias de moda.
Entonces, una pregunta válida sería por qué Camacho eligió esta vez materiales como el algodón y el lino, eliminó las sedas, buscó telas biodegradables y estampó digitalmente para ahorrar agua en la producción de las prendas.
“Cada vez que veo una tela, la toco. Beatriz Camacho es una marca que comenzó con unos principios y unos valores sostenibles desde siempre, desde que no era tendencia como ahora la sostenibilidad, para mí la moda es ese reporte emocional que hay entre el cuerpo y la tela, esa relación es fundamental. Es muy importante el idioma que le hablan las telas al cuerpo, que puedas sentir lo que la tela te transmite, porque te da bienestar o te puede desesperar”, explica, para luego decir que no cree en una moda que se llama a sí misma arte, porque para ella una prenda “no es un lienzo, es una conexión entre el diseñador y el público, pero que el público es quien le da sentido, todo lo que te transmite ese material”.
Sus colecciones pasadas eran de celebración, de piezas hechas para un cóctel o una fiesta, para un reinado o una transmisión de televisión. En Amazonas propone lo que llama “prendas del día a día”, aunque enfatiza que “es la misma mujer, es una mujer que se siente libre, para quien la libertad no tiene nada que ver con su apariencia, sino con su filosofía, con su sentir. Presento una mujer libre, que no siente que tiene que estar a última moda, que puede entender los materiales, sensibilizarse con los pequeños detalles y ser responsable a la hora de comprar”.
Los materiales son para ella una manera de contribuir al planeta, desde la moda. Eso quiere decirles a quienes compren sus prendas: “ahora hay que educar al consumidor para que pueda entender el origen y el futuro de una prenda. Ya no es una compra de impulso, el consumidor debe reflexionar sobre el producto que está comprando, no es que lo vuelva un problema, sino que se pregunte, que se cuestione, que reflexione cuál es su beneficio al comprar lo barato, porque esa sola decisión, en algunos casos, está haciendo miserable a alguien que está en esclavitud, cosiendo esto”, se refiere a la exploración en las maquilas. “Como consumidores debemos ser más responsables viendo el futuro, estas prendas tienen un valor agregado, están pensadas para para usarse por mucho tiempo, o que alguien después las pueda usar y pasar de una generación a otra”.
Es muy importante el idioma que le hablan las telas al cuerpo, que puedas sentir lo que la tela te transmite
Es una colección de algodones y linos, en la que el denim es de algodón, el dril también es de algodón, porque la mujer que propone “cree y se siente feliz disfrutando de la naturaleza, es cualquier tipo de mujer, es una mujer real, viva, autónoma, alegre, consciente, es una mujer colombiana, muy simple, pero elegante. Las mujeres en el Chocó son las más elegantes de Colombia, no quiere decir que se vistan bien, cuando hablo de elegancia hablo de adentro, no de fuera, no es lo que se pongan, sino cómo lo llevan. La raza chocoana tiene una elegancia que viene de su herencia”.
Por eso, cada estampado cuenta historias, desde la selva tradicional, con las grafías de animales, con plantas, pasando por un denim iluminado en degradé, que significa la noche oscura selvática, llegando a orquídeas sobre blanco, y al caimán verde. Ah y el grupo de linos dice que lo incluyó porque quería que se sintiera la brisa, “como unas palmas tan livianas que se pueda sentir que se las lleva la brisa”.
Beatriz, desde adentro
“Tiene que haber conexión con las personas, la moda es para ser usada, no para ponerla en los museos”, es uno de los ideales que repite Beatriz Camacho cuando habla desde adentro.
Por eso, en su trabajo usa la metáfora, la poesía, como “maneras de contar historias, de expresarme al mundo noble, amable, amorosa. Me gusta la historia, veo películas de historia, leo libros de historia, clásicos y recientes. Me siento muchas veces más cómoda con lo que pasa en el pasado que con lo que pasa en el presente, siento angustia de lo que va a pasar en el futuro”.
Entre sus lecturas recientes, Camacho reconoce lo poético en Alonso Sánchez Baute (Valledupar, 1964). Habla de la novela Leandro (2019), en la que el autor rinde homenaje al músico Leandro Díaz.
“Este tipo de lecturas las valoro porque son una manera hermosa de expresar los sentimientos. Es increíble cómo se puede decir que él podía ver los colores, cuando nunca los había visto, porque los podía sentir. Es una forma de poesía moderna y real, que no tiene que ver con la rima, pero sí con lo que debe hacer la poesía que es hablar del corazón y los sentimientos, así haya dolor”.
¿Nostálgica?, sí, ella se dice una amante de la soledad, vive añorando el pasado, cuando camina por Cartagena, su mente le dice que mucho de lo que ha guardado desde que era una niña, no volverá jamás, que solo está en su imaginación, en su memoria.
“Vivo muy conmigo misma, me siento muy cómoda conmigo, la soledad no me da miedo, no me asusta, disfruto la soledad como nadie. Dentro de mí hay un universo tan grande, mi cabeza tiene una imaginación que crea mil universos. Cuando no tenía conciencia de que eran submundos creados por mí, vivía feliz en mi propio mundo, porque mi mente me abría unos espacios que nadie podía conocer y me sentía feliz porque eran míos”.
Su relato tiene que ver con que fue una niña muy callada, tranquila, siempre en calma. Su papá, Eduardo, era arquitecto y construyó en ella la idea de libertad.
“Mi papá tiene una imaginación enorme, es muy creativo, me inspiraba desde niña a crear fantasías, me daba la libertad para ser yo misma. Nunca fui una niña consentida, fui amada, pero no mimada. Siempre resolví mis propios problemas, fui consciente de mis responsabilidades, a eso me inspiraba”.
