La conversión iniciada por Laudato si no puede darse sin superar esa visión del hombre como centro de la creación (ridiculizada en la humildad impuesta por la astrofísica) colocándolo en su cúspide separado para controlar, en una estructura de dominación que ha contribuido a esa destrucción.
El sínodo de la amazonía representa un avance importante en la batalla que viene dando Francisco por regresar al espíritu de la Igelsia para el Mundo de Vaticano II, en especial Gadium et Spes, la constitución sobre Iglesia y Mundo, que según Rahner marco la tercera gran transición teológica del cristianismo al disolver la dicotomía sagrado-profano. Ordenación de casados, diaconado femenino, rito amazónico, enfoque ecológico integral y protección del medio ambiente son todas expresiones del esfuerzo por cerrar/saldar la brecha/deuda de la iglesia católica con la modernidad, la mujer, los pueblos de la periferia (fuera de su Eurocentrismo), y (como lo refleja el pecado ecológico tan acendrado entre los cristianos) la naturaleza. En esta última dirección de conciencia de la responsabilidad por el cuidado de la única casa que tenemos ya había avanzado Francisco en Laudato Si. Voy a concentrarme en esta última brecha/deuda y solo al final consideraré brevemente las anteriores.
La iglesia, conforme a su herencia del dualismo judío (en el sentido de dualidad sacro-profano) y la influencia maniqueista (Agustín), por oposición a visiones holísticas como la de las religiones de la India (y sus evoluciones como el budismo Zen en Japón que produjo en su admiración por la naturaleza un arte maravilloso), no ha cualificado los mandatos del Génesis que destacan menos el cuidar que el dominar (y llenar la tierra) junto con todos los animales (Gen 1:28). Esta postura de separación y dominación se ha visto reforzada por la confrontación con las concepciones panenteistas y evolucionistas, confrontación muy bien resumida en su condenación de Teilhard de Chardin, visión que separa totalmente al hombre de la naturaleza. Las primeras básicamente dicen (simplificando algo complejo) que Dios está en todo y todo está en Dios, concepción que nos hermana con el universo en Dios permitiéndonos apreciar la acción del Espíritu en toda la realidad. Pero esto es descartado por la jerarquía eclesiástica como misticismos orientales panteístas (lo que no es el caso como lo muestra que con pocas excepciones los grandes teólogos de los últimos siglos han sido panenteistas). Y confrontación con la evolución que (como el sistema solar) fue anatema mucho tiempo, disuelve el nexo óntico del hombre con los animales y la naturaleza (que el místico Francisco de Asís celebraba cuando le cantaba al hermano sol y la hermana luna o predicaba a los pájaros) perdiendo de vista que entre el barro y el hombre mediaron infinidad de seres durante billones de años. Son formas de dualismo ligadas a la necesidad tribalista de separarse en la superioridad, como también del desprecio maniqueo por el cuerpo, en los que históricamente ha caído la iglesia, poniéndose en contravía del Espíritu que está trabajando por la unidad en el Cristo cósmico hasta que (como dice Pablo) el que sostiene todo junto sea todo en todos. Sin meterse en honduras teológicas, la razón intuitiva de que somos uno con todo es que con todo venimos del amor trinitario, y regresamos a éste en el Hijo por la acción del Espíritu Santo. Aunque es obvio que esta visión holística derrumba toda separación del hombre de la naturaleza, y mucho menos admite un dominio y explotación como el que sugieren interpretaciones del Génesis que unidas a la visión calvinista de elección instrumentada por el espíritu capitalista, ha conducido a una destrucción de ella, ya de irreversibles y pavorosas consecuencias para nuestro nietos. Pero el punto es que la conversión iniciada por Laudato si no puede darse sin superar esa visión del hombre como centro de la creación (ridiculizada en la humildad impuesta por la astrofísica) colocándolo en su cúspide separado para controlar, en una estructura de dominación que ha contribuido a esa destrucción.
