Los Big data, el poder de las redes sociales, el triunfo sistemático de los antipolíticos, la concentración imparable de la riqueza en el mundo, y sobre todo las estructuras de corrupción sofisticadas y globalizadas, nos están dejando más desamparados que el Job bíblico.
Como decía Miguel de Unamuno en su libro El sentimiento trágico de la vida, publicado hace más de 100 años, cuando criticaba el racionalismo ateo militante, hay cuestiones que van más allá de la razón, como el tema religioso por ejemplo, y que deben ser entendidas a partir del deseo humano y respetadas como tales.
Quizá con la democracia suceda lo mismo. La montamos sobre un esquema racional que parecía indestructible, pero esos cimientos se han ido desmoronando, incluso a pesar de sus rotundos éxitos contra el absolutismo, el fascismo y el comunismo. En efecto, todo el andamiaje conceptual tejido por décadas en torno a división de poderes, partidos institucionalizados, equilibrio entre gobierno y oposición, etc., se ha venido abajo. Los Big data, el poder de las redes sociales, el triunfo sistemático de los antipolíticos, la concentración imparable de la riqueza en el mundo, y sobre todo las estructuras de corrupción sofisticadas y globalizadas, nos están dejando más desamparados que el Job bíblico.
Pero quizá como dice Unamuno respecto de la idea Divina, con la idea democrática deberíamos hacer también un acto de aceptación sin exigir más coherencias racionales, pues las democracias ya no las pueden dar. Esperar y confiar, como Job, sabiendo que esa idea costó miles de años en labrarse y volverse práctica, y que ha traído más beneficios que cualquier otra cuestión inventada por los hombres.
Y es que en ese mismo texto dice el autor que en la historia de la humanidad el racionalismo y las religiones se han construido mutuamente en lugar de ser contrarios como se piensa, y que sucedió así por ejemplo con el concepto de derechos humanos, surgido inicialmente de ideas cristianas, pero luego totalmente secularizado.
Se trata por supuesto de una herejía, tanto para creyentes como para agnósticos, extrapolar esa aspiración humana a la trascendencia al deseo más terrestre de hacer funcional la democracia en tan cambiantes tiempos. Pero analice y verá que son tantas las contradicciones dentro de nuestros estados democráticos, basados en ese extraño modelo político, sustentado en parte en una bondad no comprobada del ser humano, que no se entiende bien como siguen sobreviviendo y creciendo si no es porque la gente quiere seguir creyendo en ellas a pesar de todo.