Se necesita grandeza para apoyar a Duque. Y entender que el país ya no es el mismo que dejó el nefasto gobierno de Santos.
Ya cumplió un mes, de hecho, 32 días, el gobierno de Duque. La forma en que está escrito el enunciado anterior sugiere que ha pasado un tiempo importante. Pero no es sino el 1/48, es decir, un poco, muy poco más del 2% de su mandato. Y, sin embargo, hay gente que uno creería cercana al presidente, pues son de su partido, que, desesperada, exige resultados como si hubiesen transcurrido cien días. O un año. O dos. O los cuatro. Y lo hacen con el argumento de que el país, según la medida de los afanes de ellos, no puede esperar tanto.
Quieren que ya haya derrotado a las guerrillas, al Clan y otras mafias del narcotráfico y a las disidencias; que ya se erradicado, si no toda, casi toda la coca del país; que la reforma a la justicia esté en marcha para garantizar la justicia y desmontar el cartel de la toga y muchas medidas más. Pero esos mismos críticos piensan que lo “poco” que ha hecho, está mal: no les gustan algunos de los funcionarios que ha nombrado y que no haya hecho trizas los acuerdos con las Farc. Tampoco, que haya citado un acuerdo nacional para combatir la corrupción, luego del fallido referendo, para citar sólo unos pocos ejemplos.
Es fuego amigo. Y es una actitud que viene desde el comienzo de la precampaña de Duque, amainada, apenas, después de que Duque ganara la consulta interpartidista del 11 de marzo, durante la cual defendieron candidatos distintos al de su partido. Si hubiese que calificar esta tendencia, yo la llamaría oposición interna.
Y lamento que esta se dé, precisamente ahora, que el Centro Democrático llegó, en coalición con matices conservadores y cristianos, al poder. Y lo lamento porque una actitud tan cerrera dificulta la gobernabilidad del presidente, que ya está afectada por el resultado de las alianzas que logró en el congreso para sacar adelante los proyectos que tiene. Se necesita grandeza para apoyar a Duque. Y entender que el país ya no es el mismo que dejó el nefasto gobierno de Santos. Hay otras percepciones y otras realidades. Los ciudadanos son cada vez más dueños de sus votos y sus lealtades responden a lo que perciben como urgente y necesario, en medio de un cambio generacional en el que los jóvenes que llegan a la política no vivieron, como ciudadanos, las realidades de la primera década del siglo XXI y las traiciones del gobierno de Santos.
Pero, yo que lo apoyo fehacientemente, creo que es necesario, también, revisar su posición de Duque respecto a la gobernabilidad: un estado democrático no puede gobernar sin partidos, y muy especialmente, sin su propio partido, que tiene que ser reconocido, no de palabra, sino en los hechos, como partido de gobierno. Menos aún, en la compleja situación que vive el país. Lo necesita en el Congreso y en las calles, apoyándolo. Los otros, difícilmente lo harían.
Los ciudadanos queremos un gobierno sin mermelada y Duque avanza en ese camino. Pero definamos qué es mermelada, mediante una definición recursiva: es darles a los partidos las entidades del estado para nombrar un ejército de contratistas que no hacen nada; es entregar el presupuesto de las regiones a parlamentarios para que hagan contratos que no tienen control y que se queden con una buena tajada del dinero; es entregarles instituciones del estado para que las manejen como su coto privado de caza, saquen sus recursos y las conviertan en fuente de contratos perversos. Es el uso mafioso de los recursos del estado para ganar apoyos en los partidos en el congreso y en las regiones. Y en ese sentido, es una forma de corrupción, como lo es comprar con publicidad a los medios de comunicación para que alaben a un mandatario y lo soporten incondicionalmente o poner magistrados en las cortes para tener la justicia a su favor, a sabiendas de que algunos podrían delinquir, a cambio de cerrar los ojos ante las tropelías del ejecutivo.
Eso es mermelada. Pero esta no puede confundirse con el necesario apoyo que requiere un gobierno para llevar a cabo sus proyectos y ello implica un uso decente de la burocracia. Porque uno no gobierna con los funcionarios del enemigo, sino con aquellos que apoyan los proyectos de gobierno y no usan los cargos para enriquecerse sino para facilitar la gobernabilidad. Y necesita un congreso cuyos parlamentarios piensen en sus regiones y aboguen por recursos para ellas, en los términos de la ley y la transparencia del manejo de los recursos públicos. Lo que quiero decir es que puede, es más, debe haber reparto de burocracia sin mermelada y sin corrupción.
Por otro lado, una coalición de gobierno debe incluir, en primer lugar, al CD, a los cristianos y a los conservadores. Es claro que una cosa es el CD y otra, el gobierno; pero es inconcebible el segundo sin el apoyo del primero, como lo es, sin la participación de los que ganaron, en coalición, las elecciones. Un gobierno no puede desdibujar el perfil con el cual fue electo.
Después, en el orden lógico y según las necesidades del gobierno, debería llamar a aquellos que deseen contribuir con su buen suceso, en el desarrollo de los programas esenciales que comprometió a cumplir, aunque no sean del CD y de los partidos de la coalición triunfadora. Y muchos de ellos no son monjitas de la caridad. Si se requieren, hay que acercarlos con las máximas condiciones de transparencia y los debidos controles. Un amigo mío, dijo hace muchos años, que, para lograr objetivos altruistas, hay que arriar con las mulas que tenemos. Los ángeles están en el cielo.
La actual gobernabilidad de Duque es engañosa. Al menos el 30% de los del partido de la U, que se declaró de gobierno, son sus enemigos y podrán optar a la objeción de conciencia para no votar los proyectos del gobierno. Que la opinión pública se les vendrá encima a estos y a los independientes, y los obligará a votar los proyectos centrales de reforma ansiados por el país, y que castigará a la oposición en el 2019 y en el 2022, sin no los apoyan, es probable. Pero es un riesgo, que se corre, y el presidente debería pensar en una coalición más robusta. De lo contrario, tendría que estar dispuesto a tramitar sus proyectos por canales como los referendos y hasta una constituyente.
En cualquier caso, los independientes tienen un año para modificar su posición, y, en ese momento, sí que se sabrá que curso ha tomado el país. Igual que Duque, que tendrá acumulada una importante experiencia de gobierno.
Claro que esto que hago es futurología. Y, en cualquier caso, lo que deseo es que a Duque le vaya bien. Porque, es cierto que, como no hay reelección, él tiene un período para llevar a cambio sus proyectos sin tener que cuidarse de su futuro presidencial en otro posible mandato. Pero lo que haga, o deje de hacer, sí que asegurará la democracia dentro de cuatro años, o, le abrirá las puertas al populismo radical, que acabará con el país. Como se ve, no es poca la responsabilidad histórica que tiene.