En la democracia es esencial que los ciudadanos conozcamos las propuestas de los candidatos porque es la única manera de formarnos un juicio para escoger por quién votar.
En los últimos meses -y en el que sigue- los colombianos hemos visto y veremos una proliferación de debates de candidatos presidenciales. Formatos varios; regionales y nacionales; organizados por medios, gremios o universidades; temas generales o específicos. En fin, de todo como en botica.
En la democracia es esencial que los ciudadanos conozcamos las propuestas de los candidatos porque es la única manera de formarnos un juicio para escoger por quién votar. Pero, ¿qué tan idóneos son los debates para formarnos ese juicio? ¿Un juicio que de verdad nos diga cuál candidato es el que más le conviene a un territorio o, por qué no, a los intereses colectivos y hasta individuales de cada uno? Esto último lo digo porque, aunque lo ideal es que nos mueva a votar el interés general, es válido que nos motiven intereses regionales, gremiales o hasta individuales.
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Ahora, fuera de votar basados en esos diversos intereses, que aunque no sean generales también son parte de una democracia transparente, hay otros intereses, esos sí propios de una democracia turbia: Las ambiciones económicas como la compra del voto, el intercambio del mismo por cargos o favores posteriores o vigentes; vicios del consentimiento como engaños, fuerza o amenazas veladas o directas; o el seguimiento fanático a un partido o candidato. Unos penalizados y otros no, pero indeseables porque impiden un discernimiento que forme una voluntad consciente y libre.
Volvamos a los debates. En primer lugar, debemos analizar qué tipo de cargo se quiere proveer en las elecciones propias de cada debate. Esto es fundamental porque el debate, que como su nombre lo dice implica discusiones, debe tener una relación directa con ese cargo. Y aquí la primera falla en el caso que nos ocupa: Una elección presidencial.
Un presidente no tiene que debatir cuando desempeña su cargo. Dadas sus funciones no le corresponde ir a una corporación pública a interactuar o discutir con otros políticos, llámese congreso o cualquier otra. Si mucho, habla ante el Congreso en fechas especiales de inicio o finalización de periodos, pero habla en una sola vía. Le toca, sí, responder preguntas y deliberar en ruedas de prensa o espacios similares, pero pocas veces y en tonos, formas y relaciones diferentes a los debates. ¿Miden eso los debates de campaña?
Ahora, es normal que a la gente le guste ver a los candidatos discutiendo y, para decirlo de una manera cruda, ver ‘sangre en el ruedo’. Le gustan los debates fogosos con réplicas, ironías y ataques mutuos, mejor dicho, que se saquen chispas. Los que gustan son los debates taquilleros para la galería ávida de riñas de gallos, a veces teatrales. Los demás son debates “aburridos y sosos” como he leído a varios comentaristas.
Y entonces luego de los debates empiezan medios de comunicación, analistas y ciudadanos a decir que “fulanito o peranito ganó el debate”. Error. Primero, ¿cómo se mide objetivamente el ganador de un debate? No hay goles ni puntos. Segundo, hay candidatos más hábiles para los debates que otros, con estilo parlamentario y hasta cizañero.
Pero, ¿eso muestra las capacidades para ser presidente? Claro que no. Un presidente no debate, no pelea, no es ese el formato donde se tiene que desempeñar como presidente. En definitiva, pienso que si nos atenemos a los debates resultamos eligiendo un hábil parlamentario y no un hábil o capaz presidente. Tremenda irresponsabilidad. Bastante tenemos con el error de elegir presidentes sin conocer cuáles son sus funciones constitucionales ni la viabilidad fáctica, económica, temporal o legal de sus propuestas.
No exagero, pero muchos ciudadanos votan sin distinguir las diferencias de funciones entre presidente, gobernador, alcalde, congresista, diputado, concejal o edil. Hasta confunden a Supermán con el Chapulín Colorado...
Concluyo: Los debates como tales no sirven para mostrar quién será mejor presidente. Interesan en cuanto cada candidato tiene oportunidad de responder preguntas (aunque en un tiempo demasiado limitado, como de concurso) y en cuanto muestran algo de su talante que también es importante para el cargo, pero eso no es suficiente.
Aldaba ética: Advierto que mi candidato es Fajardo. Como yo, varios analistas lo han calificado bien en los debates, aunque hay de todo. Pero por bien que le haya ido, sigo pensando que eso no es suficiente porque hay mejores formas de medirlo, tanto a él como a sus contendores.