Si ellos llegan al poder, antes de su posesión ya habrán reanudado los diálogos con el Eln y pronto habrán obtenido un acuerdo, como ya dije, peor que el de Santos.
Homenaje del presidente Duque a las víctimas del atentado del Eln en la Escuela de Cadetes
Hace un año el Eln llevó a cabo el atentado terrorista contra la Escuela de Cadetes de la Policía General Santander que dejó 22 jóvenes estudiantes de ese Cuerpo, muertos.
El grupo armado ilegal venía, en el gobierno de Santos, imponiendo, a punta de secuestros, atentados y voladuras del oleoducto, condiciones para una negociación, la versión 2.0, a sabiendas de que, más temprano que tarde, haría moñona y arrasaría con el orden institucional, más todavía, de lo que habían hecho las Farc, porque todo lo obtenido por estas, debería conservarse y aumentarse, arrodillando aún más al Estado.
En efecto, esperaban un gobierno que entregaría todas las gabelas de impunidad total concedidas a las Farc; con un libreto en el que desconocerían, por supuesto, a sus víctimas; crearían órganos paralelos de poder de “democracia popular” para la toma de decisiones políticas, económicas y sociales fundamentales para Colombia; obtendrían amplia representación en el Congreso, capturando como resultado, al parlamento que sería, esta vez sí, fácilmente controlado por la extrema izquierda con sus eventuales aliados; lavarían el dinero acumulado; el campo quedaría en manos de las mafias -integradas por ellos, las disidencias de las Farc, el Clan del Golfo, los pelusos y los carteles mexicanos- dando un gigantesco paso adelante en su objetivo de legalizar los cultivos ilícitos, convirtiendo irreversiblemente a nuestro país en una nación paria y acercando nuestra nación al régimen bolivariano en una alianza fatal para los dos pueblos.
Pero la elección del presidente Duque frustró, al menos temporalmente, esta avalancha. Suspendió las conversaciones en Cuba y exigió condiciones mínimas como muestra de buena fe para reanudarlas: detener los secuestros, liberar a los secuestrados y poner fin a los actos criminales.
La respuesta fue la ejecución de más de 400 actos terroristas desde que Duque asumió la presidencia. Y entre ellos, el atentado a la Escuela de Cadetes de la Policía. La lógica de este tipo de acciones es sencilla: o negocian o los vuelo. En la tradición marxista es una estrategia conocida como mostrar fuerza para pactar. Ahí no hay consideraciones sobre el Derecho de Guerra, ni ninguna otra. Es la descarnada puesta en escena, desde su mentalidad, de lo que ocurrirá si no se logra un acuerdo. Lo que ocurre, en la práctica, es todo lo contrario, si al frente hay oponente que no se deja amedrentar: los ciudadanos condenan y rechazan vehementemente este tipo de acciones y cierran filas alrededor del gobierno democrático, como ocurrió con los más de dos millones de personas que salieron en Colombia a rechazar a las Farc el 4 de febrero de 2008.
Pero hay voces y fuerzas en el país que están haciendo todo lo posible para que en el 2022 (o antes si su plan de desestabilización) llegue la versión 2.0 de Santos, ya que se vieron derrotados en el 2018. Si ellos llegan al poder, antes de su posesión ya habrán reanudado los diálogos con el Eln y pronto habrán obtenido un acuerdo, como ya dije, peor que el de Santos, que aumentará el narcotráfico (combustible de la violencia organizada), sin satisfacción real a las víctimas y aceptando conscientemente crímenes prohibidos por la humanidad, como el derecho de guerra y el DIH. Ganará el terrorismo otra vez y nuestros mártires habrán muerto por nada. La trampa ideológica de que la paz se debe firmar a cualquier precio es la puerta de entrada al infierno de un modelo social de opresión y muerte. Ya John Rawls había clarificado que el primer valor social es la justicia, porque sin esta, cualquier paz es imperfecta y fuente de nuevas violencias, o, de la paz de los sepulcros. La postura de Duque, pienso, refleja esta escala de valores. Todos queremos la paz. La mayoría de los colombianos la quiere con base en la justicia.
Dicho lo anterior, debo señalar que la impresión que tenemos muchos colombianos es que el atentado a la Escuela de Cadetes fue facilitado por protuberantes fallas en la seguridad de ese complejo de edificios. No se explica, por ejemplo, que haya una puerta secundaria de entrada averiada y con escasa vigilancia. Algo no estuvo bien y los colombianos, al tiempo que abrazamos a nuestra policía en su dolor, que es el nuestro, queremos explicaciones al respecto.
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