La Fase Uno del acuerdo responde a una jugada política de Trump teniendo en cuenta que la elección presidencial está a la vuelta de la esquina
Cual fanfarria donde uno canta victoria y el otro fiel a la tradición china donde obliga la moderación y rigor, se firmó la denominada Fase Uno del acuerdo entre Estados Unidos y China. Resulta paradójico tener que volver a lo que había antes y pregonar las bondades de una tregua que de lado y lado no es más que unas pequeñas concesiones, dejando intactas las razones que motivaron el inicio de una guerra comercial: las jugadas sucias de China otorgando enormes subsidios a los productores locales, el robo de propiedad intelectual, manipulación de su moneda y negando el acceso del sector financiero foráneo.
Trump desde un comienzo pretendía recortar el déficit comercial con China con el argumento de que se estaban perdiendo muchos empleos en el sector manufacturero sin que las cifras muestren lo contrario. El déficit por el contrario ha subido de 544 mil millones en 2016 a 691 millones a octubre de 2019. Los precios de los productos de exportación chinos no han bajado lo que significa que los aranceles impuestos están recayendo sobre los consumidores y el sector productivo.
Lo rescatable del acuerdo es el compromiso del gobierno chino de comprar 200.000 millones de dólares de bienes y productos agrícolas en los próximos dos años, con una condición: las compañías chinas compraran más “basadas en las condiciones de mercado”. En otras palabras, habrá preferencia por la producción local y nada garantiza que el gobierno de Pekín cumpla con esa cláusula.
Asimismo, bajo lo acordado las firmas norteamericanas ya no estarán obligadas a transferir tecnología a sus pares chinos, un asunto altamente desventajoso pues no había contraprestación en las inversiones por investigación y desarrollo. Además, los aranceles impuestos obligaron a varios en la cadena de producción a trasladar sus operaciones a Vietnam y Taiwán lo que ha resultado en una menor dependencia de China.
El sector mayormente afectado son los agricultores muchos de los cuales son pequeños productores para quienes un cierre de mercado es casi imposible de compensar. No son pocos los que se han declarado en bancarrota, desmantelado sus hatos lecheros o disminuido sus siembras. En consecuencia, la administración no tuvo opción diferente que otorgar subsidios cuyo costo ha sido más del doble de lo destinado por el gobierno Obama a la industria automotriz.
Trump se la jugó imponiendo aranceles convencido de golpear a la economía china sin contar que aquellos recaerían sobre el público vía precios superiores como en efecto sucedió. Asimismo, su decisión de imponer sanciones unilaterales dejando por fuera a los aliados europeos también interesados en presionar a China por sus prácticas comerciales es una muestra diciente de que su política America First solo ha dejado críticas y rechazo de la comunidad internacional.
El ascenso de China debe entenderse en un entorno económico pasando de un régimen comunista-central a un modelo de mercado abierto. La amenaza geopolítica que algunos citan deja de lado la realidad según la cual ese país en nada se parece a la Rusia de Putin, que busca interferir en las democracias occidentales e invadir a sus vecinos. El apoyo que alguna vez Mao Zedong le dio a las insurgencias es un asunto del pasado. Su interés es crecer y competir por la primacía económica global con inversiones en los más variados sectores y regiones.
Finalmente, la Fase Uno del acuerdo responde a una jugada política de Trump teniendo en cuenta que la elección presidencial está a la vuelta de la esquina. Perder el apoyo de los granjeros del Medioeste, el enclave que permitió su elección en 2016 sería un harakiri.