Las 100.000 vidas perdidas no tienen justificación alguna en la nación más poderosa
Extraño que el Día de la Recordación o Memorial Day haya coincidido con la semana que marcó la cifra de las 100.000 vidas sacrificadas por la covid-19. Para los norteamericanos ese día es el tributo merecido a los caídos en combate. Como sociedad, el respeto y admiración por los que sirven a las distintas fuerzas lleva consigo una carga emocional muy grande, además que esa conmemoración va asociada a la bandera que tanto aman. Los Estados Unidos con menos del 5 por ciento de la población mundial, aporta casi un tercio de todas las muertes por la pandemia. Una vergüenza que no admite disculpas.
Las 100.000 vidas perdidas no tienen justificación alguna en la nación más poderosa. El New York Times en una impresionante labor investigativa pudo compilar los obituarios en todos los periódicos del país día por día desde el primero de marzo cuando se reportó el primer deceso. Una base datos salida de las agencias de salud estatales y locales. Allí, aparecen los nombres de cada uno de los fallecidos con una corta descripción de su hoja de vida. Una extensa lista de personas pertenecientes a distintos segmentos y orígenes.
Historias de vida abruptamente truncadas. 100.000 vidas que en su gran mayoría debieron soportar el sufrimiento y dolor sin la presencia de sus familias. Obligadas a asumir un duelo virtual como única forma de paliar la pena. Cientos de voluntarios que entregaron su vida sin nada a cambio. No es nuevo que sean las minorías, el grupo de mayor afectación: negros e hispanos que por su condición económica debieron desempeñar labores esenciales.
En momentos de tragedia es el presidente quien hace las veces de pastor en jefe, recordándole al país que los norteamericanos ante el dolor y conmoción han sacado lo mejor de si para enfrentar el futuro. Un auténtico líder hace a un lado sus pasiones políticas para mostrarse a sí mismo sin máscaras, como alguien que echa mano de su propio sufrimiento y expresa su solidaridad y acompañamiento a los que lloran sus muertos.
Lamentablemente, Donald Trump no solo elude la responsabilidad que le corresponde como presidente, sino que busca culpables en sus fantasmagóricos enemigos, mientras evoca una economía que ya no existe y prometiendo una recuperación a la que muy pocos le apuestan dada la devastación que deja la pandemia. Desde un comienzo, Trump desestimó la gravedad del virus diciendo que con la llegada de la primavera desaparecería por completo y ya sabemos que ocurrió después.
Los países que actuaron con prontitud y decisión pudieron contener la expansión del virus. De acuerdo con varios estudios se estima que, si los Estados Unidos hubieran implementado medidas de restricción social una semana antes, el resultado seria 36.000 muertes menos. Además, las autoridades tardaron en poner en ejecución un plan masivo de pruebas, un proceso que no fue concertado con los gobernadores en su debido momento y con los recursos suficientes.
La perspectiva de encontrar una vacuna en el inmediato futuro es promisoria, sin embargo, la realidad es que el mundo observa un aumento continuado en el número de contagios. La prisa del gobierno Trump en reabrir la economía comienza a mostrar efectos negativos: cientos de personas en las playas que no respetan la distancia debida. Jóvenes que se sienten infalibles a la enfermedad para después contagiar a sus allegados. Y no faltan los escépticos que siguen el ejemplo de un presidente que se niega a usar el tapabocas pues su ego es más grande que la enfermedad.