En ese momento viaja la fiesta de cuatro años que marcaría sus recuerdos infantiles, la primera referencia que tiene a la creatividad, anterior a la de su viaje a la Sierra Nevada. “Puedo recordarme haciendo yo misma mi piñata, cuando iba a cumplir 4 años. Recuerdo que la piñata era de un payaso. Mi papá llegaba todos los días de la oficina y pegamos papeles juntos, fue algo hermoso hacer mi piñata, porque él me dejaba ser, expresarme como yo quisiera, no importaba si al payaso le ponía el ojo donde iba la boca, para él eso era maravilloso, tuve la libertad de expresar lo que yo sentía, siempre sentí que podía vivir, había reglas de comportamiento, pero mucha libertad”.
Su mamá, Beatriz, era otro universo. “Mi mamá era una persona más estricta. En los años 60 estaba muy fuerte el lema del ‘sonrie’, la carita feliz, y estaba en todas partes, como en los accesorios, en los pines. Me acuerdo que una vez iba a una fiesta elegantísima, y se me ocurrió que me quería poner un pin de ‘sonríe’ en la barriga. La pelea de mi mamá para quitarme eso de ahí. Era una persona estructurada, organizada, muy políticamente correcta”.
Así creció, entre los buenos modales que le inculcó mamá y un papá que le contaba historias de su abuelo, que le narraba sobre la Guerra de los Mil Días, por eso cree que disfruta muchísimo el pasado.
La moda nunca fue una opción, llegó cuando menos lo pensó: “yo nunca quise ser diseñadora de modas, porque mi personalidad no da para esto, creo que, entre las debilidades que tengo, está no poder comunicar, más en estos momentos, cuando yo siento que el producto no es tan importante como la comunicación. A veces no entiendo cómo a la gente le interesan cosas que no son de ellos. Yo sabía desde la adolescencia que mi forma de ser poco comunicativa era una dificultad. Si bien en aquel momento la comunicación no hacía parte del mundo como lo es ahora, que todo es comunicación, que a todo el mundo le interesa si te tomas un café, si vas o si vienes, todavía soy muy celosa de mi vida privada, quisiera mantenerla mucho para mí”.
La moda nunca fue una opción, llegó cuando menos lo pensó
Antes de terminar su colegio, en el Gimnasio Cartagena de Indias, Camacho ya era una experta en telas, porque le pidió a su tía Ruby, cuando era una adolescente, que la dejara apoyarla en su tienda de telas, al terminar las clases.
“Trabajé en su tienda de telas desde que tenía 13 años, esperaba que se acabara el colegio e iba a trabajar. Llegué por iniciativa propia, yo quería trabajar, puedo describirme como una mujer muy trabajadora desde entonces. Ese almacén tenía muchas telas, con muchísimas texturas, fui aprendiendo desde chiquita a reconocerlas. Terminaba diciéndoles a las señoras qué tela les servía para qué prenda, terminaba diseñándoles el vestido, porque las modas entonces, a finales de 1970, en Cartagena, eran muy simples. Descubrí que, si bien no era muy buena comunicándome, sí tenía la facilidad para comunicar el idioma de las telas. Sentía una tela y podía decir si era para una falda o para una blusa”.
Cuando iban a comenzar los años 90, la joven cartagenera de cabello abundante viaja a Boston, Estados Unidos, para estudiar en el New Bury School of Fashion Design, una escuela de diseño de modas.
“En Boston aprendí de telas, no estaba pensando precisamente en el diseño, en el arte, en de dónde venían las tendencias, quería más bien conocimientos de patronaje. Ahora estudiar moda es diferente a cómo era antes, por eso en ese momento yo fui libre, no quería más arte, no me movía hacer dibujos, quería sentir más conexión con los materiales y el patronaje, me intrigaba el reto que me daban las telas y eso es lo que conservo, me gusta retar a mi consumidor, ponerlo pensar en cómo hice lo que se está poniendo, hacer la cuestión tan difícil que la gente no pueda saber muchas veces cómo hicimos eso que tiene puesto”.
El siguiente destino de su formación fue Roma, Italia. Estudió en la escuela Callegari sobre patronaje y organización de la producción industrial, pudo haber sido ingeniera industrial, pasar horas explorando los materiales.
“Puedo decir que Roma es una de mis ciudades favoritas. Todo se ve sepia, es melancólica, elegantemente decadente, me gusta mucho”, confiesa, aceptando que va por las calles de su natal Cartagena lamentando que ya no existen los globos del Parque Centenario, los cuentos que vendían en la Torre del Reloj, el olor a incienso que había en diciembre, en las calles.
Cierra diciendo que no le tiene miedo a este momento de la moda. Ha visto bastante y no es nuevo que haya que “reinventarse”: “ he visto tantos cambios que este no me asombra, al contrario, creo que es sencillamente el momento de seguir, de tener la capacidad de ir observando, adaptándote a eso que ves y tener agilidad para moverte a la velocidad que requiere la necesidad. Ha pasado de todo, cuando entró la apertura económica a Colombia, fue una tragedia, fue un momento muy difícil para todos los productores colombianos, la apertura de los centros comerciales fue terrible, se perdieron las tiendas multimarcas. Pasé de tener 25 clientes en Medellín al año a tener cinco en cinco años, porque los centros comerciales trajeron nuevas maneras de comprar. El comercio es el comercio y el éxito de esta industria está en la capacidad de adaptarse, corregir y avanzar, no hay que ponerle tanto misterio ni tanto drama, la vida tiene evolución y uno tiene que caminar al ritmo de la vida, sin drama. En mi caso, con libertad, porque lo único que tengo claro son mis compromisos. No soy de colores fuertes, aunque quizás algún día use el fucsia, porque Beatriz Camacho es libre, no podría serle fiel a un cajón”.