Pero lo realmente fundamental para esa conversión es reconocer en esa visión de dominación la estructura de poder/control que ha marcado la historia de la iglesia manifestándose también en las otras brechas/deudas mencionadas con la modernidad, la mujer y los pueblos de la periferia. Empecemos por esta última pues la dificultad de aculturación del cristianismo (que intenta superar el rito amazónico) ha estado ligada a la incapacidad de entender la perspectiva de ellos, que como los indios del Amazonas no ven en la naturaleza un objeto a controlar, dominar, explotar como es característico en occidente, con el refuerzo de la racionalidad tecnocrática. Visión que también dificulta una aculturación de los ritos por la incapacidad de comprender como el nativo ve en la naturaleza a la madre de todo y por consiguiente se relaciona con ella en actitud de alabanza, agradecido por lo que de ella (Pachamama cuya imagen fue lanzada por reaccionarios al Tíber) recibe (cosechas, plantas, animales) ajeno al dualismo de la tradición eclesiástica y racionalista a él impuesta.
Dicho poder/control que unen esta brecha/deuda (naturaleza y pueblos periféricos) con las otras (la modernidad y la mujer), se manifiestan también en dos vicios eclesiásticos muy perniciosos: el clericalismo y el patriarcalismo. La actitud patriarcal de dominación se extiende a la mujer y el clericalismo intenta mantener el control de las conciencias, cuestionado por Lutero y la modernidad, con ayuda del paternalismo que no ve adultos en los laicos y del celibato sacerdotal que separa la elite eclesiástica de estos (mundanos ellos, como si no hubiera habido Gudium et spes). Ya hemos considerado la regresión centrípeta de la iglesia frente a la modernidad (léase EL MUNDO) hasta los papas Píos que intentó enmendar el gran Juan XXIII invitando a un concilio no para condenar el mundo (Jesús a Nicodemo según Juan: Tanto amo Dios al mundo que envió a su hijo no para condenarlo sino para salvarlo) sino para entrar en diálogo con él, actitud reflejada en la constitución sobre la iglesia en el mundo moderno, la visión centrifuga retomada por Francisco con la severa oposición de porciones poderosas de la curia y del colegio cardenalicio que han intentado condenarlo por hereje. Pero en conexión con lo ecológico la apertura a la modernidad es una apertura a la ciencia, a la evolución que nos hermana genéticamente con animales superando la actitud de control y explotación (derechos de los animales violados por la industria de alimentos) y a la ecología que establece científicamente los mecanismos de la pavorosa destrucción del medio ambiente y de los recursos producida por la codicia humana y de la inevitabilidad de sus catastróficas consecuencias.
Como también debe reconocerse que Humane vitae (la acérrima oposición jerárquica a los programa de control de la natalidad) contribuyó a que multitudes de pobres (con menores niveles de vida y de educación) hayan venido teniendo hijos a un ritmo incompatible con el acervo de los recursos disponibles (a menos de que la fantasía de una revolución mundial que distribuyera el 50% de la riqueza que tiene el 1% entre el 50% que tiene 1% se hiciera realidad). Pensemos lo que serán las tensiones ecológicas y sus consecuencias para la paz mundial producidas por una explosión de la población, particularmente en zonas en que la no anticoncepción, la miseria y el deterioro ambiental se combinan, como en África que llegará a los 2.5 billones de habitantes en 2050, que la acercará a los 10 billones. Esto en conjunción con un ascenso del nivel de vida en China e India con cerca al 40% de población mundial y la presión sobre los recursos cuando una fracción de ellos se acerque a un consumo vorazmente depredador como el americano. El colapso ecológico con las consiguientes sequias y tormentas, hambrunas, guerras por agua y por desplazamientos de billones de personas con el alza del nivel del mar y esas hambrunas por sequias e inundaciones, parecen ya inevitables dada la catastrófica falla de coordinación (gubernamental y de governancia, económica y empresarial, institucional y organizacional) que está teniendo lugar para implementar mecanismos para su moderación. La conversión ecológica a la que llama Francisco en Laudato si y en el sínodo de la amazonia es un asunto de vida o muerte, difícil de acometer sin una conversión de todos a una visión respetuosa de la naturaleza (aprendiendo de indígenas e Indios) y sin que tomemos conciencia de que destruirla no es solo ser egoísta, particularmente para con las generaciones futuras, sino también (como les decía Francisco a sus opositores) constreñir al Espíritu de la Vida.