Se equivoca el alcalde que promete erradicar un fenómeno tan complejo y mutante como lo es la criminalidad de su ciudad, pero también se pueden equivocar quienes lo descalifican tajantemente porque no la disminuye.
Como todas las autoridades, los alcaldes tienen una jurisdicción definida: Solo pueden actuar dentro de los límites del territorio para el cual son elegidos.
Pero los fenómenos y problemáticas sociales no saben de fronteras. Es el caso de la criminalidad: no se fija unos límites para delinquir que coincidan con los límites de municipios o departamentos. Es más: ni siquiera nacionales, porque, en especial el narcotráfico, tiene un ámbito internacional.
La seguridad se logra con acciones que prevengan los actos delictivos o coadyuven en la captura de quienes delincan para que no puedan volver a hacerlo. Está en manos de un alcalde acabar con el delito cuando éste es cometido bajo condiciones, causas y estructuras netamente locales. Sin embargo, hoy en día son pocos los delitos que tienen vida propia local.
¿Qué puede hacer un acalde contra una organización delincuencial, llámese ‘bacrim’, guerrilla o disidencia, cuyo accionar propio o franquiciado trasciende su municipio o distrito? Veamos: En una ciudad como Medellín la mayoría de los delitos, sobre todo los de más alto impacto, está ligada directa o indirectamente a estructuras regionales, nacionales e internacionales. Por tanto, su prevención y persecución exceden la jurisdicción del alcalde. Ello no implica que éste se cruce de brazos. Un alcalde debe hacer cuanto esté a su alcance según las leyes para prevenir los delitos en su territorio y para trabajar con quienes tienen esa competencia y función allende sus fronteras.
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Se equivoca el alcalde que promete erradicar un fenómeno tan complejo y mutante como lo es la criminalidad de su ciudad, pero también se pueden equivocar quienes lo descalifican tajantemente porque no la disminuye. No es sensato ni lo uno ni lo otro, y menos quedarse atrapados en esa discusión que en nada contribuye a solucionar un problema tan delicado y agobiante. Pero un alcalde sí debe estar dispuesto a escuchar, deliberar y modificar políticas.
El delito, además, cambia en su accionar rápidamente, pues depende de muchas causas, políticas y movimientos de diversa índole y originados en todas partes. Por ejemplo, un solo estornudo en la política antidrogas del gobierno de EE. UU. ocasiona impredecibles consecuencias en un barrio de Medellín o Buenaventura.
Son remotos los tiempos cuando la dinámica criminal de una ciudad era solo un atraco callejero de esquina, una riña o una banda autónoma. El delito se ha vuelto muy complejo. Por eso los sistemas de información y análisis son claves, pues cada homicidio, además del drama familiar y el escozor social que genera, debe ser estudiado minuciosamente para saber a qué respondió y qué representa.
Cada acto delincuencial es todo un laboratorio para analizar y dar luces sobre el origen de la criminalidad y las formas de prevenirla y enfrentarla. Las autoridades no solo se quedan en investigar la víctima, el victimario, las circunstancias y las causas próximas, sino también el contexto y las causas más lejanas, al igual que las consecuencias que cada delito puede traer.
Ese contexto y esas causas cercanas o remotas trascienden los territorios municipales y distritales, por lo cual un alcalde es solo la máxima autoridad del lugar donde finaliza todo un complejo y largo fenómeno social. Sin embargo, debe ser parte clave en la formulación y desarrollo de la política criminal regional, nacional e internacional, además de la local, obvio.
Claro que las autoridades municipales deben mejorar las condiciones sociales de su territorio para evitar que desde éste se alimente el mundo global de la delincuencia y para impedir que sus habitantes -a quienes se debe- sean víctimas de crímenes. Sin embargo, los incrementos o disminuciones de los delitos, en especial del homicidio, no responden hoy únicamente a las acciones u omisiones de un alcalde: Responden también a causas que trascienden su ámbito de acción, como lo expresé atrás de varias formas y sobre lo cual enfatizo en esta columna.
De todas maneras, justa o injustamente, una de las formas de medir la labor de un alcalde siempre será la cantidad de delitos cometidos en su territorio. Es que hoy no es fácil ser alcalde, en especial de una gran ciudad. Y eso lo deben evaluar los candidatos antes de serlo.